RECORDANDO UNA VISITA A SU HERMANO
Mientras se ocupaba de
recolocar los libros que había ojeado Cecilio, le vino a la memoria una visita
que le había hecho a su hermano y su cuñada.
Su sobrina Laurita le
había dicho que debía pedir permiso a su padre para ir a verla, según le
aconsejó su madre. Pensó que sería divertido ver qué cara ponían porque, aunque
nunca le habían ni siquiera comentado las visitas que Herminia solía recibir,
ésta tenía claro que no le gustaban. Aunque Herminia no tenía constancia de
ello, Francisco lo había comentado con su mujer.
No se habían ocupado
de Herminia en su juventud dejándola cuidar de su madre varios años y cuando
ésta murió, tampoco le ofrecieron participar de sus amistades y vida social,
así que la hermana menor era su vergüenza por dos razones: por lo que se sabía
de ella y porque no lo habían evitado.
Se arregló
concienzudamente. El pelo, bastante largo en una trenza floja, caía sobre un
hombro y el pecho, adornada con cintas de colores que suplían al collar. La
falda negra, de satén, lucía sus brillos. Anduvo pausadamente. El bolso negro,
adornado en pedrería, caía desde el hombro y se movía acompasado y tentador.
Llegó a casa de su hermano. Pudo constatar que la fachada estaba renovada,
pintada en color verde pálido, las ventanas en blanco. La puerta principal de
buena madera color caoba, un llamador de bronce antiguo, una mirilla
deslumbrante.
Se paró antes de
llamar para considerar todo el cambio. Por supuesto su hermano ganaba dinero
como Consejero de Obras del Ayuntamiento. Llamó por fin. Le abrió una muchacha
joven con uniforme negro, delantal y cofia. Herminia se presentó:
__Soy hermana de Don
Francisco. Pregunte a la señora si puedo pasar a verlos.
Laura la había oído y
acudió prestamente.
__¡Pasa Herminia,
pasa! -quería ser familiar y acogedora pero apenas le salía-. Pasa al comedor.
La muchacha la guió al
interior pero no supo qué silla ofrecerle y salió dejándola de pié. Estaban sus
sobrinos allí. El chico, Francisco como su padre, tenía desplegados cuadernos y
libros en un extremo de la mesa y en cuanto su tía entró se acercó a ella y
dándole dos sonoros y húmedos besos en las mejillas empezó diciendo:
__¡Que alegría tita,
verte por aquí! ¿Vas a estar un rato? ¿Vas a merendar con nosotros?
Herminia apreció
enseguida el parecido de su sobrino con el padre. Creyó ver y oír a su hermano
con la misma edad y recordó cómo se burlaba de sus hermanas y engañaba a su
madre. El parecido físico era innegable. Los dientes de arriba separados, la
cara ancha, el pelo caído sobre la frente, las manos gordas. Herminia no
contestaba, así que el muchacho repitió:
__¿Vas a merendar
aquí?
Pero la tía entendió
pronto el mensaje escondido, así que contestó:
__Tu madre no me ha
invitado a merendar, no sé si podré quedarme.
Había entendido que el
chico quería recoger sus cuadernos y marcharse con pretexto de dejarles sitio
para merendar. Las miradas a la puerta le revelaron la verdadera intención de
dejarles la mesa.
Laurita y una amiga estaban junto a la
ventana leyendo un mismo libro de inglés, y muy sorprendidas, se quedaron
mirando sin apenas atreverse a saludar a la tía hasta que su madre terminara de
llegar. Laura al fin se presentó a saludar a su cuñada. El chico, una vez más,
probó a marcharse, pero la madre le dijo:
__¡Francisco
Guillermo! ¡Ni se te ocurra dejar los deberes! ¡Y procura no equivocarte, no sea que tengas que repetirlos
antes de dormir!
Cuando la madre se
ponía seria con él, lo que ocurría recientemente, no le llamaba Paquito como
era su costumbre. Si, como ahora, lo llamaba por su nombre entero, es que la
cosa iba muy, muy en serio. Así que, mirando torvamente a su madre y a su tía,
retomó los cuadernos que había amontonado.
Recuperado el orden,
Laura llevó a Herminia junto a una mesita velador y le indicó la butaquita
cercana. Después dijo a las niñas que vinieran a saludar a su tía. Laurita tiró
de la manga de su amiga para que fuese con ella y quiso despacharse con un
tímido: “Hola, tita”, pero Herminia no se conformó. No hacía tanto tiempo que
se habían visto y no le pareció bien tanto alejamiento.
__¡Hola, Laurita! ¡Que
guapa estás! ¡Preséntame a tu amiga!
El tono jovial con que
hablaba Herminia la alentó un poco, y era porque momentos antes la madre había
tenido un arrebato de autoridad con respecto a los estudios, que la había hecho
refugiarse en un libro de inglés junto a su amiga, que había venido en realidad
a escuchar música con ella.
__Esta es Conchita
Leiva, mi compañera, y estábamos repasando para un examen de inglés.
__¡Ah, me alegro de
conocerte, niña! Tú, Laurita, ¿Le enseñaste a tu madre lo que te di de tu
abuela?
Laurita buscó con la
mirada a su madre que había vuelto a la cocina, y comprobando que no había
oído, dijo:
__No, tita, no he
tenido ocasión.
Herminia comprendió
que también aquí había venido en mal momento. El ambiente familiar era tenso,
pero no se iba a marchar por ello. Quiso saber cómo continuaría el huracán.
__¡Ah, bueno! Veo que
tenéis trabajo, seguid estudiando.
Ya venía la madre
seguida de la sirvienta, que le despejó la mesita y enseguida volvió con mantel
y tacitas para algo bebible. Herminia se dijo que al menos guardaría las
formas. Servidos unos pocillos de chocolate con unas galletas duras, estuvieron
las cuñadas por unos momentos en discreto silencio. No sin que Laura dirigiese
a su hijo severas miradas, para que no olvidase lo sugerido con respecto a las
tareas: que serían revisadas antes de acostarse.
Herminia pudo observar
al muchacho y constatar el parecido con su padre: la manera de coger el lápiz,
de volver las hojas del cuaderno, los pequeños resoplidos y las miradas
furtivas que dirigía en torno a sí esperando encontrar una fisura en la
atención de su madre, que le permitiera escapar de su tarea. La misma actitud
que tuvo su padre en aquella edad. Pero ni su madre, Doña Marina, ni su padre,
se habían ocupado de sujetarlo a la mesa de estudio. Y así, Francisco Estébanez
era ahora secretario de tercera categoría en el Ayuntamiento de Santovía.
Terminada la escasa
merienda de las cuñadas, Herminia quiso empezar una charla distendida, pero le
salió mal porque en realidad no sabía qué podría interesar a la dueña de la
casa. Dijo:
__¿Qué
ocurre con Paquito? ¿Saca malas notas acaso?
__Pues sí, no sólo es
que saca malas notas, es que no quiere esforzarse y los amigos que se busca no
le ayudan nada y tiene edad ya para bachillerato. ¡Y te juro que este no va a
ser otro Francisco Estébanez! ¡No dirán de mí que “vaya regalo he dejado en el
mundo”!
Se calló de pronto
temiendo haber hablado de más ante la hermana. Solo articuló:
__Lo siento.
__No te preocupes. Yo
sí sabía como era mi hermano, pero mi madre no lo veía, era muy ingenua y en
cuanto a mi padre, su trabajo siempre con problemas ajenos no le dejaba ver los
propios. Lo siento por ti.
__Me alegro que lo
comprendas, pero creo que no del todo. ¿Sabes que cuando me pongo seria por
algo, ya sea el dinero, que me lo da escaso, o por los niños, o el colegio, me
dice: “Tú no eres ya mi Laurita simpática, te estás volviendo vieja”? ¿Cree que
mi única obligación es reírle las gracias?
Herminia se
estremeció. Aunque Laura no lo había manifestado así, comprendió que su hermano
sería capaz de abandonarla si dejaba de ser su crédula y sometida Laurita.
__Ya me voy, Laura. Os
he visto y te dejo en tu tarea de educadora que no es poco. Te deseo suerte.
Se dirigió a la puerta
seguida de su cuñada, que respiraba aliviada al ver su comprensión. Francisco,
que llegaba, al ver a Herminia se sorprendió y exclamó:
__¿Qué? ¿Qué? ¿Qué………?
Y miraba a su esposa tratando de averiguar lo que había hablado con su hermana.
Por suerte, Laura
seguía seria, lo cual le indicó que no se había divertido, pues por un momento
se imaginó que su hermana habría hablado de sus conquistas, de las visitas al
atardecer, que eran conocidas por muchos hombres. Incluso algunos lo hablaban
con sus esposas, como en este caso.
__¿Quieres decir que a
qué he venido? ¿No es eso? Pues a ver a mi familia, ya que no venís a verme a
mí.
__No, si yo quería
decir que qué alegría verte. Te veo muy guapa y arreglada. ¿Vas de fiesta?
Aquí descubrió
Herminia una vez más las patrañas de su hermano.
__No, ahora iré a la
Iglesia, hay una novena.
__¿Y vas así de
arreglada a la Iglesia?
__Pues claro, es una
fiesta de la Virgen, todas las mujeres se arreglan. No sabes la de comentarios
que hay. Una verdadera fiesta de la moda, aunque yo llevo esta falda que fue de
nuestra madre. ¿No te acuerdas?
Francisco ya no sabía
si su hermana se burlaba de él, o era así de ingenua, a pesar de lo que se
comentaba. Cuando le dio un beso furtivo a su mujer, aún trató de encontrar un
rastro de “contagio” que pudiera haber dejado su hermana, pero a Laura no le
hubiera interesado ningún otro hombre. Con Francisco y su hijo tenía de sobra.
De pronto le volvió la
imagen de Cecilio saliendo de su casa, volvió a la realidad y se acercó de
nuevo a la estantería de los libros para seguir repasando su contenido antes de
desprenderse de ellos.
EMPAQUETANDO
LOS LIBROS
|
Cecilio volvió días después y al ser recibido por
Herminia le preguntó si podían seguir haciendo paquetes. Ella estaba sonriente.
Distinta de como estuvo al despedirse días atrás.
Había que hacer los
paquetes y al mismo tiempo los dos querían alargar aquellos momentos. Ella se
decidió. Cómo quedaban por lo menos cuatro tardes de trabajo, se dijo que era
suficiente. Si él estaba interesado en ella tendría ocasión de expresarlo.
Libro sobre libro,
cerrar cajas, colocarlas a un lado para poder también sacar las estanterías que
irían con los libros. Algún roce de manos que no se apresuraban a separar.
Cecilio le preguntó si después de
retirar las estanterías no quedaría muy vacía la pared, a lo que ella contestó
que dejaría a los lados algún mueble pero en el centro esperaba poder poner un
gran “poster” o cuadro con paisaje, algo que simulara una gran ventana al
campo, que diera sensación de espacio.
__Pues yo le puedo
proporcionar lo que quiera y del tamaño que quiera.
__¡Vaya! ¿Hace usted
magia?
__No, claro que no.
Pero tengo un cliente en la capital que se dedica a pintar, tanto originales
como copias, por encargo. Y si lo que quiere usted es sensación de lejanía, le
puede copiar unos famosos girasoles o unos nenúfares muy conocidos.
__No, lo que yo tengo
en mente es un trigal lleno de amapolas.
__Pues no tiene más
que buscar una postal con el tema y yo se lo encargo.
Callaron por un rato y
se quedaron mirando la pila de cajas.
__¿Sabe, Herminia? Me
estoy acostumbrando a venir aquí y me pregunto si cuando terminemos este
traslado podré venir a verla alguna vez.
__Si para entonces
tiene usted interés, seguro que podré recibirle, pero me temo que no tendremos
mucho de qué hablar.
__Yo creo que sí,
porque son muchas las preguntas que me hago sobre usted.
__Hoy puedo
contestarle una, que no me ha hecho todavía.
__¿Así que sabe que
quiero preguntarle algo?
Herminia esperó que
dejase la caja en su lugar y sin decir palabra le tomó de una mano y lo condujo
escalera arriba. Abrió la puerta del dormitorio de “invitados”. Cuando él vio
la colcha de vivos colores, la pared cubierta de estampas de ciudades exóticas
y la cómoda con el tocadiscos, se apoyó en la pared para mirar despacio. La
sorpresa le invadía y no se atrevía a pensar lo que se le estaba ocurriendo.
Balbuceó:
__¿Esto qué es?
__Esto es el atril
dónde se exhibe el Libro de los Salmos, el que le citó Luís.
__Estoy perdido. Por
favor, hable claro.
Herminia estaba al lado
de la cama, los brazos caídos, la cabeza baja, con gesto de tristeza, cómo si
ante ella se hubiera abierto una tumba. Le asomaron unas lágrimas.
__¿Por qué me trae
aquí? ¿Sólo para que vea y comprenda?
__Para que lo sepa y
decida si quiere participar también. Yo he soñado con usted desde que entró en
esta casa por primera vez, siendo muchacho, pero no voy a jugar a ser
seductora.
__No es necesario. Ya
me tiene seducido.
Se acercó a ella y la
abrazó. Herminia rompió a llorar. Desde hacía años había esperado este abrazo.
Desde que el joven Cecilio había estado viendo los libros con su padre.
__¡Vamos, hermosa mía,
no llores! ¡Las flores han aparecido y se oye a la tórtola!
_ Sobre mi lecho, en
la noche, busqué al amado de mi corazón, busquéle y no le hallé.
En el aire flotaban
los Salmos que ella tan bien conocía y él entendió su sentido. Quedaron
abrazados hasta que ella dejó de llorar y él se repuso de la sorpresa. Por hoy
había suficiente. Había empezado una nueva etapa en sus vidas.
HERMINIA VISITA A SU HERMANA.
A Herminia se le
ocurrió un día visitar a su hermana. No había ninguna razón para que estuvieran
distantes o, aunque sí la había, no se podría hablar de ello. Se arregló una
tarde, empezaba a hacer calor, así que eligió una blusa de verano color lila.
Llegó a la casa del notario y su familia. Le abrió la puerta una sirvienta
antigua de la casa que después de hacerla pasar al vestíbulo se ofreció a
avisar a su señora. Ésta, sorprendida, acudió pronto. Al ver a su hermana
arrugó la nariz, gesto éste aprendido de su suegra y al saber que venía de
visita y no por un tema que se despachara pronto, la invitó a pasar con ella a
la cocina, ya que Doña Raquel, sentada en el salón, esperaba a una amiga.
Al poco de sentarse
junto a la mesa de mármol de la cocina, se oyó la entrada de la esperada visita:
eran Doña Concha y su acompañante, que se prodigaron saludos entusiastas
salpicados de ¡Oh! y ¡Ah!
Elisa encargó a la
sirvienta que atendiera a la dueña de la casa y su visitante, que ella lo haría
con su hermana.
Se entretuvo en
preparar un té para las dos, más para darse tiempo a pensar de qué podría hablar con Herminia.
Esta se divertía interiormente al notar los apuros de su hermana, que al fin se
sentó. Herminia sólo había estado en aquella casa cuando la boda y no conocía
la cocina, que le pareció recargada de peroles y adornos de cobre un poco
sucios.
Se dio cuenta de que
quiénes mandaban allí eran la suegra o la cuñada, pues la misma Elisa tuvo que
buscar las galletas, señal de que no se manejaba en la cocina. Ya se iban a
poner a hablar sin saber de qué cuando sonaron golpes de llamada por la puerta
del patio. Elisa irguió la cabeza en aquella dirección, pero no era asunto suyo
si venía algún vendedor de fruta o traían la leña. Esperó que Elvira, la
criada, saliera a abrir. Cuando entró a la cocina para preparar la merienda de
la señora y su visita, Elisa le dijo:
__Han llamado por el
patio. Vete a ver quién es.
__No esperamos a
nadie, ya trajeron la leña.
En esto se oyó de
nuevo la llamada un poco más fuerte. Quien fuese no cedería hasta ser atendido,
así que Elvira se decidió. El patio está un poco más bajo, para llegar a él hay
tres escalones. Las que venían fueron saludadas con un seco:
__Hola Josefa, hola
niña.
__¿Podemos ver a la
señora?
__¿A cual de ellas?
Doña Raquel tiene visita.
__No es a Doña Raquel,
sino a Doña Elisa a quién queremos ver.
__Pues se lo diré,
está en la cocina.
Cuando al fin entraron
en la cocina, la mayor de las dos se presentó.
__Señora, yo soy
Josefa, de la huerta Candelaria, y esta es mi hija.
__¡Ah! Bueno, pues
dígame lo que quiere y se lo diré a Doña Raquel. Ella es la que lleva lo de la
huerta.
__No es de la huerta,
señora. Yo vengo a pedir ayuda. Le diré: la chica, mi hija, está embarazada y
veníamos a pedir su ayuda.
Elisa miró a las dos
con una mueca casi de asco, tanto
por hablar sin recato de estar encinta, como por venir tan directamente
con su problema. Porque Elisa y otras damas componían un grupo denominado
“Canastilla de Nuestra Señora”, que una o dos veces en semana se reunían en un
salón del convento-colegio para adjudicar la ropa usada que les traían,
comestibles o dinero para medicinas. Allí acudían las mujeres pobres y se les
solucionaban problemas de no mucha envergadura. Por eso no le gustó que se
tomaran la confianza de venir a su casa. Miró a la chica de arriba abajo y
observando su aire desganado, el vestido desaliñado bajo una chaqueta de punto
dos tallas más grande de lo necesario, casi se preguntó quién habría tenido
ganas de “arrimarse” a ella ¡con aquellos pelos!
__¡Ah! ¿Es por eso? ¿Y
qué puedo yo hacer?
__Mi hija necesita
ropa y alimentos. Está de tres meses.
Elisa reaccionó con
antipatía. Decididamente no le gustó que aparecieran allí, así que fue al
contraataque.
__¿Dice que está de
tres meses? Pues le falta mucho para que le estreche el vestido. Y en cuanto a
los alimentos, no necesita más que un vaso de leche extra, o un huevo algunos
días. De momento el feto es del tamaño de una croqueta y no por comer mucho
crecerá antes.
La muchacha bajó la
cara avergonzada. La madre se ajustaba el mantoncillo negro que le cubría la
espalda.
__Señorita, es que el
niño…
__No se le puede
llamar niño todavía. En fin, lo que sí tiene que tener cuidado es de no coger
frío. Un enfriamiento sí que le haría mal. Cuidado con tener los pies mojados.
La muchacha se decidió
a hablar:
__No tengo zapatos.
__Pues eso sí te lo
podemos dar en “la Canastilla”, ya sabéis, en el convento los martes o jueves.
Te voy a dar una nota.
Se fue a un cajón del
armario y sacó una libreta que usaban para la lisa de la compra. Arrancó una
hoja y escribió unas palabras y su firma. Se lo alargó a la madre, que repetía
__Señora, es que este
niño…
__Sí, Josefa, cuando
necesiten algo más, vayan al convento.
La madre tomó el brazo
de su hija y sin dar las gracias la hizo salir delante de ella. De paso miró a
Herminia como si no la hubiera visto antes y ésta le dijo:
__Adiós, señora
Josefa, adiós muchacha. Suerte.
Estaba sintiendo
vergüenza ajena. Cuando Elvira cerró la puerta del patio, Elisa se ocupó del té
para su hermana. Persistía su mal semblante, pero pudo disimular un poco.
Sirvió el té y sin hablar empezó a soplar para que se enfriase, mordió una
galleta y siguió sin hablar. Herminia hizo otro tanto, observando a su hermana.
Elisa tomó al fin un sorbo de té y esto pareció entonarla, así que se dirigió a
Herminia.
__¿Qué te parece esto?
Dijo señalando el patio por donde habían salido las mujeres.
__Yo no se, no las
conozco. Bueno, me pareció que querían decir algo que no era lo de la ropa o la
comida. Se fueron decepcionadas, ¿no te parece?
__No tenían que venir
aquí. No pensarían que les iba a buscar ya un vestido pre-mamá, ¿no crees?
__Lo que yo creo es
que buscaban otra cosa.
__¿Cómo qué?
__Yo creo que la frase
“Señorita, es que este niño…” la iba a terminar diciendo “es de Don Eliseo”.
__¡Estúpida! ¡Eso no! -dijo
Elisa, al tiempo que deslizando por la mesa el dorso de la mano, volcaba la
taza de té de Herminia, que a medias pudo dar un salto atrás con la silla-.
Le cayó el té en la falda. Se apartó mirando a su hermana
con furia. Aguantó de pié mientras Elvira se acercaba a limpiar la mesa y
recoger del suelo la taza rota. Elisa se quedó sentada tapándose la boca con
las manos, asustada de su propia reacción. Tardó bastante en decir:
__Perdona.
Elvira ofrecía un
trapo para que Herminia se secara la falda y le acercó la silla. Herminia
respiraba fuerte, le quemaba la garganta. Pensó varias cosas:
Una: que ya no conocía
a su hermana.
Dos: que no sabía
porqué ella había dicho algo que se pudo haber callado.
Tres: si era que su
hermana, inconscientemente, la quería castigar, o ella había sido la castigadora.
Cuatro: que no podía quedar así, no
podía dejar aquella brecha abierta.
Así que se sentó y le pidió té a Elvira
que se hacía la entretenida en la cocina. El té caliente la alivió y poco a
poco fueron serenándose las dos hermanas. La sirvienta acudió a una llamada del
salón.
__¿Por qué me has
dicho eso? ¿Tú sabes algo de mi marido?
__No, Elisa, en
absoluto. Todo ha sido intuición y deducción. Intuición por la manera de hablar
y presentarse, como de haber tomado una decisión. Y deducción por lo mismo que
tú les has dicho: no tienen que venir aquí y ellas lo sabían. Además, yo creí
que tú pensabas lo mismo, por la manera que has tenido de hablarles, no dando
ocasión y despachándolas pronto. Y te diré más si me dejas.
__Claro, ya no puede
haber nada más duro de oír.
__Lo pensé cuando se
miraron las dos como diciéndose: “nada, que no se quiere enterar. Otro día
será”. Y se fueron sin haber conseguido su intento. Ya sabrás si van por los
zapatos.
Herminia calló ahora y
se dedicó al té antes que se enfriara. Después se puso en pié para irse.
__Siento mucho haber
venido en tan mala ocasión.
__No te vayas aún.
Dime algo, tú que sabes de hombres. ¿Qué harías en mi lugar?
La voz de Elisa
traslucía su desamparo, su falta de amistades, pues tanto su suegra como su
cuñada no eran sus amigas ya que cada una ocupaba un lugar jerárquico
establecido. Herminia sintió algo de pena por su hermana, la que había hecho
tan buena boda.
__Pues como no sabes
nada verdadero, trata de olvidar esta conversación, que si es verdad mi
sospecha, ya se descubrirá. Procura no decir nada a tu marido porque, en caso
de ser verdad, dirá que NO mientras pueda, y si no lo es, se llevará un
disgusto innecesario. De todos modos, está alerta por si descubres algún
indicio.
Terminó de hablar ya
puesta en pié para marcharse. Elisa se levantó para despedir a su hermana y
acudir al lado de su suegra.
Fue en una de las dos
tardes siguientes en las que no salió a la calle cuando se presentó su cuñado
Eliseo. Pidió permiso para hablar con Herminia si es que podía recibirle.
Matilde iba a dejarle entrar porque era de la familia pero él se mantuvo fuera
hasta que Herminia contestara. Fue ella misma la que se acercó a la puerta y le
hizo pasar. Al momento se le había puesto un nudo en la garganta porque
comprendió que esta visita tenía que ver con la que ella había hecho a su
hermana.
Entró él y se sentó en
el sofá ya que Herminia se había sentado en su sillón. Quiso empezar una
conversación distendida, pero no pudo porque de pronto se dio cuenta que hacía
años que no había hablado con ella a pesar de vivir cerca y de cruzarse ambos
por la calle. Prefirió ser directo:
__¿Sabes por qué he
venido a verte?
__No puedo saberlo
hasta que tú me lo digas. Sólo puedo intuir que tiene relación con mi visita a
mi hermana.
__Pues de eso va. La
encontré muy seria la otra tarde y ha seguido así dos días. Como insistí en que
me dijera el motivo me contestó que había discutido contigo.
Herminia se removió en
su asiento. Escuchándole percibió un falso interés por su esposa, un querer
quedar bien y al mismo tiempo un deseo de imponerse a esta mujer que se permitía no tener
marido. No le iba a dejar regodearse en su triunfo. Si venía a pedir cuentas,
se las dejaría claras. Pero eligió las palabras adecuadas:
__Tuvimos una
diferencia de opinión, pero por un asunto del que no estaba previsto hablar.
Eliseo se sorprendió porque esperaba
algo así como un elusivo “todas las hermanas discuten por tonterías”, pero no.
Ya Herminia continuaba:
De hecho no habíamos empezado a hablar
cuando se presentó una visita.
__¿La amiga de mi
madre?
__No, no. Vinieron
por el patio dos mujeres que yo no conozco y hablaron con tu mujer.
Eliseo se puso serio,
se le borró la mirada un tanto guasona que Herminia había percibido.
__¿Quieres decir que
la discusión fue por la visita?
__No llegó a ser
discusión, no tenía por qué. Ella me pidió una opinión, yo se la di y le sentó
mal. -Herminia disfrutó apretando el tornillo. Continuó.- Tan mal que me tiró encima
la taza de té. Por eso está avergonzada.
__Te ruego que me
digas algo más. ¿Quiénes eran esas mujeres?
__Yo no las conozco de
nada, pero Elvira las saludó diciendo: “Hola Josefa, hola niña”.
Eliseo casi se puso en
pié y volvió a caer en el asiento.
__¿Dijo” Josefa y
niña”?
__Sí, eso es. Venían a
pedir algo y tu mujer les dio una nota para la “Canastilla de la Virgen”. Le
molestó mucho que vinieran a la casa.
A Eliseo le había cambiado de color la
cara. Hubiera pedido un vaso de agua, pero no se atrevió.
__Así que fue por esa
visita. ¿Dijeron algo especial?
Dijo esto en un tono
de voz que quería ser distante, pero
su palidez revelaba preocupación.
Herminia miró su reloj
y se levantó diciendo:
__¡Uy! ¡Se me hace
tarde! ¡Matilde, mi bolso!
De esa forma daba por
terminada la visita sin contestar la última pregunta de su cuñado. Ya había
mordido el anzuelo. Ya se vería si era verdad lo que había sospechado de él con
la chica de la huerta.
Eliseo salió delante
de Herminia, que se fue en dirección a la Iglesia, muy divertida de ver que su
cuñado andaba en la cuerda floja de la infidelidad.
...Continuará...