¡Qué veloces van las horas
recorriendo su camino!
Semejan un torbellino
o un furioso vendaval,
que trastorna en un momento
cuanto levanta a su paso,
y lo que ahora nos muestra
presto nos vuelve a ocultar.
Ya estamos en el domingo,
en la mañana de Pascua,
ya quedan para el pasado
las horas de la Pasión,
ya un suspiro de alegría
generosa ensancha el pecho,
de los fieles que han seguido
los caminos del Señor.
Apenas han terminado
de ungir el Cuerpo Sagrado,
con su piedad las mujeres,
cuando no hace falta ya.
Que el que es Señor de la vida
la toma cual la dejara
¡Ya van sus llagas bañadas
en divina claridad!
Ha dormido ya su sueño
-descanso tras de la guerra-
y ahora sale de la tierra
que en su seno le ocultó,
y un impulso irresistible
que en su alma siempre alienta
le hace decir a los suyos:
-“Me vuelvo Al que me envió”-.
Ya han pasado aquellas horas
de tormento y agonía,
ya la vista de María
aliviada del dolor.
Los que débiles huyeron
van tornando a su regazo,
y glorioso alzas tu brazo
para otorgar el perdón.
Ya tus vestidos teñidos
de púrpura y escarlata
son blancos como la lana,
cual la nieve es su color.
¡Sobre todo, Jesús mío,
esos tus ojos amados,
que brillan con los fulgores
de feliz Resurrección!
Así brillarán ¡oh Madre!
los ojos de estos cristianos,
que han seguido paso a paso
las huellas de su Señor.
Hemos muerto en el calvario
y hoy cantamos ¡Aleluya!
que es el canto del triunfo,
epílogo del dolor.
Y lo cantamos ¡muy alto!
para que llegue hasta el cielo
y lo cantamos ¡muy hondo!
muy dentro del corazón.
Damos a los cuatro vientos
el grito de la victoria.
¡Que se entere el mundo entero
que resucitó el Señor!
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Escrito por Adelina Pérez Blaya en 1957