miércoles, 13 de agosto de 2014

EL LIBRO DE LOS SALMOS. Capítulos 33, 34 y último.


EL VIAJE DE REGRESO

Salió hacia la calle, al autobús que las devolvía al pueblo. Herminia se sentó casi en la última fila, delante iban la profesora y las otras chicas. Se hacía de noche, las farolas al borde del camino, los coches que venían en dirección contraria… le molestaban las luces.
Herminia sacó de su bolso un gran pañuelo de cuello y se tapó la cabeza, apoyando la sien en la ventanilla. Quería aislarse de todo. Una de las compañeras, que iba delante de ella, se volvió y arrodillada en el asiento tocó a la que iba al lado de Herminia para decirle:
__Oye. ¿Te has fijado en lo guapo que era el cura?
Sorprendida la amiga le contestó:
__¿Qué cura?
__Pues el que nos ha hablado tanto. ¿Es que no te ha parecido guapo?
__Yo qué sé. No, no me ha parecido especial.
__Pues yo creo que a más de una le ha hecho “tilín”.
Herminia se ajustó el pañuelo que le tapaba también la cara.
__¿Y qué? ¿Qué podía hacer la que le gustara? -Dijo la otra-.
__Pues buscarlo para hablar con él.
Herminia sintió que se le aflojaban las piernas una vez más. Pero se decidió a intervenir.
__Sí. ¿Y decirle qué?
__Pues podía preguntarle algo, por ejemplo: si es pecado besar a un chico.
Herminia de un manotazo se apartó el pañuelo de la cara y se enfrentó a la que hablaba:
__Pues a mí me parece una estupidez preguntar eso. Eso se lo preguntas a Don Esteban, el párroco, que para eso está. Si yo hubiera podido hablar con éste, que sabe tanto, le hubiera preguntado por qué tuvo Dios que hacer a Eva de una costilla de Adán y encima robársela, teniendo todo el barro del mundo para hacerla entera.
__Bueno, -intervino blandamente Sonia-, le tomó una costilla a Adán.
__Sí, pero por la fuerza, robada, porque si Adán se la hubiera dejado coger de buen grado no hubiera tenido que dormirlo… así que fue robada. Y eso ha traído malas consecuencias… los hombres se lo echan en cara a algunas mujeres.
Doña Trinidad, la profesora, oyendo a las chicas discutir y no sabiendo porqué, vino desde su asiento a ver qué les pasaba.
__Niñas. ¿Estáis peleando por algo? Acabamos de ponernos en gracia de Dios…
__No nos peleamos señorita. Es Herminia que dice que Dios le robó una costilla a Adán…
__¿Quién te ha dicho eso, niña?
__Nadie, lo dice la Biblia. -Dijo Herminia contundente-.
Doña Trinidad agachó la cabeza y se fue a su asiento.


Herminia se había permitido desmenuzar los recuerdos de aquél día de su juventud y ahora le parecía pueril y risible todo lo que había pasado. Se pudo reír recordando cómo el cura trataba de disimular con sus rezos el pecado que cometía. Consiguió, eso sí, que ella no se percatase del todo de lo que le había hecho.
¿Pero mereció la pena que ella no lo agradeciese? ¿Que no colaborase? Bueno, pensó Herminia al final, la verdad es que todo fue un poco apresurado. Sintió mucho miedo, que sirvió para que ella no lo delatara, porque ¿cómo podría ella explicar que le había dado una lección práctica sobre la Biblia mientras rezaba sus oraciones obligatorias?
Tampoco podía contarle a nadie que después ella había seguido buscando su trozo de Adán, aunque una y otra vez se le escapaba, que llegó a gustarle ese tipo de prueba, y que ya no le importaba encontrar el suyo propio. La variedad de “Adanes” no le iba mal.


FIN DEL TRIDUO Y LA PROCESIÓN

Fue a la iglesia el último día del Triduo a la Asunción de la Virgen. Esta vez no se sentó al final, sino en medio de la iglesia, donde el predicador derramaba su mirada al par que sus palabras dulzonas, explicando una y otra vez el milagro de las bodas de Canaan y la subida de la Virgen al Monte Calvario detrás de su Hijo, como méritos para una muerte especial. Herminia apreció entonces que tenía una bonita voz, que el discurso estaba bien escrito, aunque un poco pesado y que posiblemente, cuando ella lo conoció, era guapo.
No le extrañaría que, incluso ahora, alguna mujer quisiera seguir escuchándolo y fuese a preguntarle cualquier bobada, por el solo placer de que le hablase en directo. ¿Qué le diría si fuese ahora a preguntarle como creó Dios a Eva? Le pareció divertido hacer esa travesura.
Salió de la iglesia con todos. Le pareció que él había mirado para ella dos o tres veces, pero no se hizo ilusiones. Podría ser que no viera bien de lejos o incluso que viéndola, no la recordase.

Al día siguiente, día de la Asunción de la Virgen, hicieron una pequeña procesión con una imagen de la Virgen Inmaculada, porque al estar mirando al cielo podía pasar por la Asunción. Nadie nos dice que la Virgen tenía más o menos cincuenta años cuando terminó su vida terrenal. Lo que sí nos cuentan es que los apóstoles acudieron por una llamada celestial junto a su lecho a despedirla y que se quedó dormida, no muerta, pero nadie se ha atrevido a representarla con esa edad. Si todo era júbilo porque su Hijo vendría a llevarla con Él al Cielo, tenía que estar guapísima, así que una imagen al estilo de Murillo iba bien.

LA INVITACIÓN

Días más tarde recibió Herminia una tarjeta donde el párroco la invitaba personalmente a que acudiera a la iglesia. Este nuevo párroco deseaba ponerse a su servicio y firmaba como Vicente Laredo Ortiz. Herminia estaba confusa. ¿Quién era el párroco que la invitaba por escrito? ¿Acaso el viejo conocido se quedaba en esta parroquia? Porque el actual era don Ramiro ¿O acaso venía otro desconocido? 
Dejó pasar tres días y por fin se decidió a salir de dudas. Se arregló a conciencia con un traje sencillo, pero entallado, el pelo rizado y suelto, el maquillaje notable sin ser fuerte, los zapatos con tacones sonoros y el ánimo dispuesto a dar un disgusto a Don Ramiro, pues tenía la impresión de que era cosa de él. 
Con la tarjeta-invitación, se presentó en el despacho de la parroquia. Estaba la puerta entornada y pudo advertir que su antiguo y ocasional maestro de Biblia estaba sentado leyendo su breviario. Una lámpara en la mesa proyectaba un halo de luz sobre el libro y poco más. Herminia se paró a mirar. En efecto era el mismo, con el pelo cano, cortado a cepillo. Muy arropado en su sotana, con gafas, murmurando las oraciones que leía. Oyó la voz de Don Ramiro despidiendo a alguien por un pasillo y acercándose al despacho. Entonces lo esperó y al verle se dirigió a él con una afectuosa sonrisa:
__¡Ya me tiene aquí, Don Ramiro! Porque usted me ha invitado a venir. ¿No es eso? Esta tarjeta viene de usted, ¿verdad?
Don Ramiro se paró en seco, mirándola como mira quién ha sido sorprendido robando algo. La viva estampa de la culpabilidad.
__No, no, esa tarjeta es de Don Vicente, él te ha escrito, quiere conocerte.
__¿Y cómo es eso, por qué? ¿Alguien le ha hablado de mí y le ha entrado curiosidad?
Herminia sonreía con picardía y movía su melena perfumada. Don Ramiro no supo qué contestar y trató de marcharse, pero ella lo detuvo diciéndole:
__Entre conmigo y presénteme.
Y ya vencido iba a entrar cuando ella se adelantó, abrió la puerta y saludó diciendo:
__ “El Señor redime el alma de sus siervos, no serán castigados quienes a Él se acogen”.

Don Vicente levantó la cabeza del libro.
__¿Quién habla?
__“Hazme aprender tus caminos, hazme conocer tus senderos”.
Don Vicente se levantó del asiento, pero no distinguía a quien hablaba por la falta de luz.
__“De los pecados de mi mocedad no te acuerdes, ni de mis transgresiones”.
Don Ramiro, que había entrado detrás de ella  encendió la luz de la lámpara del techo y pudo observar la extrañeza de Don Vicente.
__¡Señora! ¿Por qué habla en salmos, qué quiere de mí?
__Pues lo que ustedes quieran de mí. Yo he venido llamada, usted me ha invitado a venir para conocerme. Aunque no era necesario. Ya hace tiempo que nos conocimos. ¿No se acuerda de la muchachita que en el convento de la Divina Pastora le fue a preguntar cómo Dios había creado a Eva? ¿Se acuerda cómo me explicó lo del ser completo Eva-Adán? ¿Y cómo no dejaba de rezar los salmos?
__¡OH, no, no! ¡No puede ser, aquella niña de mi pecado!
__La misma niña, sí, pero sin pecado. ¿Cómo vas a ofender a Dios con un pecado si le estás diciendo: “Me guías por senderos de rectitud, mi corazón salta de gozo.”?
__¡No, no! ¡Aquello fue mi pecado!
__Pues si te sientes aún en pecado te puedes confesar con el buitre éste de Don Ramiro, que está deseando saber y por eso me ha hecho venir a ver si me confesaba contigo el por qué yo rezo los salmos cuando algún Adán, de esos que hay deseando completarme, me prestan su parte sobrante. No sabes cuanto le he agradecido a Dios aquella lección. “En Él se alegra nuestro corazón. Venga tu gracia sobre nosotros”.

Alguien que iba a entrar en el despacho se paró al ver a Don Vicente tapándose la cara con las manos y casi sollozando, a Don Ramiro derribado en un sillón quitándose de un manotazo el alzacuello, con la cara congestionada, y a Herminia, que tan poco visitaba la iglesia, saliendo del despacho con un ligero taconeo y la mirada brillante de satisfacción. Algo así como la que tendría Judith después de degollar a Holofernes.

                          FIN


miércoles, 6 de agosto de 2014

EL LIBRO DE LOS SALMOS. Capítulos 31 y 32




SORPRESA EN LA IGLESIA

Herminia se dirigió a la Iglesia como había dicho. Estaba llena de fieles. Entre el mar de cabezas femeninas se distinguía alguna que otra calva masculina. Era la novena a la Asunción de la Virgen, fiesta muy apreciada por las mujeres, aunque las de la Pasión tenían sus devotos. Esta fiesta, aunque no se daban cuenta de ello, les hacía esperar una buena muerte, mejor una dormición, como la de la madre que subió al cielo en brazos de su amado hijo Jesús. Y la mayoría de las devotas suspiraban por una muerte así.
La Iglesia era un ascua de luz sobre un jardín de flores. Luces en lámparas y apliques de pared, candelabros como manos abiertas. Y flores. Flores en jarrones en el altar mayor, macetas por los laterales, guirnaldas de hojas y flores en donde se podía colgar. Una apoteosis, un cielo en la tierra. Más flores y luces de las que vio en su vida la Madre de Jesús.
El párroco dirigía las oraciones, el coro cantaba, los monaguillos incensaban el altar una y otra vez. Herminia pensó en cuánto trabajo se tomaban para mantener el rebaño reunido. Y que a ella le hubiese gustado más poder ir al casino.
Se terminaron los rezos y los cánticos, pero nadie se movía. Desde donde Herminia estaba, distinguió la figura de un sacerdote, que después de hacer un saludo al altar y otro al párroco que estaba sentado a un lado del presbiterio, subió la escalerita del púlpito. Así que la cosa va en grande, se dijo.
Toses, carraspeos, algunas palabras dichas al oído, toda una preparación de ambiente para escuchar. El sacerdote, muy versado en oratoria, empezó:
_ Mi alma glorifica al Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador, porque hizo en mi maravillas. Queridos hermanos, ¿Quién puede hablar de Maria sino Isabel y Juan que saltó de gozo? y ¿qué podía  decir Ella sino alabanzas al Señor?

Herminia sintió un golpetazo en el pecho, como si hubiera cortado el vuelo de una paloma, o de una gaviota, pero el golpe seguía y seguía, hasta que comprendió que era su corazón el que luchaba por echar a volar, pero estaba retenido en su pecho. Seguía oyendo al predicador: “Eres mi auxilio y mi escudo, Tu gracia sobre mí”.
El ave voladora dentro de su pecho le invadía los oídos, la garganta, las rodillas. Temió que su empuje la hiciese caer al suelo. Se afirmó bien en el asiento. Si era verdad lo que estaba sucediendo, es decir, que aquél predicador era EL MISMO de aquellos ejercicios espirituales, de los que nadie sabía nada, no iba a descubrirse ahora. No, no podía manifestar ninguna emoción. Ahora estaba escuchando la devota disertación del cura. Podía, sí, recordar.
Cuando ella tenía diecisiete años fue con diez compañeras y una profesora a un colegio de monjas en la capital para hacer unos ejercicios espirituales. Se unieron a un gran grupo de chicas procedentes  de algunos colegios de la misma orden. La capilla del colegio se llenaba de muchachitas mañana y tarde, ella estaba interna. Cuando a media mañana llegaban las externas tardaban un rato en saludos, besitos, reencuentros, hasta que una monja del convento ponía orden y las hacía colocarse en la capilla. Cuando habían conseguido un minuto de calma, aparecía el sacerdote, que se arrodillaba un instante ante el sagrario y luego se sentaba ante una mesita vestida con faldas moradas. Un pequeño foco de luz le servía para leer las tarjetas donde llevaba preparada la predicación del día. El resto de la capilla estaba sin luces. Sólo la claridad que entraba por las pequeñas vidrieras.
La voz pausada, clara, convincente; la explicación aparentemente sencilla, sin artificios. Se diría que todo era fácil de entender, de asimilar, de creer, de practicar. Tal vez influyera en ello, para bastantes de las cabecitas que tenía por delante, el foco de luz que era hipnotizante.
La masa se despertaba un poco cuando a una señal del sacerdote aparecía una monja que entonaba un canto cuya letra tenían todas en su poder. Así que el remover de papeles, algo de luz y el canto, las espabilaba para otra  hora de espiritualidad.
Como Herminia estaba interna, pudo descubrir que el sacerdote se hospedaba en el mismo convento. Lo vio internarse por un pasillo una noche, terminada la cena.

­­“!Al cielo, al cielo, sí! ¡Un día a verla iré! Al cielo, al cielo, sí! ¡ Oh sí, yo la veré”! Herminia se asustó. Una mujer cerca de ella cantaba con voz estentórea, unida al coro que había entonado la canción. El sacerdote bendijo a los fieles y bajó del púlpito. Herminia lo observó atentamente y creyó haberse equivocado. ¿Podría ser este hombre de andar pesado, espalda cargada, pelo blanco cortado a cepillo… el mismo?
Miró al conjunto de fieles que iban saliendo. Felipe y su mujer, Antonia, claro que se les nota el  paso de los años, porque ella los conoce desde… desde que pusieron la tienda de comestibles y eran jóvenes. Y doña Gloria, la maestra, que ahora lleva un discreto bastón. Y Eladio, el cartero, claro que sin el uniforme y la cartera de cuero parece mayor. Supongo que sí, que este sacerdote puede ser el mismo, con la huella de los años pasados, que son más de veinte. ¿Y yo? ¿Se me notarán a mí también los años pasados? Claro que no soy aquella chiquilla, ¿pero podría él reconocerme? Yo creo que sí. Si es que se acuerda. Porque habrá conocido a tantas…
Todo el rebaño fue saliendo, casi todo personas mayores, aunque colándose entre ellos un grupo de chiquillos que intentaba salir pronto. Habían estado demasiado tiempo quietos. El párroco, todavía ante el altar, recibía saludos y parabienes de algunos fieles. Se fueron apagando las luces.
Herminia tomó el camino de su casa. Se sintió un poco débil. El susto que se había llevado aún le demoraba los pasos. Abrió la puerta con su llave y ya dentro la cerró con el pestillo. Matilde, que oía la radio, le preguntó si ya quería la cena. Ella dijo que sí y que después se acostaría, le dolía la cabeza. Como Matilde no le preguntaba nunca, pero ella la trataba como de la familia, se vio comprometida a decirle algo que justificara su dolor de cabeza:
__No sabes lo que me he reído con mi hermano. Como no nos vemos casi nunca, hoy ha querido recuperar tiempo perdido y nos ha contado chistes y gracietas hasta marearnos. Y luego en la iglesia, con tanta gente, tantas flores y luces….

Matilde notó que Herminia había hablado más de lo que acostumbraba, así que el dolor de cabeza era por otra causa. Le sirvió la cena, que Herminia tomó casi sin saber qué estaba comiendo. Tenía ganas de recogerse a pensar. Se despidió de Matilde.

RECUERDOS

Ya en su cuarto con su ropa de dormir de verano, se sentó en la butaquita, sin luz, solo la que entraba de la plaza por el balcón. Todo el recuerdo se le vino de golpe o eso creyó de momento, aunque la verdad es que le venían fragmentos y no sabía qué cosa había sido antes y cuál después.
Por ejemplo: ¿Qué duda se le presentó tan urgente de resolver que la hizo seguir al sacerdote por los pasillos hasta su habitación? Hacía poco tiempo que su párroco le había dado permiso para leer la Biblia, y tal vez hubo algo que no entendió. Pero ¿era tan importante como para que él la invitase a entrar y tratara de explicarle? Porque ella, eso sí, entró en aquella habitación estrecha y larga. A la entrada había dos sillones tapizados en verde, duros, gastados y una mesita al pié de una ventana de ancho alfeizar que daba a un patio trasero del convento. Más adentro, una cama de hierro, con sus bolas doradas, un armario y otra ventana igual, y debajo otra mesa con libros y una silla. Esto era un recuerdo visual.
Pero ¿cuando empezó él a recitar los salmos? ¿Fue antes o después de acariciarle la nuca? ¿Estuvo ella sentada o de pié? Quizás de pié pues veía su rostro muy cerca, con unas gotitas de sudor en el labio superior. ¿Cuándo se había puesto aquél blusón negro, de tipo valenciano, sobre la camisa blanca?
Sí recordaba que le habló de Eva, la mujer hecha con una costilla de Adán, aunque también recordó que el sacerdote le había dicho que eso era una manera de hablar, pero que él creía más en otra explicación: que Dios había hecho un ser completo hombre-mujer, una pieza entera y que estaba terminándola cuando apareció la serpiente en el paraíso, a ver qué hacía Dios. Así que se distrajo un momento sorprendido por la visita del diablo y, al partir el Ser en dos partes iguales como era su intención, no le salió bien. Se quedó un trozo de más en un lado, el  que ya había llamado Adán, y que ese trozo le faltó a Eva. Y que por eso, “adanes y evas”,  están siempre discutiendo y buscándose. Por la posesión de ese trozo.
Ella no había oído nunca esta explicación y dijo:
__¡Qué raro! ¿Es verdad?

Herminia no recordaba bien las palabras, pero debió ser así. Que él dijera: ¿quieres que te lo demuestre? Te diré donde Eva se quedó sin su trozo de Adán. Pero empezó un nuevo salmo y rezaba mirando la puerta. No dejaba de mirar a la puerta. A ella le pareció un mago pues atendía tres cosas a la vez: mirar la puerta, decir los salmos y revolotear sus manos tocándole ya la cabeza, la espalda… Por último fue más importante la puerta, así que la  abrió con cuidado y empujó suavemente a Herminia fuera de allí.
Debió ser así. Porque si no ¿Cómo es que ella volvió a preguntarle por la creación de Eva?
Herminia recordó que en un ángulo del pasillo que iba del refectorio  a los dormitorios, había una gruta con una Virgen de Lourdes y un reclinatorio. Le temblaban las piernas y se arrodilló para disimular. Pasó una monja y dijo:
__¿No tienes bastante con la capilla? Te van a doler las rodillas, muchacha.
Así que se levantó.

Todavía duraron los ejercicios un día más, o sea, una mañana de sopor en la capilla semioscura y calor, empezaba a hacer calor. De nuevo la monja apareció a dirigir el cántico y el cura se marchó.
Herminia se lo imaginó en su cuarto, lavándose la cara, tal vez fumando un cigarro. A él también debía de aburrirle mucho hablar y hablar de lo mismo sin saber si alguien quería saber otra cosa. Como ella, que quería saber de verdad cómo Dios hizo a Eva después de hacer a Adán.

Por la tarde terminó antes. Les dijo que recordasen sus pecados: había que hacer un acto de contrición porque a continuación venían dos confesores.
Ella salió del banco y se quedó en pié junto a la puerta del fondo, así que él la vio. Y cuando se retiraba del altar ya estaban los confesores en los confesionarios para no perder tiempo, ella salió de la capilla dispuesta a seguirlo. Mientras tanto las chicas salieron al patio, por despejarse, porque hacer cola para confesar se les hacía pesado. Así hubo despedidas, saluditos, “a ver cuando nos vemos otra vez”.
Herminia hizo una escala en la gruta de Lourdes, y luego siguió, aunque le temblaban las piernas. Tenía ya un secreto: saber más que las demás, ya que ahora iba a terminar de aprender algo que a las otras se les ocultaba.
Llegó a la puerta, no estaba cerrada, pudo empujar un poco, él la vio enseguida, la hizo pasar y cerró. No dijo “hola, muchacha. ¿Vienes a saber más?” sino que empezó a decir: “El Señor es mi Pastor, su vara y su cayado me sostienen”, mientras le acariciaba la nuca, con lo cual a ella le entró un ligero desmayo. La sujetó junto a la ventana. Al poco, ella supo dónde le faltaba un trozo de materia, porque él se lo había descubierto. Ella no sabía que era allí y comprobó que sentía esa falta, que era cierto. Y cuando él le hizo ver el trozo de Adán que estaba dispuesto a… no sabía si se lo daría para siempre. El caso es que se lo puso “allí” y lo empujaba con suavidad y firmeza.
Por un momento, ella pensó que era grande, que el que le correspondía a ella quizás lo tuviera otro Adán más pequeño. Pero no iba a despreciarlo, así que respiró hondo y ¡Oh, Dios! Aquél trozo no era como un trozo de brazo o pierna, aquello tenía su propio corazón porque latía con fuerza. Pero además, Herminia estaba aturdida porque el recitaba una frase tras otra: “Aunque haya de transitar por valle tenebroso, tu vara y tu cayado me confortarán”. “Alzad, oh puertas, vuestros dinteles para que entre el Rey”.”Amo Señor, tu morada  y el lugar donde reside tu Gloria”.

Herminia estaba confundida. El “corazón” que latía cerca de su corazón, las palabras que le inundaban los oídos, el olor a hierba seca que le llegaba y las manos, las grandes manos de él que la sujetaban por uno y otro lado, para que no se cayera.
¿Pero de qué servía un ser completo? Estaba muy bien pero ¿cómo se cogía un tenedor o un libro, teniendo el otro rostro tan cerca? ¿O aquella completitud era solo de cintura para abajo? Estas dudas se resolvieron de un tirón cuando sonó la campana de la capilla llamando al Rosario a las monjas.
Como si hubieran estado en una burbuja de cristal que se hubiera roto con aquél sonido, el cesó de hablar, de moverse. Tiró hacia atrás del “préstamo”, pues era un préstamo por cierto el corazón aquél. Volvió a la muchacha de cara a la ventana para que se apoyara de codos en el alfeizar. Fue a su armario y regresó con dos pañuelos blancos. Con gesto decidido y eficaz los puso desdoblados entre las piernas de la chica, le ajustó la ropa, y le trajo un vaso con agua.
Otro salmo más, mientras se acercaba a la puerta para escuchar si pasaba alguien. Tomó a Herminia de la mano y la puso en el pasillo. Sólo ahora le habló:
__Vete al patio para que te dé el aire fresco, pasea un poco. Dios te ama. 

Terminaron los rezos en al capilla después de que los confesionarios se quedaron sin penitentes. Una Salve cantada por todos, con todas las luces encendidas y todas las monjas del convento animando el canto con voz segura. 


... Continuará...

viernes, 1 de agosto de 2014

EL LIBRO DE LOS SALMOS. Capitulos 29 y 30



EL TAROT.

Unos días más tarde, Herminia salió a dar su paseo matinal y llegó a la librería. Desde unos metros antes notó que había un cartel en el escaparate. Se acercó con atención y pudo leerlo:
CARTAS SIMBÓLICAS.
SABIDURÍA ANTIGUA.
ADIVINACIÓN.
CONSULTE EL TAROT.

Se completaba el cartel o póster con el dibujo de cuatro de aquellas cartas y una pirámide hecha con unas  cuantas barajas ocupaba la primera fila del cristal. Estuvo contemplando el conjunto. Entraron en la tienda dos estudiantes a por unos cuadernos. Al fin se decidió a satisfacer su curiosidad y entró en la librería-papelería.
__Hola Joaquín.
Joaquín estaba alejado del mostrador y contestó con un seco:
__Hola.

Herminia se extrañó y más aún al ver que a un extremo del local una mampara de cristal esmerilado dejaba traslucir la figura de dos personas que, sentados frente a frente, hablaban. Eran un hombre y una mujer. Aquella novedad la tuvo entretenida unos momentos, la mano del hombre, a quién no se oía, mostraba a la mujer una de aquellas cartas que se anunciaban en el escaparate. Volvió a saludar Herminia.
__Hola, Joaquín.
Entonces éste se acercó a ella.
__Bueno, tú dirás.
__Pues mira, no venía por nada, pero he visto este cartel y quisiera saber de qué va.
__Pues esto va de adivinar el porvenir. -Lo dijo con aire de fastidio o cansancio, al tiempo que dirigía una mirada de soslayo a la mampara-.
__¿Me lo dices de verdad, o es broma?
__Te digo que ya me está fastidiando esto. La editorial me lo ofreció como mercancía, pero hay que dejar actuar al representante, que es ese señor, y que se acerquen a “consultar” los que las compren. Pero ya esta mañana ha venido el cura a protestar diciendo que eso es cosa del diablo. Y el señor ese, bueno, se llama Elpidio Sagrera, le ha rebatido y han discutido. Y yo en medio. Me  quería excomulgar por consentir esto en mi tienda ¿Qué te parece?
__Bueno, yo no sé nada de esto. Ahora me viene a la memoria que leí en una revista algo sobre estas cartas. Hablan del MUNDO, LA FUERZA, EL CARRO, algo así. ¿No?
__Pues ya sabes tú más de lo que yo sabía cuando lo acepté.
__¿Y quién entra ahí? ¿Quien compra la baraja?
__Hoy va a estar aquí haciendo las consultas. Parece que luego la propaganda la hacen los mismos que han consultado, que esto gusta bastante. Ya veremos si no me llevan los guardias.
__Pero ¿qué te ha dicho el cura? ¿Qué tiene que decir?
__Pues dice que es cosa del demonio y de ahí no lo sacas.

En esto había terminado la consulta de la señora y salía con la cara arrebolada de emoción diciendo:
__¡Hay que ver, hay que ver! ¡Lo que se saca de esto!

El representante se dejó ver. Era un hombre de estatura media, ancho de hombros, vestía una camisa morada pero lo más llamativo era la barba. Una barba casi blanca, enorme, le cubría el rostro de oreja a oreja y la garganta. Pero la expresión bondadosa de los ojos y la sonrisa le quitaban impacto a la barba. A Herminia le cayó bien y miró a Joaquín que a su vez la miraba interrogante. Se decidió. En su fuero interno le gustó que al cura le pareciese mal y ella poder permitírselo. 
__Voy a entrar. ¿Qué tengo que hacer?
Joaquín le alargó una caja de las cartas diciéndole:
__Ya lo pagas cuando puedas.

Herminia ni preguntó cuánto iba a costarle la diversión, pues así lo tomó en principio. Le divertía que el cura se pudiera enterar de sus tratos con el demonio. Se sentó donde estuvo la señora.
­__¿Qué tengo que decirle?  
__De momento nada, yo le voy a explicar algo.
Herminia se sentó, puso los codos en la mesa pero fuera del paño negro que la cubría, donde el hombre empezó a extender el mazo de cartas mientras le decía.
__Debe usted mezclarlas bien, haciéndolas girar. Luego las reúne y forma el mazo. No. Mejor es que yo le diga algo primero. Vea esta carta. Su dibujo es de Copas. Esta otra son los Oros. Aquí están las Espadas y esta otra es de las que llamamos Bastos. Hay diez de cada forma, más una figura humana que porta el mismo signo, también un hombre a caballo y un rey y una reina.
Ya Herminia iba reconociendo algunas.
__Ahora le mostraré las principales. Son veintidós y tienen nombres propios. Esta por ejemplo, es la Torre de Dios.
__¡Parece terrible!
__Puede serlo a veces. Pero mire ésta, La Emperatriz. Su par es, por supuesto, El Emperador. Están la Papisa y el Papa. La Estrella y el Ahorcado o mejor, El Colgado.
__¡Qué raro! ¿Y dice que estas figuras dicen cosas del porvenir?
__Sí, señorita. Se puede adivinar el porvenir o la solución de un problema. Ahora puede barajar si le parece.

Herminia se puso concienzudamente a mezclarlas y al poco a recogerlas en un mazo. Él le pidió diez cartas que debía sacar una a una. Entonces las tomó el hombre y la miró a los ojos. Herminia los bajó, no quería parecer insinuante con aquél hombre de barba ostentosa. Pero él trataba de adivinar en ella lo que luego le dirían las cartas. Fue tomándolas y colocó las dos primeras cruzadas, cuatro más formando una cruz alrededor y luego otras cuatro a un lado.
__¿Tiene usted algún problema especial?
__Pues no sabría decirle un problema más fuerte que otro.
El adivino volvió las dos primeras cartas cruzadas. Eran El Papa y el ocho de Espadas.
__Pues si no tiene problemas se le acerca uno fuerte con un sacerdote que le dará muchos disgustos. Eso dicen las Espadas.
Herminia se había puesto pálida de momento, luego enrojeció y apartó las manos de la mesa como si las espadas pintadas tuvieran punta. Cuando recuperó el aplomo  se rió diciendo:
__Creo que el cura me querrá partir en pedazos cuando sepa que yo también he consultado estas cartas.

El hombre siguió explicándole qué decían las otras ocho colocadas, pero Herminia no se enteraba. Su pensamiento estaba ocupado por las palabras “sacerdote” y “disgusto”. Pensó si el párroco se atrevería a más invitaciones que ella tuviera que rechazar. Se decidió a comprar la baraja.
__Si le interesa también tengo un librito que explica cómo hacer distintas lecturas de consulta.
Herminia se entusiasmó y dijo:
__Me llevaré el librito también.

Salió de la librería divertida al par que un punto preocupada. ¿Sería verdad lo que decían las cartas?

SEGUNDA VISITA A VICENTE

El jueves siguiente amaneció nublado y eso que no era tiempo. Herminia dudó si ir a la capital, pero se decidió. Entretanto había pensado mucho en aquel encuentro. Empezó por recordar a Vicente en sus años mozos: era alto y robusto de hombros, una figura que se veía de lejos. Se preguntaba Herminia, sí en aquellos tiempos ella estuvo enamorada de Vicente y no supo contestarse, aunque quizá era el más atractivo. Pero le había dado un poco de miedo con aquella desenvoltura con que trataba a las chicas de modo que algunas le huían, y le dejaron el campo libre a Conchita.

Decidió presentarse de nuevo ante Vicente. Saber si estaba interesado o no. Llegó a la ciudad. Dio un paseo por la calle principal, visitó una librería y después de tomar un café se paró en el semáforo cercano a la oficina. Esta vez quiso dejarlo al azar. No subiría la escalera. Se quedó como quien va a cruzar la calle, mirando a las ventanas. Vio salir a uno de los empleados, luego otro, así que quedaba uno más y Vicente. Entonces lo vio cerrando los postigos del balcón. Él miró a la calle y la vio parada en la acera. Acercó su cara al cristal para hacerse ver y se cruzaron sus miradas. Vicente sonrió y dejó la ventana cerrada. Al poco estaba en el paso esperando el verde para cruzar. Llegando hasta ella le dijo:
__Gracias, preciosa. Yo vuelvo a la oficina, espera un poquito y ven luego.

Comprendió Herminia que la cosa iba en serio porque él cuidaba las formas. Ella no era un trofeo. Cuando pudo se acercó a la casa y subió despacio la escalera. La puerta estaba entornada. Cuando entró, él salió de su cubículo y tomándola de las manos se las besó.

Los ojos le brillaban. Herminia tuvo un curioso pensamiento. Le pareció que estaba montando un potro que no conocía y que podía desbocarse. Con la mirada buscó dónde sentarse, pero allí había las sillas justas. Entonces él abrió la puerta del ARCHIVO, se vio una sala de proyecciones, extraña sala. En el centro, mirando al balcón, un banco de madera rústica pintado de verde, propio de un parque. Por la pared, a la espalda, un estantería con carpetas-archivo y encima un proyector de cine súper-8 propio para películas cortas. En un rincón en ángulo había colocado un sillón de patas torneadas y buena tapicería y un montón de cojines por el suelo. Herminia entró despacio, el bolso siempre cogido con las dos manos. Él le dijo:
__Siéntate en el sillón, quiero verte de frente y utiliza los cojines que quieras. Si te gustan a la espalda o para los pies.
Él se sentó en el banco y desde allí empezó a contarle:
__Este rincón es mi campo, mi playa, mi monte, mi iglesia. Tuve que buscarme un refugio para poder relajarme, porque llegué a tener mucha tensión.
__Se supone que Conchita no viene por aquí…
__En absoluto. Al principio de casarnos pusimos la agencia pero, lo mismo que de estudiantes me quería ganar con las notas y presumía de ello, también en el trabajo empezó a querer mandar. Llegó un día en que yo no hice nada porque ella había tomado todas las decisiones, así que tuvimos que cortar. Ella trabaja ahora llevando la contabilidad de una casa de modas y yo con mi oficina de transportes.
__Cuando te quedas aquí ¿no te echa de menos?
__No lo sabe. Yo me quedo después de que se vayan los empleados. Otros hombres van a tomarse unos vinos, pero yo me siento aquí y veo las copas de los árboles. Me imagino que estoy en el campo. Otras veces, cuando hace viento, los árboles parecen olas, así me relajo de los encargos y las llamadas. Y me preparo el ánimo para llegar a casa. Conchita me cuenta todas las vicisitudes de su trabajo, no ha aprendido a dejarlas allí. Luego comemos, le ayudo en la casa para que me sienta cercano y no tenga quejas. Bueno, dejemos fuera a Conchita. Soy todo tuyo. Cuéntame.

Herminia no tenía ganas de hablar, de contarle su vida tan solitaria. Había que ganar tiempo, ver si de verdad allí había unas migajas de amor para ella. Se levantó y, dejando el bolso, tomó un cojín, lo puso junto a él y se sentó muy pegada.
__Yo no tengo una vida tan interesante. Soy una niña que aún necesita caricias para crecer.
Él pasó el brazo por su espalda para abrazarla. Antes la miró a los ojos. ¿Cómo dice que es una niña, con ese brillo de deseo? Se rió levemente y empezó a besarla en la sien, en la oreja, en la barbilla, para caer después con sus labios sobre los de ella. Siguió luego por el cuello, el escote y volvió a sus labios. Herminia se dio por satisfecha y no quiso embrujarlo más.
__Vamos a ver el mar un poco, dijo señalando los pajarillos que incesantes volaban entre los árboles.
__Las gaviotas señalan con su vuelo si hay buen o mal tiempo en la mar.

Se dieron un beso ligero. Herminia se puso en pie y se acercó a la puerta para esperarle. Después de que él cerrara todo, se dirigió al semáforo. Ella iba detrás sin hablarle. Prudencia, mucha prudencia.

Llegaron a la estación. También ahora él se acercó a la ventanilla para pedir el billete a Santovía. Se volvió a ella que estaba detrás en la cola.
__Dentro de dos miércoles te espero.
Ella se empinó para darle un beso sin decir palabra y él se alejó a paso vivo. Aún tenía que tomar un autobús para su casa.

Llegado el día previsto, él se asomó un par de veces al balcón. La vio al otro lado de la calle, mirando a la gente que pasaba. Esta vez traía otro bolso y miraba un periódico doblado. Casi no lo miró cuando Vicente se puso ante ella. Herminia señaló un anuncio del periódico y le dijo:
__¿Sabes dónde queda esto?
__Sí, dijo después de leerlo.
__Pues vamos allí, he reservado una habitación.
Vicente observó que ella llevaba una alianza en la mano izquierda, pues habían tomado un autobús y se apoyaba en una barra. La alianza que tenía Herminia en su dedo era la de su padre. No se hablaron en todo el trayecto. Cuando llegaron al hotelito, mientras acudía alguien a la recepción, el le tomó la mano y dijo:
__¿Esto que es, Mina?
__Somos los señores Estébanez ¿no te acuerdas?

La habitación era pequeña. Tenía dos camas tocando a la pared y en medio una mesilla de noche. A los pies de las dos camas había un armario empotrado, un sillón de respaldo alto y un estrecho balcón. Cuando entró se quedó sorprendido, no por el sitio en sí, sino por haber llegado hasta allí. Estaba de pie y ella lo observaba.
__¿Qué hacemos aquí, Mina?
__De momento apartarnos de la vista de alguien que pueda vernos y charlar. ¿No te apetece charlar?
__¿Solo eso te interesa? ¿Charlar conmigo?
__Si te apetece. Ya me contaste algo sobre Conchita.
__Pues sí. Te contaré más.
Se sentaron frente a frente a los pies de cada cama. Herminia puso las almohadas de respaldo y se quitó los zapatos. Él también se quitó los zapatos pero prefirió el sillón. Ella había llevado en su bolso dos latas de refresco, le ofreció una a él y abrió la suya mientras se disponía a escuchar.
__Cuando nos hicimos novios, en el último curso ¿te acuerdas?
__No, yo no terminé los estudios.
__Bueno, pues cuando le dije a mi madre que iba a presentarle a mi novia, se espantó. Se llevaba las manos a la cara diciéndome:¡No, tú no!¡Tú no te cases, pobre mujer! ¡Para que luego acabes dejándola!
__¿Eso te dijo?
__Sí. Yo no comprendí muy bien y después de dejarla llorar por la desgracia de casarme conseguí que se explicara. Me dijo que yo era igualito que mi padre, simpático y encantador con las mujeres y que por eso cualquiera me aceptaría de momento, pero que yo, al igual que hizo mi padre, la iría abandonando cuando pasaran un par de años. Que llegaría el momento en que dejaría de reírle las gracias a mi esposa poniéndole como excusa que presta más atención a los hijos que a mí.
__¿Es que tu padre hizo eso?
__Sí. También se iba al bar a medio día y al casino por la tarde. Luego llegó la escasez de dinero, las palabras secas y por último me contó mi madre que se enredó con una mujer madura y hermosa que lo recibía en su casa. Mi madre pensaba que yo repetiría la conducta de mi padre y por eso no quería que yo hiciera infeliz a cualquier confiada muchacha y por eso repetía: “¡Pobre criatura, lo que le espera!”. Lloraba de verdad, tapándose la cara con las manos. Me impresionó tanto que me puse de rodillas y le juré que nunca pisaría un bar sin mi mujer y que nunca la abandonaría por otra. Esto me fue más fácil de jurar porque Conchita era para mí el no va más de mujer y pensé que nunca me defraudaría.
__Y ahora te cuesta mantener esos juramentos.
__Sí, comprendo a los hombres que toman la vía de la calle si la mujer no les complementa. Posiblemente, en los tiempos de mi madre bastaba ser honrada y trabajadora para que el marido la apreciase, pero ahora no. Ya te conté que Conchita me agobiaba, es más fuerte que yo y le gustaba hacerlo patente un día y otro hasta que me sentí sin fuerzas.
__Pues yo pensaba que erais una pareja ideal.
__En aquella primera juventud, sí, pero después no. Quizá aquello fue una reacción emocional mía, pero un día, cuando salí de la oficina, estaba tan turbado que eché a andar y me perdí por una calle que no era mi camino. Creo que hasta tropecé y di con rodilla y manos en tierra. Me levanté aturdido junto a una puerta. Una señora se acercó y me preguntó si me encontraba mal. Ya ves, yo soy fuerte y nunca me había sentido así. No supe contestar. Luego se acercó otra mujer más joven y afirmó que era una bajada de azúcar.
Me acercaron a una pared. La joven dijo algo a uno de los hombres que se fue a un bar cercano y pronto tuve en la mano un café con bastante azúcar. Me sentí arropado, me tomé el café aunque no me gusta, pero me hizo bien. En el fondo me sentí con miedo de seguir andando solo, más aún porque no conocía la calle ni por donde dirigirme a mi casa. Creo que lo vieron así, porque un hombre me dijo:
__Si quiere quedarse con nosotros, luego le podemos acompañar a su casa.
La mujer mayor me tomó del codo y afablemente me explicó con una sonrisa en los labios:
__Esto es una reunión de personas con problemas. Hemos descubierto que contarlos nos hace verlos mejor y algunas veces incluso superarlos. No se asuste, hablamos muy fuerte pero es para desahogarnos.
llegó un hombre que abrió la puerta con su llave. Era el que todos esperaban para la reunión. Aparentaba unos treinta años, el pelo era rubio tirando a rojizo y llevaba unas gafas con montura fina. Traía un chaquetón muy bueno y portaba una carpeta abultada. Me dirigió una mirada que sentí experta en la tarea de comprender problemas ajenos. Se sentó pronto y empezamos la reunión.
Nos sentamos en sillas de conferencia, sin orden. Como habrás comprendido, era un grupo de terapia. Yo había oído algo sobre estas reuniones, así que pude estar atento y sin escandalizarme ya que el primero que habló dijo:
__¡Mi mujer es una puta y la voy a matar!
Nadie contestó. El hombre se echó a llorar y lo dejaron tranquilo unos minutos. Yo miraba a todos. El hombre se calmó, algunos le dijeron algo que yo no entendí. Se limpió las lágrimas, bebió agua y se calló. Casi todos hablaron después sobre sus problemas y el psicólogo, el que más escuchaba, al final me saludó, me invitó a reunirme con ellos el siguiente día.
Desde entonces me siento mejor. Me han enseñado a poner un poco de distancia entre el trabajo, que tiene sus altibajos, y el trato con mi mujer, que no cambia pero que yo acepto mejor.
Por eso he puesto mi nido secreto en el Archivo. Allí me siento en el banco y unas veces soy un vagabundo solo en un parque; otras veces un marino en su barco alejándose de la costa; otras un señor propietario de un parque. Ya ves que las copas de los árboles me dan mucho juego. Y si no, me pongo un documental. Tengo uno que me relaja muchísimo en el que se ve una caravana de camellos recorriendo las dunas de un desierto.
__Me alegro mucho de que hayas encontrado el equilibrio en tu vida y tu matrimonio. Tu madre estará contenta.
__Mi madre murió y yo he visto claro sus temores, porque cuando ella falleció, la mujer a quién mi padre había obsequiado tanto y dedicado tanto tiempo no quiso casarse con él. Le dijo que de amante era divertido, pero que meterse en su casa para cuidarlo hasta la muerte no le apetecía nada. Ahora es mi hermana la que se ocupa de él. Yo espero poder sobrellevar mi matrimonio sin esas ayudas. Pero has llegado tú y no sé qué va a pasar.
__Nada que tu madre no pudiera aprobar. No permitiré que rompas tu juramento. Pero aún así podemos disfrutar las dos y complementarnos. Yo creo que el destino ha intervenido en esto. Si no ¿cómo es que tantas veces que pasé por tu calle, hasta ahora no vi nuestros nombres? Hay que dar gracias a Dios y disfrutar. –diciendo esto lo atrajo del sillón donde estaba para abrazarle-.

Fue un abrazo denso, de sentirse plenamente el uno al otro, de formar los dos una fuerte columna. Se separaron más fuertes. Herminia comprendió que en este caso estaba para dar, no para recibir. Se prometió a sí misma velar por él acudiendo a la capital con frecuencia. 


... CONTINUARÁ ...