Con todo lo
que habíamos hablado Tataeu y yo me quedé muy preocupada. Pensé que de
cualquier forma yo tenía que librarme de aquel peligro, porque también acudió a
mi mente la noticia de que alguna mujer se había desangrado en ese trance. En
todo este ir y venir de mis pensamientos quedó de fondo una idea: la mujer
tiene que soportar cualquier dolor o peligro por dos razones, una es que el
varón así lo disfruta más y la otra, muy antigua, que así se sabe quién es el
padre de lo que nazca de ese acto.
Chorradas,
yo no tengo porqué ofrecer en sacrificio mi salud a un desconocido para su goce
y por otro lado en el poco probable caso de que mi marido dudase de mi
fidelidad ahí están las famosas pruebas de paternidad.
Así que me
fui a ver a don Agustín. Estando en la sala de espera me vio.
_Isa...
Marina ¿estás mal?
_No, don
Agustín, vengo a hablar con usted.
Le conté mis
preocupaciones y cómo yo quería librarme de aquel peligro, que por lo visto
podía acecharme (¡pues que suerte!), me lió un sermoncito de lo mismo que yo ya
conocía y no me dio ninguna solución.
_Por lo que
veo en usted no encuentro ayuda __dije poniéndome de pie__. Sabe lo que sufro
por no saber quién es mi padre, ni de quién es esa poderosa voluntad que me lo
niega. Y quizás él me comprendería. Ahora quiero sortear un peligro y usted me
corta el camino. Pero no importa, ya verá como salgo de ésta yo sola. __Esto
último lo dije ya llorando__.
_Siéntate,
espera, te voy a ayudar en lo que de mí depende.
Por su
cambio de actitud vi que era verdad que me ayudaría. Tomó el teléfono y en un
par de llamadas consiguió una cita para una ginecóloga, el viernes por la
tarde.
Yo tenía
disgusto por que iba a hacer algo poco usual, pero el temor a un imprevisto,
como aquello que me habían contado, podía más que mi repugnancia. También era
que no se lo había consultado a nadie ni siquiera a Tataeu, porque podía sufrir
con ello. Así que la tarde prevista salí de casa con mi bolso y una gran
carpeta, diciendo: vendré algo tarde; aunque no sé si alguien me oyó.
Llegué a la
clínica, le di la carta de don Agustín a la recepcionista y enseguida me
atendió una doctora bastante joven. Por el pasillo adelante me iba hablando con
desenvoltura, pero no sé de qué. Entramos a una sala de curas y me indicó donde
poner mis cosas y sentarme. Preparó algo en la mesa y se me acercó con algo
punzante que aplicó a mi dedo. Con destreza retiró la gota de sangre que salió
y me dejó sola. Creo que fueron unos minutos pero tenía ya ganas de llorar. Cuando
llamaron a la puerta de fuera sentí que alguien iba ligera por el pasillo, oí
saludos, voces amistosas y de nuevo la doctora a mi lado.
_Te veo muy
apurada pero esto no es algo especial, de hecho bastantes mujeres tienen que
recurrir a esta pequeña cirugía sobre todo algunas que se casan con hombres
mayores. Y entre las jóvenes, cuando han experimentado alguna dificultad para
empezar sus relaciones. Así que tú solo te has adelantado a los problemas.
Te ponemos un
poco de anestesia, y en un cuarto de hora te despertarás, un poco aturdida y
mareada con algo de dolor pero muy soportable. Ya está aquí don Agustín.
_¿Pero es
que don Agustín va a estar aquí?.
_No aquí
dentro, pero él se hace cargo de ti después. ¿No te lo dijo?
_No me
acuerdo, pero me alegro de tenerle cerca.
Me sentí
mejor y colaboré con la doctora y su ayudante hasta que el sopor previsto me
invadió.
Creo que
tuve pesadillas, o tal vez percibía los movimientos y trasteos a que me
sometieron.
Cuando me
empezaba a despertar noté que estaba sola, a oscuras y que tenía frío. No sabía
si tenía que llamar ni a quién, así que probé dando un gemido, que fue eficaz
pues la doctora acudió, me arregló la manta y me tomó el pulso.
_En un
ratito más estarás lista, duerme si quieres.
Creo que
dormí un buen rato, de todos modos al fin estaba despejada mi cabeza, pero un
poco torpe de las piernas. Me ayudaron a vestirme y salí al pasillo. Don
Agustín me esperaba. Me acerqué a él y le di un beso. Su paciencia y dedicación
por ayudarme hacía que lo sintiera cercano. Sólo dije:
_Gracias,
gracias por todo. No sabía que te tenía a ti. Se sonrió y me llevó del brazo
hasta la calle.
Estaba
lloviznando. De todos modos él había pensado tomar un taxi. Yo estaba algo
confusa aun y me asusté cuando un coche paró delante de nosotros. Era el taxi.
Agustín me ayudó a acomodarme y entró por la otra puerta. No hablábamos. Ya
cerca de mi casa me dijo:
_Procura
descansar esta noche y mañana me llamas.
En esto veo
que el conductor, de unos cuarenta años, muy guapo por cierto, me está mirando
con una sonrisa entre burlona y cómplice y me dice con tono que quiere ser
afable:
_¿Se
encuentra mal, señorita?
De pronto me
acordé de lo que me dijo Tataeu. Así que el buen hombre esperaba que yo le
dijera algo muy normal:
_Pues sí, me
encuentro mal, porque este señor que me acompaña acaba de desvirgarme. __Claro
que eso no fue lo que dije. Mi respuesta, que a mí me sorprendió, fue de lo más
amable e ingenua y seguí diciendo__:
_Si, no vea
que caída he dado. Al subir unos escalones de madera se ha despegado uno de un
lado y he dado un rodillazo tremendo y la chica que venía detrás cayó encima de
mí... Vi que ya no escuchaba, no era lo que quería saber Y Agustín, fuera del
campo del espejo retrovisor, me sonreía con aprobación.
Al salir del
coche ya estaba más despejada y simulé una cojera convincente en honor del
curioso conductor.
A partir de
mi experiencia he visto que es cierta la curiosidad morbosa por el “antes” y
”después de...”, y me he prometido no hablar de ninguna otra mujer, ni por
supuesto de mi decisión.
Días después
de “mi centímetro extra” estaba en mi habitación pensando que mi decisión me
había hecho madurar como mujer, pero no faltarían problemas.
Ahora tengo
que tener más cuidado en que mis palabras y mi actitud ante los muchachos no
sea ni remotamente “invitadora”. El coqueteo se me hace peligroso.
En esto veo
entrar a mi hermano, que ha llamado ligeramente y de una manera teatral. Viene
envuelto en la bata de su padre, por lo que sospecho que se prepara para darme
una lección especial de su curso de “seducción”. Viene peinado y perfumado.
¡Horror!
_¡Hola,
hermanita! Hace mucho que no encuentro tu puerta abierta.
_¿Qué
quieres, a que has venido? Dije procurando ser seca.
_¿Pues no
ves aquí al infatigable guía de tu porvenir de mujer seductora?.
_Pues sí,
veo tu facha de conquistador de sainete, pero no necesito tus sugerencias de
seducción, que están anticuadas como estará el librito ese de donde las sacas.
Dime. ¿A cual de tus amigos puedo yo poner ojos de gatita mimosa? ¿A quien debo
dejar que me roce la rodilla?. Eso no es para mí. Cuando yo le guste a un
hombre no será por esos arrumacos.
_¿Así es
como agradeces lo que te he enseñado?
_Lo que yo
he aprendido es cómo querías aprovecharte de mí. Hoy venías a enseñarme a
besar, te lo he visto en la mirada.
__¡Eres una
hija de puta!
_¡Soy hija
de tu madre, no lo olvides!
_Si, ¡pero
cuando te tuvo a ti era una putilla soltera! En cambio yo soy el hijo legítimo.
Esta casa se la dio tu padre como pago cuando naciste y después se casó con mi padre.
¡Pregúntaselo a las vecinas, que bien que lo comentan por ahí eso y lo guapo
que era!
Y se fue
dando un portazo. No puedo recordar bien cómo reaccioné pues los sentimientos
se mezclaron. De un lado la ira contra las maquinaciones de Luisito, pero un
rastro de luz me iluminó: había dicho que yo era hija de otro padre. Y esto es
precisamente lo que yo ansiaba saber.
Luisito se
fue dando voces por la terraza que comunicaba mi cuarto con el salón y su
dormitorio, gritaba:
... Continuará...