Unos días más tarde,
Herminia salió a dar su paseo matinal y llegó a la librería. Desde unos metros
antes notó que había un cartel en el escaparate. Se acercó con atención y pudo
leerlo:
CARTAS
SIMBÓLICAS.
SABIDURÍA
ANTIGUA.
ADIVINACIÓN.
CONSULTE
EL TAROT.
Se completaba el
cartel o póster con el dibujo de cuatro de aquellas cartas y una pirámide hecha
con unas cuantas barajas ocupaba
la primera fila del cristal. Estuvo contemplando el conjunto. Entraron en la
tienda dos estudiantes a por unos cuadernos. Al fin se decidió a satisfacer su
curiosidad y entró en la librería-papelería.
__Hola Joaquín.
Joaquín estaba alejado
del mostrador y contestó con un seco:
__Hola.
Herminia se extrañó y
más aún al ver que a un extremo del local una mampara de cristal esmerilado
dejaba traslucir la figura de dos personas que, sentados frente a frente,
hablaban. Eran un hombre y una mujer. Aquella novedad la tuvo entretenida unos
momentos, la mano del hombre, a quién no se oía, mostraba a la mujer una de
aquellas cartas que se anunciaban en el escaparate. Volvió a saludar Herminia.
__Hola, Joaquín.
Entonces éste se
acercó a ella.
__Bueno, tú dirás.
__Pues mira, no venía
por nada, pero he visto este cartel y quisiera saber de qué va.
__Pues esto va de
adivinar el porvenir. -Lo dijo con aire de fastidio o cansancio, al tiempo que
dirigía una mirada de soslayo a la mampara-.
__¿Me lo dices de
verdad, o es broma?
__Te digo que ya me
está fastidiando esto. La editorial me lo ofreció como mercancía, pero hay que
dejar actuar al representante, que es ese señor, y que se acerquen a “consultar”
los que las compren. Pero ya esta mañana ha venido el cura a protestar diciendo
que eso es cosa del diablo. Y el señor ese, bueno, se llama Elpidio Sagrera, le
ha rebatido y han discutido. Y yo en medio. Me quería excomulgar por consentir esto en mi tienda ¿Qué te
parece?
__Bueno, yo no sé nada
de esto. Ahora me viene a la memoria que leí en una revista algo sobre estas
cartas. Hablan del MUNDO, LA FUERZA, EL CARRO, algo así. ¿No?
__Pues ya sabes tú más
de lo que yo sabía cuando lo acepté.
__¿Y quién entra ahí?
¿Quien compra la baraja?
__Hoy va a estar aquí
haciendo las consultas. Parece que luego la propaganda la hacen los mismos que
han consultado, que esto gusta bastante. Ya veremos si no me llevan los
guardias.
__Pero ¿qué te ha
dicho el cura? ¿Qué tiene que decir?
__Pues dice que es
cosa del demonio y de ahí no lo sacas.
En esto había
terminado la consulta de la señora y salía con la cara arrebolada de emoción
diciendo:
__¡Hay que ver, hay
que ver! ¡Lo que se saca de esto!
El representante se dejó
ver. Era un hombre de estatura media, ancho de hombros, vestía una camisa
morada pero lo más llamativo era la barba. Una barba casi blanca, enorme, le
cubría el rostro de oreja a oreja y la garganta. Pero la expresión bondadosa de
los ojos y la sonrisa le quitaban impacto a la barba. A Herminia le cayó bien y
miró a Joaquín que a su vez la miraba interrogante. Se decidió. En su fuero
interno le gustó que al cura le pareciese mal y ella poder permitírselo.
__Voy a entrar. ¿Qué
tengo que hacer?
Joaquín le alargó una
caja de las cartas diciéndole:
__Ya lo pagas cuando
puedas.
Herminia ni preguntó
cuánto iba a costarle la diversión, pues así lo tomó en principio. Le divertía
que el cura se pudiera enterar de sus tratos con el demonio. Se sentó donde estuvo
la señora.
__¿Qué tengo que decirle?
__De momento nada, yo
le voy a explicar algo.
Herminia se sentó,
puso los codos en la mesa pero fuera del paño negro que la cubría, donde el
hombre empezó a extender el mazo de cartas mientras le decía.
__Debe usted
mezclarlas bien, haciéndolas girar. Luego las reúne y forma el mazo. No. Mejor
es que yo le diga algo primero. Vea esta carta. Su dibujo es de Copas. Esta
otra son los Oros. Aquí están las Espadas y esta otra es de las que llamamos
Bastos. Hay diez de cada forma, más una figura humana que porta el mismo signo,
también un hombre a caballo y un rey y una reina.
Ya Herminia iba
reconociendo algunas.
__Ahora le mostraré
las principales. Son veintidós y tienen nombres propios. Esta por ejemplo, es
la Torre de Dios.
__¡Parece terrible!
__Puede serlo a veces.
Pero mire ésta, La Emperatriz. Su par es, por supuesto, El Emperador. Están la
Papisa y el Papa. La Estrella y el Ahorcado o mejor, El Colgado.
__¡Qué raro! ¿Y dice
que estas figuras dicen cosas del porvenir?
__Sí, señorita. Se
puede adivinar el porvenir o la solución de un problema. Ahora puede barajar si
le parece.
Herminia se puso
concienzudamente a mezclarlas y al poco a recogerlas en un mazo. Él le pidió
diez cartas que debía sacar una a una. Entonces las tomó el hombre y la miró a
los ojos. Herminia los bajó, no quería parecer insinuante con aquél hombre de
barba ostentosa. Pero él trataba de adivinar en ella lo que luego le dirían las
cartas. Fue tomándolas y colocó las dos primeras cruzadas, cuatro más formando
una cruz alrededor y luego otras cuatro a un lado.
__¿Tiene usted algún
problema especial?
__Pues no sabría
decirle un problema más fuerte que otro.
El adivino volvió las
dos primeras cartas cruzadas. Eran El Papa y el ocho de Espadas.
__Pues si no tiene
problemas se le acerca uno fuerte con un sacerdote que le dará muchos
disgustos. Eso dicen las Espadas.
Herminia se había
puesto pálida de momento, luego enrojeció y apartó las manos de la mesa como si
las espadas pintadas tuvieran punta. Cuando recuperó el aplomo se rió diciendo:
__Creo que el cura me
querrá partir en pedazos cuando sepa que yo también he consultado estas cartas.
El hombre siguió
explicándole qué decían las otras ocho colocadas, pero Herminia no se enteraba.
Su pensamiento estaba ocupado por las palabras “sacerdote” y “disgusto”. Pensó
si el párroco se atrevería a más invitaciones que ella tuviera que rechazar. Se
decidió a comprar la baraja.
__Si le interesa
también tengo un librito que explica cómo hacer distintas lecturas de consulta.
Herminia se entusiasmó
y dijo:
__Me llevaré el
librito también.
Salió de la librería
divertida al par que un punto preocupada. ¿Sería verdad lo que decían las
cartas?
El jueves siguiente
amaneció nublado y eso que no era tiempo. Herminia dudó si ir a la capital,
pero se decidió. Entretanto había pensado mucho en aquel encuentro. Empezó por
recordar a Vicente en sus años mozos: era alto y robusto de hombros, una figura
que se veía de lejos. Se preguntaba Herminia, sí en aquellos tiempos ella
estuvo enamorada de Vicente y no supo contestarse, aunque quizá era el más
atractivo. Pero le había dado un poco de miedo con aquella desenvoltura con que
trataba a las chicas de modo que algunas le huían, y le dejaron el campo libre
a Conchita.
Decidió presentarse de
nuevo ante Vicente. Saber si estaba interesado o no. Llegó a la ciudad. Dio un
paseo por la calle principal, visitó una librería y después de tomar un café se
paró en el semáforo cercano a la oficina. Esta vez quiso dejarlo al azar. No
subiría la escalera. Se quedó como quien va a cruzar la calle, mirando a las
ventanas. Vio salir a uno de los empleados, luego otro, así que quedaba uno más
y Vicente. Entonces lo vio cerrando los postigos del balcón. Él miró a la calle
y la vio parada en la acera. Acercó su cara al cristal para hacerse ver y se
cruzaron sus miradas. Vicente sonrió y dejó la ventana cerrada. Al poco estaba
en el paso esperando el verde para cruzar. Llegando hasta ella le dijo:
__Gracias, preciosa.
Yo vuelvo a la oficina, espera un poquito y ven luego.
Comprendió Herminia
que la cosa iba en serio porque él cuidaba las formas. Ella no era un trofeo.
Cuando pudo se acercó a la casa y subió despacio la escalera. La puerta estaba
entornada. Cuando entró, él salió de su cubículo y tomándola de las manos se
las besó.
Los ojos le brillaban.
Herminia tuvo un curioso pensamiento. Le pareció que estaba montando un potro
que no conocía y que podía desbocarse. Con la mirada buscó dónde sentarse, pero
allí había las sillas justas. Entonces él abrió la puerta del ARCHIVO, se vio
una sala de proyecciones, extraña sala. En el centro, mirando al balcón, un
banco de madera rústica pintado de verde, propio de un parque. Por la pared, a
la espalda, un estantería con carpetas-archivo y encima un proyector de cine
súper-8 propio para películas cortas. En un rincón en ángulo había colocado un
sillón de patas torneadas y buena tapicería y un montón de cojines por el
suelo. Herminia entró despacio, el bolso siempre cogido con las dos manos. Él
le dijo:
__Siéntate en el
sillón, quiero verte de frente y utiliza los cojines que quieras. Si te gustan
a la espalda o para los pies.
Él se sentó en el
banco y desde allí empezó a contarle:
__Este rincón es mi
campo, mi playa, mi monte, mi iglesia. Tuve que buscarme un refugio para poder
relajarme, porque llegué a tener mucha tensión.
__Se supone que
Conchita no viene por aquí…
__En absoluto. Al
principio de casarnos pusimos la agencia pero, lo mismo que de estudiantes me
quería ganar con las notas y presumía de ello, también en el trabajo empezó a
querer mandar. Llegó un día en que yo no hice nada porque ella había tomado
todas las decisiones, así que tuvimos que cortar. Ella trabaja ahora llevando
la contabilidad de una casa de modas y yo con mi oficina de transportes.
__Cuando te quedas
aquí ¿no te echa de menos?
__No lo sabe. Yo me
quedo después de que se vayan los empleados. Otros hombres van a tomarse unos
vinos, pero yo me siento aquí y veo las copas de los árboles. Me imagino que
estoy en el campo. Otras veces, cuando hace viento, los árboles parecen olas,
así me relajo de los encargos y las llamadas. Y me preparo el ánimo para llegar
a casa. Conchita me cuenta todas las vicisitudes de su trabajo, no ha aprendido
a dejarlas allí. Luego comemos, le ayudo en la casa para que me sienta cercano
y no tenga quejas. Bueno, dejemos fuera a Conchita. Soy todo tuyo. Cuéntame.
Herminia no tenía
ganas de hablar, de contarle su vida tan solitaria. Había que ganar tiempo, ver
si de verdad allí había unas migajas de amor para ella. Se levantó y, dejando
el bolso, tomó un cojín, lo puso junto a él y se sentó muy pegada.
__Yo no tengo una vida
tan interesante. Soy una niña que aún necesita caricias para crecer.
Él pasó el brazo por su
espalda para abrazarla. Antes la miró a los ojos. ¿Cómo dice que es una niña,
con ese brillo de deseo? Se rió levemente y empezó a besarla en la sien, en la
oreja, en la barbilla, para caer después con sus labios sobre los de ella.
Siguió luego por el cuello, el escote y volvió a sus labios. Herminia se dio
por satisfecha y no quiso embrujarlo más.
__Vamos a ver el mar
un poco, dijo señalando los pajarillos que incesantes volaban entre los
árboles.
__Las gaviotas señalan
con su vuelo si hay buen o mal tiempo en la mar.
Se dieron un beso
ligero. Herminia se puso en pie y se acercó a la puerta para esperarle. Después
de que él cerrara todo, se dirigió al semáforo. Ella iba detrás sin hablarle.
Prudencia, mucha prudencia.
Llegaron a la
estación. También ahora él se acercó a la ventanilla para pedir el billete a
Santovía. Se volvió a ella que estaba detrás en la cola.
__Dentro de dos
miércoles te espero.
Ella se empinó para
darle un beso sin decir palabra y él se alejó a paso vivo. Aún tenía que tomar
un autobús para su casa.
Llegado el día
previsto, él se asomó un par de veces al balcón. La vio al otro lado de la
calle, mirando a la gente que pasaba. Esta vez traía otro bolso y miraba un
periódico doblado. Casi no lo miró cuando Vicente se puso ante ella. Herminia
señaló un anuncio del periódico y le dijo:
__¿Sabes dónde queda
esto?
__Sí, dijo después de
leerlo.
__Pues vamos allí, he
reservado una habitación.
Vicente observó que
ella llevaba una alianza en la mano izquierda, pues habían tomado un autobús y
se apoyaba en una barra. La alianza que tenía Herminia en su dedo era la de su
padre. No se hablaron en todo el trayecto. Cuando llegaron al hotelito,
mientras acudía alguien a la recepción, el le tomó la mano y dijo:
__¿Esto que es, Mina?
__Somos los señores
Estébanez ¿no te acuerdas?
La habitación era
pequeña. Tenía dos camas tocando a la pared y en medio una mesilla de noche. A
los pies de las dos camas había un armario empotrado, un sillón de respaldo
alto y un estrecho balcón. Cuando entró se quedó sorprendido, no por el sitio
en sí, sino por haber llegado hasta allí. Estaba de pie y ella lo observaba.
__¿Qué hacemos aquí,
Mina?
__De momento
apartarnos de la vista de alguien que pueda vernos y charlar. ¿No te apetece
charlar?
__¿Solo eso te interesa?
¿Charlar conmigo?
__Si te apetece. Ya me
contaste algo sobre Conchita.
__Pues sí. Te contaré
más.
Se sentaron frente a
frente a los pies de cada cama. Herminia puso las almohadas de respaldo y se
quitó los zapatos. Él también se quitó los zapatos pero prefirió el sillón.
Ella había llevado en su bolso dos latas de refresco, le ofreció una a él y
abrió la suya mientras se disponía a escuchar.
__Cuando nos hicimos
novios, en el último curso ¿te acuerdas?
__No, yo no terminé
los estudios.
__Bueno, pues cuando
le dije a mi madre que iba a presentarle a mi novia, se espantó. Se llevaba las
manos a la cara diciéndome:¡No, tú no!¡Tú no te cases, pobre mujer! ¡Para que
luego acabes dejándola!
__¿Eso te dijo?
__Sí. Yo no comprendí
muy bien y después de dejarla llorar por la desgracia de casarme conseguí que
se explicara. Me dijo que yo era igualito que mi padre, simpático y encantador
con las mujeres y que por eso cualquiera me aceptaría de momento, pero que yo,
al igual que hizo mi padre, la iría abandonando cuando pasaran un par de años.
Que llegaría el momento en que dejaría de reírle las gracias a mi esposa
poniéndole como excusa que presta más atención a los hijos que a mí.
__¿Es que tu padre
hizo eso?
__Sí. También se iba
al bar a medio día y al casino por la tarde. Luego llegó la escasez de dinero,
las palabras secas y por último me contó mi madre que se enredó con una mujer
madura y hermosa que lo recibía en su casa. Mi madre pensaba que yo repetiría
la conducta de mi padre y por eso no quería que yo hiciera infeliz a cualquier
confiada muchacha y por eso repetía: “¡Pobre criatura, lo que le espera!”.
Lloraba de verdad, tapándose la cara con las manos. Me impresionó tanto que me
puse de rodillas y le juré que nunca pisaría un bar sin mi mujer y que nunca la
abandonaría por otra. Esto me fue más fácil de jurar porque Conchita era para
mí el no va más de mujer y pensé que nunca me defraudaría.
__Y ahora te cuesta
mantener esos juramentos.
__Sí, comprendo a los
hombres que toman la vía de la calle si la mujer no les complementa.
Posiblemente, en los tiempos de mi madre bastaba ser honrada y trabajadora para
que el marido la apreciase, pero ahora no. Ya te conté que Conchita me
agobiaba, es más fuerte que yo y le gustaba hacerlo patente un día y otro hasta
que me sentí sin fuerzas.
__Pues yo pensaba que
erais una pareja ideal.
__En aquella primera
juventud, sí, pero después no. Quizá aquello fue una reacción emocional mía,
pero un día, cuando salí de la oficina, estaba tan turbado que eché a andar y
me perdí por una calle que no era mi camino. Creo que hasta tropecé y di con
rodilla y manos en tierra. Me levanté aturdido junto a una puerta. Una señora
se acercó y me preguntó si me encontraba mal. Ya ves, yo soy fuerte y nunca me
había sentido así. No supe contestar. Luego se acercó otra mujer más joven y
afirmó que era una bajada de azúcar.
Me
acercaron a una pared. La joven dijo algo a uno de los hombres que se fue a un
bar cercano y pronto tuve en la mano un café con bastante azúcar. Me sentí
arropado, me tomé el café aunque no me gusta, pero me hizo bien. En el fondo me
sentí con miedo de seguir andando solo, más aún porque no conocía la calle ni
por donde dirigirme a mi casa. Creo que lo vieron así, porque un hombre me
dijo:
__Si quiere
quedarse con nosotros, luego le podemos acompañar a su casa.
La
mujer mayor me tomó del codo y afablemente me explicó con una sonrisa en los
labios:
__Esto es una
reunión de personas con problemas. Hemos descubierto que contarlos nos hace
verlos mejor y algunas veces incluso superarlos. No se asuste, hablamos muy
fuerte pero es para desahogarnos.
llegó
un hombre que abrió la puerta con su llave. Era el que todos esperaban para la
reunión. Aparentaba unos treinta años, el pelo era rubio tirando a rojizo y
llevaba unas gafas con montura fina. Traía un chaquetón muy bueno y portaba una
carpeta abultada. Me dirigió una mirada que sentí experta en la tarea de
comprender problemas ajenos. Se sentó pronto y empezamos la reunión.
Nos
sentamos en sillas de conferencia, sin orden. Como habrás comprendido, era un
grupo de terapia. Yo había oído algo sobre estas reuniones, así que pude estar
atento y sin escandalizarme ya que el primero que habló dijo:
__¡Mi mujer es una
puta y la voy a matar!
Nadie
contestó. El hombre se echó a llorar y lo dejaron tranquilo unos minutos. Yo
miraba a todos. El hombre se calmó, algunos le dijeron algo que yo no entendí.
Se limpió las lágrimas, bebió agua y se calló. Casi todos hablaron después
sobre sus problemas y el psicólogo, el que más escuchaba, al final me saludó,
me invitó a reunirme con ellos el siguiente día.
Desde
entonces me siento mejor. Me han enseñado a poner un poco de distancia entre el
trabajo, que tiene sus altibajos, y el trato con mi mujer, que no cambia pero
que yo acepto mejor.
Por
eso he puesto mi nido secreto en el Archivo. Allí me siento en el banco y unas
veces soy un vagabundo solo en un parque; otras veces un marino en su barco
alejándose de la costa; otras un señor propietario de un parque. Ya ves que las
copas de los árboles me dan mucho juego. Y si no, me pongo un documental. Tengo
uno que me relaja muchísimo en el que se ve una caravana de camellos
recorriendo las dunas de un desierto.
__Me alegro mucho
de que hayas encontrado el equilibrio en tu vida y tu matrimonio. Tu madre
estará contenta.
__Mi madre murió y
yo he visto claro sus temores, porque cuando ella falleció, la mujer a quién mi
padre había obsequiado tanto y dedicado tanto tiempo no quiso casarse con él.
Le dijo que de amante era divertido, pero que meterse en su casa para cuidarlo
hasta la muerte no le apetecía nada. Ahora es mi hermana la que se ocupa de él.
Yo espero poder sobrellevar mi matrimonio sin esas ayudas. Pero has llegado tú
y no sé qué va a pasar.
__Nada que tu
madre no pudiera aprobar. No permitiré que rompas tu juramento. Pero aún así
podemos disfrutar las dos y complementarnos. Yo creo que el destino ha
intervenido en esto. Si no ¿cómo es que tantas veces que pasé por tu calle,
hasta ahora no vi nuestros nombres? Hay que dar gracias a Dios y disfrutar.
–diciendo esto lo atrajo del sillón donde estaba para abrazarle-.
Fue
un abrazo denso, de sentirse plenamente el uno al otro, de formar los dos una
fuerte columna. Se separaron más fuertes. Herminia comprendió que en este caso
estaba para dar, no para recibir. Se prometió a sí misma velar por él acudiendo
a la capital con frecuencia.
... CONTINUARÁ ...