lunes, 10 de noviembre de 2014

EL TRIUNFO DEL AMOR. Final.



Diálogo VII

__¡Amalia, Amalia! Ya estoy de vuelta. Acércate, viene alguien conmigo.
__¡Ah, Giulio! Has tardado mucho, se nota que es fiesta en el pueblo.
__Sí esposa, era fiesta para otros, no para mí. Lo que ocurre es que hemos venido despacio. Mira ahí están el primo Pietro y su mujer.
__¿El primo Pietro Lansi se ha casado? Ayer le vi y no me dijo nada.
__Todo ha ocurrido muy deprisa. Ya te lo contaremos. De momento quiere que los alojemos con nosotros hasta que pueda llevar a su esposa a casa de su madre, supongo. ¿Les dejaremos nuestro dormitorio?
__¿Cómo se te ocurre tal cosa, Giulio? Nuestro lecho es sagrado. Sólo para una madre enferma lo podríamos dejar. No querrás que otro hombre deje su olor allí ¿verdad?
__¿Que les digo, pues? Han venido en la confianza de alojarse aquí.
__Yo voy a ocuparme de la muchacha. ¿Cómo es que no se ha cambiado de vestido? ¿Y esa extraña capa? Le buscaré ropa mía pues ese vestido de seda no le cubre. Ya veo, saliste huyendo desde el altar. ¿No fue así? Bueno, no llores más. Ya estás con Pietro. Él cuidará de ti en lo que pueda. En este cuarto puedes cambiarte de ropa, yo voy a hablar con mi marido.
………………………………………
__Giulio ¿Qué ha ocurrido? La joven Bianca se escapó del convento supongo, pues ese traje de novia es de los que usan las monjas antes de tomar el hábito. ¿No vendrá su padre a buscarla, no nos molestará?
__No, Amalia, en la misma ceremonia de entrada a la Orden se presentó Pietro reclamándola por esposa, dando a entender que ya habían consumado la unión, y al confirmar sus palabras el Arzobispo los casó.
__El pobre Pietro debió ser más prudente, porque si habían, como dices, consumado su unión, pronto la hubieran devuelto a sus padres declarando otro motivo.
__No sé, creo que no pensó más que en impedir que entrase a la clausura, como si aquello fuese un pozo.
__Ocúpate de traer unos colchones a este cuarto y las camas que usan los mozos en verano. Están en el granero. Yo traeré sábanas. No estés disgustado, aunque la estancia es pobre, se la ofrecemos con buena voluntad y con cariño. Dile a Pietro que te ayude a instalar a su esposa, que ya está vestida. Dime, Giulio, ¿Cómo es que Pietro entraba en casa de Bianca para que tal encuentro pudiese ocurrir?
__¿No sabes que Pietro era el contable del señor Rocamaldoro? Se pasaba horas y horas llevando sus cuentas, compras y ventas, que son cuantiosas, de maderas finas del Líbano para escultores y tallistas. También trae de otros sitios maderas blancas para techumbres o muebles. He sabido que el Abad del monasterio de San Calixto le ha comprado una partida grande porque van a realizar un nuevo refectorio.
__Trae un sillón que está arriba, puede que todavía sirva y quita esos bultos de ropa de los niños, a ver si esta habitación queda confortable. ¿Y dices que van a ampliar la iglesia de San Calixto?
__Sí. Vi salir al Abad a tomar su carruaje mientras yo esperaba a Pietro que, por cierto, iba muy disgustado.

Diálogo VIII

__¡Augusta, Augusta!
__Esposo mío, aquí estoy.
__¡Sí, mujer estúpida, insensata! ¿Cómo has podido dejar de vigilar a tu hija, mi hija!
__Al joven Pietro Lansi lo trajiste tú a casa por su talento para los números. Por servirte, entraba y salía sin vigilancia…

Diálogo IX

__¡Señor Brandino, señor Brandino! ¡Tenéis que hacer algo por vuestra hija, pronto, pues quiere llegar a la muerte!
__¡Estúpido mozalbete! ¿Me la robas para dejarla morir?
__¡No fue robada, mi señor! ¡Ella me quiere y gustosa estaría conmigo si vuestra maldición no le quitara el aliento! No come ni duerme desde aquél día, y son ya muchos los que han pasado desde entonces, que dijisteis esa palabra terrible que la consume como si hubiese tragado un veneno. A todo mi empeño en que tome algo de alimento contesta sin mirarme: “estoy maldita, estoy maldita, el que me dio la vida se arrepiente de ello, no tengo que vivir”. Por más que le repito que tenemos la bendición del sacerdote a nuestro amor, repite: “estoy maldita...” Y se morirá de pena si no la perdonáis. Su amor de hija es mayor que el que tenga por mí.
__Está bien, decidle que le doy mi perdón y que ésta sigue siendo su casa. Que coma y disfrute de la vida, yo me equivoqué al elegir para ella el convento.
__Pero debéis darme una señal pues a mí no me creerá.
__¿Tanto desconfía de vos?
__Tanto daño le habéis hecho con vuestra maldición que sólo vuestra palabra en su oído o una prenda auténtica la convencerá de que ha sido perdonada.
__Este anillo, mi sello, que siempre ha visto en mi mano ¿podrá convencerla?
__Creo que sí, señor. Y si añadís una carta, será seguro.
__Esposo, yo también quiero mandar una señal de amor a mi hija, aunque no dije nada en su contra. Este vestido de brocado que tanto le gusta, se lo entregáis con un abrazo mío y le decís cuánto deseo su bien.
__Marcho enseguida con estos regalos que le devolverán la vida a vuestra hija, espero, si no es otro su mal que la tristeza.

Diálogo X

__Bianca, amor mío te traigo las mejores noticias: tu padre te perdona y desea verte. También tu madre desea poder abrazarte.
__No me engañes, Pietro, Eso es lo que yo quisiera oír en verdad, pero tal vez tu amor se lo inventa.
__No, esposa mía, ¿Conoces este anillo? De su dedo lo sacó para hacer una nueva alianza contigo. Y este vestido ¿lo recuerdas? Con él tu madre quiere que sientas su abrazo.
__¡Oh Pietro, Pietro! Veo que tu amor ha triunfado sobre todas las dificultades. Has ido a la boca del león a traerme el bocado que me arrebató. Te juro que mereces mi amor y por esto te amaré y honraré toda mi vida.
__¡Bendita seas, esposa mía, siempre, y por todos!

FIN

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lunes, 3 de noviembre de 2014

EL TRIUNFO DEL AMOR. Entrega segunda.


Diálogo IV

__¡Eminencia Reverendísima, tened la bondad de escucharme antes de comenzar esta ceremonia absurda por parte de la familia y de la Iglesia! Esta mujer que pensáis entregar al servicio de Dios no está libre. No puede jurar amar sólo a Dios ya que antes me lo ha jurado y se ha entregado a mí, Pietro Lansi Odelo.
__¿Es cierto lo que dice este hombre?
__¡Pietro Lansi! ¡salid de aquí inmediatamente! ¡estáis ofendiendo a Dios con la mentira y con esa ropa que no os corresponde, y a mi honor y al de mi hija!
__Esta capa la tomé prestada sólo para que me dejaran entrar a tiempo de evitar esta farsa. Ya me la quito y soy sólo Pietro y digo la verdad. Vuestra hija Bianca me entregó su amor, de palabra y de hecho, ante la Virgen, en vuestra casa. Y vos lo sospechabais, por eso me alejasteis de aquí para la ceremonia.
__¿Es verdad eso, maldita hija?
……………………………
__Fíjese hermana Antonia…
__Ya lo veo, hermana Sara, la hija está diciendo que sí, la abadesa se tapa la cara y rompe a llorar...
__La hermana Donotila se ríe con disimulo...
__Creo que la madre se está desmayando...
__Sí, desde aquí la veo en el suelo.
__No me extraña, con las barbaridades que está diciendo su marido.
__No podíamos esperarnos esta escena terrible…
…………………………………
__¡Bianca, maldita hija, maldita mujer! ¡reniego de ti, ya no eres mi hija! ¡Me arrepiento de haberte engendrado! ¡maldita seas mil veces! ¡
__¡Pietro! ¿Qué has hecho? ¡No somos libres de amarnos!
__¡Bianca, amor mío, no temas, no te rindas ahora, no llores, no te desmayes!
__Bianca, abre la boca, toma unas gotas de este vino que te reanimará.
__¡Hermana, ese vino es para la Misa, será la Sangre de Cristo!
__Sí madre, pero si Jesús dio su Sangre para salvarnos, bien podemos reanimar a esta muchacha con él.
__¡Bianca, amor mío, sé valiente y di que nos queremos! ¡Que ante Dios y la Santísima Virgen lo hemos jurado!

Diálogo V

__¡Amadísimos fieles! Ante nosotros se presentan nuestros hermanos, Pietro y Bianca, que han manifestado su amor y su intención de unirse en matrimonio. Ambos son libres: de Pietro me consta y de Bianca acabamos de oír como su padre la deja en libertad al renegar de su paternidad. Por tanto, con la autoridad que me da la Santa Madre Iglesia, los bendigo y declaro ¡Marido y Mujer! Los juramentos de fidelidad mutua y a la voluntad de Dios los doy por expresados. Así pues, con mi bendición, pueden retirarse.
__¡Amén!
__¡Así sea!
__¡Dios los bendiga!

Diálogo VI

__¿Ves Bianca, amor mío, como se ha solucionado? Ven conmigo. ¿Tienes frío? Ese vestido de novia es demasiado fino. Con esta capa que he traído te cubriré para salir de aquí. Por Dios, no llores más. Ya me tienes a mí y yo a ti. Por allí veo a Giulio.
__¡Eh, Giulio, no te vayas! ¿Puedes llevarnos contigo?
__Pietro ¿Cómo traes así a Bianca? ¿No es esa la capa morada que tenías que dejar aquí?
__Sí, pero de momento me hace falta. ¿Puedes llevarnos contigo?
__Subid pronto. ¿Cómo es eso? ¿Has robado a la novia al pie del altar?
__No va robada, sino casada conmigo. El Arzobispo entendió pronto cuando dije ante todos que ella me había dado palabra de amor y nos ha dado la bendición de casados.
__¿Y dónde la llevas ahora?
__No he tenido tiempo de pensar, la casa de mi madre queda lejos. Tal vez podamos descansar en la tuya, si te parece, y después ya buscaremos albergue.
__¿No crees que Bianca tiene mal aspecto? Debe tener hambre. Si iba a comulgar, no habrá comido nada. Voy a parar en aquel mesón, tenemos que reponer fuerzas.
__Bianca, amor mío, vamos a entrar en esta casa. ¡Ah! ¡Ya veo que no puedes hacerte ver con esa ropa! Yo te acercaré un tazón de sopa, pero ya viene Giulio con él.
__Toma, este es para Bianca, después te traeré a ti. No la dejes sola. Yo comeré dentro.
__Bianca, amor mío, levanta la cabeza. Procura tomar esta sopa que te confortará hasta que lleguemos a casa de Giulio. ¡Por Dios, no he pensado si la mujer de Giulio tendrá habitación para nosotros! Bianca, por amor de Dios, come. Yo no puedo comer por ti.

... CONTINUARÁ...

lunes, 27 de octubre de 2014

EL TRIUNFO DEL AMOR. Entrega primera.



Inspirado en la música religiosa de la ópera
"Cavallería Rusticana" de Pietro Mascagni.

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Diálogo I

__¡Augusta, Augusta! ¿me oyes? ¡ven aquí!
__Aquí me tienes, esposo mío, dime.
__Tenemos que hablar de algo importante. Ya sabes que la semana pasada estuve hablando con el abad mitrado de San Calixto. Quiere comprar buenas maderas para el techo de un nuevo refectorio que va ha construir en su monasterio. No sé si sabes que a su vez es el director espiritual de las monjas de San Donato (que fue discípulo de San Benito) y me estuvo hablando de lo bien que va el convento, tienen muchas aspirantes a ingresar en él por la fama que tiene. Allí hay medio centenar de mujeres felices, de varias edades y de distinto origen. Su vida está tan organizada en horas de trabajo y de asueto, que todas están alegres.
__¿Todo eso te ha contado un abad mitrado, que las visita tres veces al año? ¿Puede decir que todas están contentas y que hay varias deseando entrar?
__Sí, todo eso. ¿Es que lo pones en duda?
__Me extraña un poco, aunque si tú lo encontraste creíble, será cierto.
__Pues por eso mismo, porque me ha parecido cierto, he pensado en llevar allí a nuestra hija. Creo que tendrá una buena vida y será feliz.
__Lo das por cierto.
__Sí, ya lo hemos hablado el obispo, la abadesa y yo. Están conformes en acoger a nuestra hija mañana, que es la fiesta de la Asunción y reciben a otras tres muchachas.
__¡Dios no lo quiera!
__¿Qué dices, estúpida mujer?
__¿Y a tu hija le has preguntado si quiere entrar en un convento de clausura?
__¿Qué sabe ella lo que le conviene? ¡Para eso estamos los padres!
__Me hubiera gustado verla casada.
__¡Quita de ahí, estúpida mujer, no quiero un hombre cerca de mi hija!
__¡Dios nos asista, Rocamaldoro!

Diálogo II

__¡Giulio, Giulio! ¡escucha! ¡para!
__¡Ah, Pietro! Ya paro, corre, sube pronto ¿qué haces tú por aquí, no estabas en Mastretta?
__Sí, estaba y allá voy contigo si vas allí. O pierdo la vida si no llego a tiempo.
__Sí que voy, a vender estos melones y una canasta de tomates, no los pises.
__Estaba allí, pero mi amo me dio una semana de licencia y vine a ver a mi madre. Mi hermano se vino ayer y me ha contado que hoy, por ser la fiesta de la Virgen Consolata, mi amo va a entregar su hija al convento de San Donato.
__¿Quieres decir que no te ha invitado a esa ceremonia?
__¿Cómo iba a invitarme? Lo que ha hecho es apartarme para que no se lo impida.
__¿Cómo ibas a impedírselo? Es su derecho de padre entregar su hija a la Iglesia o bien darla en matrimonio.
__Pues por eso yo puedo impedírselo, porque ella es, en secreto, mi esposa.
__¿Cómo? ¿La joven Bianca se ha entregado a ti en secreto y está conforme en ir al convento?
__Conforme o no, no puede negarse. Creo que su padre ignora lo nuestro pues habría formado un escándalo, pero quizás lo sospeche.
__¿Y qué piensas hacer ahora, hablar con él?
__No sé si habrá tiempo. Pero ¿oyes eso? Están repicando las campanas.
__Sí, por la fiesta de la Virgen. En todos los templos repican.
__¡Ah! Acaba de ocurrírseme una idea. ¿Pasamos por alguna iglesia?
__Sí, pasamos por San Eloy.
__Pues me bajaré un momento, tú me esperas. Voy a confesar.
__¿Para hablar con tu amo necesitas confesar?
__Es mejor ir con la conciencia limpia.
__Pues ahí tienes la iglesia, yo tengo que parar en otra calle. Pero si tardas me voy.
__Ve despacio.

Al salir de la iglesia, Giulio le preguntó a Pietro:
__¿Qué es ese bulto que traes?
__EL cura me ha encargado que lo lleve a las monjas, ya que voy allí. Es un copón con hostias y una capa de ceremonia, hoy necesitan refuerzos. Lo pondré en este canasto, no se puede llevar a la vista un copón de oro.
__Se oyen más campanas ¿sabes dónde está el convento?
__Sí, al final de la calle San Donato.
__¿Qué vas a decirle a tu amo, el señor Rocamaldoro?
__Quizás se lo haya dicho ya su hija, o tal vez su esposa. Pero de cualquier modo hoy lo va a saber.

Diálogo III

__¡Paso, paso, por favor, tengo que llegar al altar!
__¿Por qué no va por la otra puerta, no ve que está lleno?
__Por la sacristía está cerrado, ya están todos en el altar, y yo traigo las hostias para consagrar.
__Pase, pero mire dónde pone los pies, hay mujeres arrodilladas.
__Descuide, no puedo permitir que se me caigan las hostias ni que se me enrede la capa.

(Continuará...)

martes, 7 de octubre de 2014

TOMAR DECISIONES. Último capítulo.



Llegó la fiesta. Era digno de ver como habían puesto el altar: Flores en jarrones plateados, candelabros en pequeñas repisas intermedias; manteles de altar, de encaje desde luego. Lo propio para celebrar nueve bodas juntas, sin contar la mía ni la de Paquita.
Delante del altar, un sillón de respaldo alto pintado y dorado para el sacerdote que nos preguntaría:       
_¿Queréis...?
Para las santas novias habían puesto unos reclinatorios vestidos de blanco. Todo  quedaba precioso.
A los dos lados del altar unos sillones respetables de alto respaldo para las madres principales, que hoy llevaban batas nuevas y algo como un velo en la cabeza, no el pañuelo de diario.
Cuando nos indicaron, empezamos a salir en fila desde la sacristía a ocupar los reclinatorios. Eran cuatro delante y cinco detrás. Yo iba la tercera de la segunda fila.
Al salir a la capilla, al público, enseguida distinguí a mi padre y a mi madre y les tiré un besito. Alguien se rió por esto. Pero mi sorpresa fue que en el mismo banco estaban Javier y sus padres.
Empezó la ceremonia, no sé que latines y bendiciones. El incienso me daba ganas de estornudar.

Y yo empecé a acordarme de que aquel chico que vino a hablar con mi padre para poder hablar conmigo y mi padre no se lo permitió porque: yo “no sabía tomar decisiones”.
Me volvió aquel disgusto, y los rezos, cantos, bendiciones, novias que suben al altar a hablar con el cura aquellas difíciles palabras que yo no aprendí, me estaban aburriendo mucho.
El cura llevaba una pesada capa que fue dorada alguna vez, pero estaba gastada y algo sucia.
Las “novias ”volvían a su sitio con la cara enrojecida de emoción (vaya usted a saber porqué).
De pronto recordé que Javier había dicho de hacernos novios y después casarnos. Esto empezó a cosquillearme y antes de que me llamasen para ir al altar, me levanté y fui al banco donde estaban todos: Javier me dejó sitio a su lado, mi madre alargaba la cabeza para oír. Yo le dije a Javier:
_¿Tú no querías casarte conmigo?
Yo no sabía lo tímido que es Javier, pero aun me contestó:
_Yo sí quería casarme contigo.
_Pues vente, que este cura nos va a casar, ya veras.
Le cogí de la mano y lo llevé al altar justo en el momento que la Maestra me nombraba, con una  voz muy teatral.

Nos arrodillamos ante el cura, que me escuchó atentamente a pesar de su sorpresa.
_Mire Padre, yo no quiero ser monja, ni esposa de Jesucristo cómo esas. Yo quiero casarme con este muchacho que me quiere: así que puede usted darnos la bendición ¿verdad? Yo soy Julia, amo a Javier y quiero ser su esposa.
Le di un codazo a Javier que reaccionó y dijo:
_Yo soy Javier, amo a Julia y quiero ser su esposo.
_Padre diga ya las bendiciones.
El cura sudaba, le caían las gotas por las mejillas hundidas.
Yo saqué mi pañuelito de la manga. Él lo cogió y se lo pasó por los ojos. Luego dijo:
_Yo veo muy bien que os améis y deseéis casaros, pero no en este momento: hay que tener los documentos, el cursillo y publicar las amonestaciones...
Al oír esta palabra supe que habíamos dado en hueso.
Y para no molestar más dije: Vámonos  Javier, que aquí valen más los papeles que las personas.
Nos fuimos a sentar en el banco.
Mi padre había desaparecido. Mi madre lloraba sin disimulo y los padres de Javier se miraban y sonreían, creo que estaban divertidos, pero yo sólo notaba mi enfado porque si no llego a darme cuenta de que las palabras que decía el cura eran para hacerme  monja y que por poco caigo en la trampa...
En la capilla hubo un pequeño desorden.
Los que cantaban los motetes en el coro no sabían si habían terminado y como quedaban dos novias, volvieron a empezar.
Las madres monjas, con mal disimulado cuchicheo, desde el altar me señalaban. Al fin una se decidió a venir despacito por el pasillo para decirme:
_Julia, tienes que ir a quitarte el vestido.
Se me ocurrió fastidiarla un poquito:
_Pues sáqueme del guardarropa el vestido que traía cuando vine.
Claro está que no habían pensado en ello y estaría en mi maletita en algún desván.
Así que salí vestida de novia, entre el público, del brazo de un muchacho. Y mi madre lavada la cara con los lagrimones, huyendo de sus amigas, buscando a mi padre que huía delante. Habían pasado una vergüenza muy grande.

Y es que no puede darse gato por liebre, de esa manera, a una hija.
Después de esto he aprendido mucho y en adelante sabré: TOMAR DECISIONES.

FIN


martes, 30 de septiembre de 2014

TOMAR DECISIONES. Segunda parte.



Estuve, dos días sin ganas de comer. Pero mi madre sí iba a la costura y al maquillaje. Días después vino a vernos mi tía Fuensanta: yo no quise salir a verla, tampoco me llamaron, pero si oí que mi madre decía: “Ya hemos tomado una decisión con la niña”. (¡MENTIRA, MENTIRA de madre, que son muy mentirosas! ¡Yo no he tomado nada con ellos!)

Al otro día mi madre me preguntó si me gustaría entrar en un colegio de señoritas por unos meses. Conocemos uno muy bueno, podrás tener amigas y aprender cosas bonitas como bordar, cantar y pintar, me dijo. Me pareció estupendo y a la tarde siguiente me llevó al colegio ese. Sólo permitían llevar una maletita, así que no pude meter libros. Nos recibió la directora, aunque a mí me pareció la cocinera o ama de llaves. Yo esperaba una dama bien vestida y bien peinada (mi madre me había hablado de un colegio de señoritas) pero aquella señora vestía una bata o  vestido abotonado en color gris y en la cabeza un pañuelo como las campesinas.
Como lo tenían ya hablado todo entre ellas, se despidieron y la señora cogió mi maletita y me llevó por unos pasillos hasta otro donde abrían doce puertas iguales: eran los dormitorios, con una camita, un lavabo de hierro, un armario pequeño y una mesa pequeña con una silla tambaleante.
Con una amplia sonrisa, digna de mejor ocasión sacó del armario un vestido o bata igual a la de ella pero en azul vaquero.
_Vístete, que enseguida vengo a buscarte para la cena.

Así fue: me llevó por otros pasillos a un comedor pequeño. Cuatro mesas a las que ya estaban sentadas tres alumnas y una maestra (luego supe que hay que llamarlas “madres”), aunque ya me di cuenta por los vestidos. Yo completaba una mesa. Nos servían otras madres todo en silencio. Por un pequeño altavoz salía una voz que recitaba algo y música de iglesia.
Terminada la cena fuimos a un saloncito donde formamos los mismos grupos sentadas en unas incomodísimas sillas de anea. Nada parecido a un salón familiar donde lucirse con lo que yo suponía que iba a aprender allí.
Tuve que presentarme: me llamo Julia y soy de Ciudad Real, tengo padre y madre pero no tengo hermanos.
Un movimiento de simpatía las hizo moverse como una ola.
_¡Pues aquí todas somos hermanas!
(Demasiadas, pensé yo) pero dije:
_¡Qué bien!

Sonó un reloj y todas callaron, se pusieron de pié formando una fila. Una madre se puso delante, otra me cogió dela mano, me puso al final y ella detrás hasta llegar a la iglesia.
Ya estaban allí las otras madres, con sus batas de trabajo en gris: quizás no tenían otros vestidos. Empezaron a rezar de varias maneras; unas veces todas a la vez, otras veces contestando a una que nombraba a los santos. Yo quería ser una señorita culta que pudiera acudir a las reuniones, como iban mi tía y mi madre cuando eran jóvenes. Aquello de rezar por la noche no creo que lo haga nadie ahora, pero había que saberlo, como los nombres de los santos para poder felicitar a los amigos: me fijé mucho y en unos días me los aprendí.
Después de la comida y la reunión de tres alumnas con una madre, había una clase para las que sabían menos (las que tenían más cultura iban a fregar los platos). Yo procuré sacar varias faltas en la prueba para poder ir a clase: yo iba allí a aprender palabras interesantes, no a fregar. Así se esforzaron en que yo aprendiera.

La geografía no se me quedaba, porque yo me estaba inventando unos cuentos y ponía a mis personajes a ir andando o corriendo de una ciudad a otra y así no era.
Procuraba no aburrirme. Y en el coro cantaba más fuerte que otras que parecían maullar: yo tenia que preparar  mi voz y mi postura para cuando nos tocase aprender canciones de salón como esa tan bonita: “Me llaman la primorosa...” o aquella otra “De los álamos vengo, madre”. De momento no salíamos de “El trece de mayo...”y del “OH buen Jesús, yo creo...”
Yo siempre procuraba aplicar lo que nos enseñaban a mi futura posición de SEÑORITA, adornada de gracias.
Algún sábado venía mi madre a verme, muy arreglada y maquillada. Cuando yo saliera de aquel colegio también iría al maquillaje, masaje, relax, pues hay diferencia entre ir o no ir bien peinada. Me preguntaba si estaba contenta, si me llevaba bien con mis compañeras. A todo le decía que sí y me extrañaba porque se ponía un poco triste. Creo que me tenía envidia. Yo con tantas amigas, aunque era mentira, pues apenas podíamos hablar, y ella sola con mi padre y sus rebuscadas palabras.

Un día vi que una de las alumnas, la buena de Rosa, se escondió en un retrete a llorar. Yo la obligué a abrirme y sentadas de lado en la taza le pregunté qué le pasaba, pues la había visto así varias veces. Bajando la voz, pero llorando mucho, me dijo:
_¡Es que yo no quiero ser monja!
_¿Pero es que tú vas a ser monja?
_¡Pues claro, como tú y como las otras!
_Pero es que yo no voy a ser monja.
_¿Entonces, qué haces aquí?
_Pues educarme para señorita.
_¡Tú eres tonta, retonta!
Bajó la voz porque se acercaba alguien pero pasó de largo. Nos callamos, pero luego le dije:
_Esto es un colegio para aprender, y yo cuando acabe el curso me iré a mi casa.
_¿Eso te ha dicho tu madre?
_Pues sí, y me pregunta si aprendo y si estoy contenta. La verdad es que estoy a gusto con vosotras. Sólo que vuestras palabras no las entiendo, por ejemplo: Loli dice que va a ser esposa del Señor y si el Señor está muerto, va a ser viuda el mismo día. ¿No?
_Es que no entiendes nada, Julia, tú también vas a ser esposa del Señor.
_¿Yo? Pues que yo sepa no me ha pedido en matrimonio. Ni yo a él.
_Ni a mí, pero luego el cura nos preguntará.

Un día vi en nuestra sala un montón de vestidos blancos. Tomé uno y vi que era largo, de seda, como de novia pero sin encajes ni adornos, las mangas largas y el escote cerrado. Conté doce, supuse que nos vestirían con ellos para un coro. Tal vez bien planchados no se notara que eran viejos.
Entraron dos madres que se ocupaban de la costura y tomando uno miraban la talla.
_Este para Juana.
_Las mangas le vendrán cortas.
_Pues este otro le quedará bien.
Yo estaba algo divertida pues las expresiones de algunas compañeras eran cómicas. Las que iban para esposas del Señor se sentían felices de que se acercara el momento. El momento de no sé qué.
De las que no estaban a gusto, vi alguna llorando mientras le probaban uno y otro. Otra lloraba porque le había tocado un vestido feísimo, con unos cortes que ni planchándolos quedarían bien. El mío era un poco mejor. El año anterior lo regaló su familia a una colegiala, así que estaba nuevo.
Yo creí al principio que sería para formar un coro, pero no.
Otra tarde la maestra nos propuso repasar las preguntas y respuestas del sacerdote y las nuestras.
_Así que cuando pregunte: ¿Queréis...?
A mi se me apretó la garganta, porque si pregunta ¿queréis?, y eso es lo que se dice para varias personas y teníamos que contestar todas, pues con las que dijeran “sí” entraba yo. Y no estaba dispuesta. Yo pensaba en que mi salvación estaría cuando me preguntara a mí sola:
_¿Quieres (ser monja o esposa del Señor, lo que fuera) yo le diría:
_No, señor, no quiero.
Pero ese “¿quereis?” se me atragantó. Yo veía que todas se aprendieron la pregunta y las respuestas pero yo no me aclaraba.

Vino mi madre a verme y me preguntó si estaba contenta. Si me habían probado el traje de novia. Le dije que sí, porque el mío era el más bonito. No le descubrí nada de mi plan. La noté preocupada, seguramente creía que me iba a quedar allí por las buenas, sabiendo que me engañaba. En ningún momento me preguntó si quería volver a casa. Pero no me podía negar la entrada porque soy menor de edad. Porque en cuestión de palabras yo había adelantado mucho. Las maestras explicaban cosas de “estar en religión”. Eso quiere decir ser monja o cura y hay que tener la edad o un permiso especial de los padres y del obispo.

Dos días antes de la fiesta desapareció Paquita, es decir, estuvo en el desayuno y no en la comida. A la hora del recreo, después de comer, dos de las madres se lamentaban:
_¡Otra vocación perdida!
Yo miré a mi compañera, me acerqué un poco y le dije:
_Se la habrá llevado Paquita ¿No?
Me miró con una especie de lástima, y me dijo:
_Seguro.
Pero yo noté que no pensaba lo mismo que yo. Otra vez una palabra que se me escapaba: vocación. 

... CONTINUARÁ...