jueves, 17 de julio de 2014

EL LIBRO DE LOS SALMOS. Capítulos 26 a 28



RECORDANDO UNA VISITA A SU HERMANO

Mientras se ocupaba de recolocar los libros que había ojeado Cecilio, le vino a la memoria una visita que le había hecho a su hermano y su cuñada.
Su sobrina Laurita le había dicho que debía pedir permiso a su padre para ir a verla, según le aconsejó su madre. Pensó que sería divertido ver qué cara ponían porque, aunque nunca le habían ni siquiera comentado las visitas que Herminia solía recibir, ésta tenía claro que no le gustaban. Aunque Herminia no tenía constancia de ello, Francisco lo había comentado con su mujer.
No se habían ocupado de Herminia en su juventud dejándola cuidar de su madre varios años y cuando ésta murió, tampoco le ofrecieron participar de sus amistades y vida social, así que la hermana menor era su vergüenza por dos razones: por lo que se sabía de ella y porque no lo habían evitado.
Se arregló concienzudamente. El pelo, bastante largo en una trenza floja, caía sobre un hombro y el pecho, adornada con cintas de colores que suplían al collar. La falda negra, de satén, lucía sus brillos. Anduvo pausadamente. El bolso negro, adornado en pedrería, caía desde el hombro y se movía acompasado y tentador. Llegó a casa de su hermano. Pudo constatar que la fachada estaba renovada, pintada en color verde pálido, las ventanas en blanco. La puerta principal de buena madera color caoba, un llamador de bronce antiguo, una mirilla deslumbrante.

Se paró antes de llamar para considerar todo el cambio. Por supuesto su hermano ganaba dinero como Consejero de Obras del Ayuntamiento. Llamó por fin. Le abrió una muchacha joven con uniforme negro, delantal y cofia. Herminia se presentó:
­__Soy hermana de Don Francisco. Pregunte a la señora si puedo pasar a verlos.
Laura la había oído y acudió prestamente.
__¡Pasa Herminia, pasa! -quería ser familiar y acogedora pero apenas le salía-. Pasa al comedor.

La muchacha la guió al interior pero no supo qué silla ofrecerle y salió dejándola de pié. Estaban sus sobrinos allí. El chico, Francisco como su padre, tenía desplegados cuadernos y libros en un extremo de la mesa y en cuanto su tía entró se acercó a ella y dándole dos sonoros y húmedos besos en las mejillas empezó diciendo:
­__¡Que alegría tita, verte por aquí! ¿Vas a estar un rato? ¿Vas a merendar con nosotros?

Herminia apreció enseguida el parecido de su sobrino con el padre. Creyó ver y oír a su hermano con la misma edad y recordó cómo se burlaba de sus hermanas y engañaba a su madre. El parecido físico era innegable. Los dientes de arriba separados, la cara ancha, el pelo caído sobre la frente, las manos gordas. Herminia no contestaba, así que el muchacho repitió:
__¿Vas a merendar aquí?

Pero la tía entendió pronto el mensaje escondido, así que contestó:
__Tu madre no me ha invitado a merendar, no sé si podré quedarme.
Había entendido que el chico quería recoger sus cuadernos y marcharse con pretexto de dejarles sitio para merendar. Las miradas a la puerta le revelaron la verdadera intención de dejarles la mesa.

 Laurita y una amiga estaban junto a la ventana leyendo un mismo libro de inglés, y muy sorprendidas, se quedaron mirando sin apenas atreverse a saludar a la tía hasta que su madre terminara de llegar. Laura al fin se presentó a saludar a su cuñada. El chico, una vez más, probó a marcharse, pero la madre le dijo:
__¡Francisco Guillermo! ¡Ni se te ocurra dejar los deberes!  ¡Y procura no equivocarte, no sea que tengas que repetirlos antes de dormir!
Cuando la madre se ponía seria con él, lo que ocurría recientemente, no le llamaba Paquito como era su costumbre. Si, como ahora, lo llamaba por su nombre entero, es que la cosa iba muy, muy en serio. Así que, mirando torvamente a su madre y a su tía, retomó los cuadernos que había amontonado.

Recuperado el orden, Laura llevó a Herminia junto a una mesita velador y le indicó la butaquita cercana. Después dijo a las niñas que vinieran a saludar a su tía. Laurita tiró de la manga de su amiga para que fuese con ella y quiso despacharse con un tímido: “Hola, tita”, pero Herminia no se conformó. No hacía tanto tiempo que se habían visto y no le pareció bien tanto alejamiento.
__¡Hola, Laurita! ¡Que guapa estás! ¡Preséntame a tu amiga!
El tono jovial con que hablaba Herminia la alentó un poco, y era porque momentos antes la madre había tenido un arrebato de autoridad con respecto a los estudios, que la había hecho refugiarse en un libro de inglés junto a su amiga, que había venido en realidad a escuchar música con ella.
__Esta es Conchita Leiva, mi compañera, y estábamos repasando para un examen de inglés.
__¡Ah, me alegro de conocerte, niña! Tú, Laurita, ¿Le enseñaste a tu madre lo que te di de tu abuela?
Laurita buscó con la mirada a su madre que había vuelto a la cocina, y comprobando que no había oído, dijo:
__No, tita, no he tenido ocasión.

Herminia comprendió que también aquí había venido en mal momento. El ambiente familiar era tenso, pero no se iba a marchar por ello. Quiso saber cómo continuaría el huracán.
__¡Ah, bueno! Veo que tenéis trabajo, seguid estudiando.

Ya venía la madre seguida de la sirvienta, que le despejó la mesita y enseguida volvió con mantel y tacitas para algo bebible. Herminia se dijo que al menos guardaría las formas. Servidos unos pocillos de chocolate con unas galletas duras, estuvieron las cuñadas por unos momentos en discreto silencio. No sin que Laura dirigiese a su hijo severas miradas, para que no olvidase lo sugerido con respecto a las tareas: que serían revisadas antes de acostarse.
Herminia pudo observar al muchacho y constatar el parecido con su padre: la manera de coger el lápiz, de volver las hojas del cuaderno, los pequeños resoplidos y las miradas furtivas que dirigía en torno a sí esperando encontrar una fisura en la atención de su madre, que le permitiera escapar de su tarea. La misma actitud que tuvo su padre en aquella edad. Pero ni su madre, Doña Marina, ni su padre, se habían ocupado de sujetarlo a la mesa de estudio. Y así, Francisco Estébanez era ahora secretario de tercera categoría en el Ayuntamiento de Santovía.

Terminada la escasa merienda de las cuñadas, Herminia quiso empezar una charla distendida, pero le salió mal porque en realidad no sabía qué podría interesar a la dueña de la casa. Dijo:
__¿Qué ocurre con Paquito? ¿Saca malas notas acaso?
__Pues sí, no sólo es que saca malas notas, es que no quiere esforzarse y los amigos que se busca no le ayudan nada y tiene edad ya para bachillerato. ¡Y te juro que este no va a ser otro Francisco Estébanez! ¡No dirán de mí que “vaya regalo he dejado en el mundo”!

Se calló de pronto temiendo haber hablado de más ante la hermana. Solo articuló:
__Lo siento.
__No te preocupes. Yo sí sabía como era mi hermano, pero mi madre no lo veía, era muy ingenua y en cuanto a mi padre, su trabajo siempre con problemas ajenos no le dejaba ver los propios. Lo siento por ti. 
__Me alegro que lo comprendas, pero creo que no del todo. ¿Sabes que cuando me pongo seria por algo, ya sea el dinero, que me lo da escaso, o por los niños, o el colegio, me dice: “Tú no eres ya mi Laurita simpática, te estás volviendo vieja”? ¿Cree que mi única obligación es reírle las gracias?

Herminia se estremeció. Aunque Laura no lo había manifestado así, comprendió que su hermano sería capaz de abandonarla si dejaba de ser su crédula y sometida Laurita.
__Ya me voy, Laura. Os he visto y te dejo en tu tarea de educadora que no es poco. Te deseo suerte.

Se dirigió a la puerta seguida de su cuñada, que respiraba aliviada al ver su comprensión. Francisco, que llegaba, al ver a Herminia se sorprendió y exclamó:
__¿Qué? ¿Qué? ¿Qué………? Y miraba a su esposa tratando de averiguar lo que había hablado con su hermana.
Por suerte, Laura seguía seria, lo cual le indicó que no se había divertido, pues por un momento se imaginó que su hermana habría hablado de sus conquistas, de las visitas al atardecer, que eran conocidas por muchos hombres. Incluso algunos lo hablaban con sus esposas, como en este caso.
__¿Quieres decir que a qué he venido? ¿No es eso? Pues a ver a mi familia, ya que no venís a verme a mí.
__No, si yo quería decir que qué alegría verte. Te veo muy guapa y arreglada. ¿Vas de fiesta?
Aquí descubrió Herminia una vez más las patrañas de su hermano.
__No, ahora iré a la Iglesia, hay una novena.
__¿Y vas así de arreglada a la Iglesia?
__Pues claro, es una fiesta de la Virgen, todas las mujeres se arreglan. No sabes la de comentarios que hay. Una verdadera fiesta de la moda, aunque yo llevo esta falda que fue de nuestra madre. ¿No te acuerdas?

Francisco ya no sabía si su hermana se burlaba de él, o era así de ingenua, a pesar de lo que se comentaba. Cuando le dio un beso furtivo a su mujer, aún trató de encontrar un rastro de “contagio” que pudiera haber dejado su hermana, pero a Laura no le hubiera interesado ningún otro hombre. Con Francisco y su hijo tenía de sobra.

De pronto le volvió la imagen de Cecilio saliendo de su casa, volvió a la realidad y se acercó de nuevo a la estantería de los libros para seguir repasando su contenido antes de desprenderse de ellos.

EMPAQUETANDO LOS LIBROS


Cecilio volvió  días después y al ser recibido por Herminia le preguntó si podían seguir haciendo paquetes. Ella estaba sonriente. Distinta de como estuvo al despedirse días atrás.

Había que hacer los paquetes y al mismo tiempo los dos querían alargar aquellos momentos. Ella se decidió. Cómo quedaban por lo menos cuatro tardes de trabajo, se dijo que era suficiente. Si él estaba interesado en ella tendría ocasión de expresarlo. 

Libro sobre libro, cerrar cajas, colocarlas a un lado para poder también sacar las estanterías que irían con los libros. Algún roce de manos que no se apresuraban a separar.
 Cecilio le preguntó si después de retirar las estanterías no quedaría muy vacía la pared, a lo que ella contestó que dejaría a los lados algún mueble pero en el centro esperaba poder poner un gran “poster” o cuadro con paisaje, algo que simulara una gran ventana al campo, que diera sensación de espacio.
__Pues yo le puedo proporcionar lo que quiera y del tamaño que quiera.
__¡Vaya! ¿Hace usted magia?
__No, claro que no. Pero tengo un cliente en la capital que se dedica a pintar, tanto originales como copias, por encargo. Y si lo que quiere usted es sensación de lejanía, le puede copiar unos famosos girasoles o unos nenúfares muy conocidos.
__No, lo que yo tengo en mente es un trigal lleno de amapolas.
__Pues no tiene más que buscar una postal con el tema y yo se lo encargo.

Callaron por un rato y se quedaron mirando la pila de cajas.

__¿Sabe, Herminia? Me estoy acostumbrando a venir aquí y me pregunto si cuando terminemos este traslado podré venir a verla alguna vez.
__Si para entonces tiene usted interés, seguro que podré recibirle, pero me temo que no tendremos mucho de qué hablar.
__Yo creo que sí, porque son muchas las preguntas que me hago sobre usted.
__Hoy puedo contestarle una, que no me ha hecho todavía.
__¿Así que sabe que quiero preguntarle algo?

Herminia esperó que dejase la caja en su lugar y sin decir palabra le tomó de una mano y lo condujo escalera arriba. Abrió la puerta del dormitorio de “invitados”. Cuando él vio la colcha de vivos colores, la pared cubierta de estampas de ciudades exóticas y la cómoda con el tocadiscos, se apoyó en la pared para mirar despacio. La sorpresa le invadía y no se atrevía a pensar lo que se le estaba ocurriendo. Balbuceó:
__¿Esto qué es?
__Esto es el atril dónde se exhibe el Libro de los Salmos, el que le citó Luís.
__Estoy perdido. Por favor, hable claro.

Herminia estaba al lado de la cama, los brazos caídos, la cabeza baja, con gesto de tristeza, cómo si ante ella se hubiera abierto una tumba. Le asomaron unas lágrimas.
__¿Por qué me trae aquí? ¿Sólo para que vea y comprenda?
__Para que lo sepa y decida si quiere participar también. Yo he soñado con usted desde que entró en esta casa por primera vez, siendo muchacho, pero no voy a jugar a ser seductora.
__No es necesario. Ya me tiene seducido.

Se acercó a ella y la abrazó. Herminia rompió a llorar. Desde hacía años había esperado este abrazo. Desde que el joven Cecilio había estado viendo los libros con su padre.

__¡Vamos, hermosa mía, no llores! ¡Las flores han aparecido y se oye a la tórtola!
_ Sobre mi lecho, en la noche, busqué al amado de mi corazón, busquéle y no le hallé.

En el aire flotaban los Salmos que ella tan bien conocía y él entendió su sentido. Quedaron abrazados hasta que ella dejó de llorar y él se repuso de la sorpresa. Por hoy había suficiente. Había empezado una nueva etapa en sus vidas.  


HERMINIA VISITA A SU HERMANA.

A Herminia se le ocurrió un día visitar a su hermana. No había ninguna razón para que estuvieran distantes o, aunque sí la había, no se podría hablar de ello. Se arregló una tarde, empezaba a hacer calor, así que eligió una blusa de verano color lila. Llegó a la casa del notario y su familia. Le abrió la puerta una sirvienta antigua de la casa que después de hacerla pasar al vestíbulo se ofreció a avisar a su señora. Ésta, sorprendida, acudió pronto. Al ver a su hermana arrugó la nariz, gesto éste aprendido de su suegra y al saber que venía de visita y no por un tema que se despachara pronto, la invitó a pasar con ella a la cocina, ya que Doña Raquel, sentada en el salón, esperaba a una amiga.

Al poco de sentarse junto a la mesa de mármol de la cocina, se oyó la entrada de la esperada visita: eran Doña Concha y su acompañante, que se prodigaron saludos entusiastas salpicados de ¡Oh! y ¡Ah!
Elisa encargó a la sirvienta que atendiera a la dueña de la casa y su visitante, que ella lo haría con su hermana.

Se entretuvo en preparar un té para las dos, más  para darse tiempo a pensar de qué podría hablar con Herminia. Esta se divertía interiormente al notar los apuros de su hermana, que al fin se sentó. Herminia sólo había estado en aquella casa cuando la boda y no conocía la cocina, que le pareció recargada de peroles y adornos de cobre un poco sucios.

Se dio cuenta de que quiénes mandaban allí eran la suegra o la cuñada, pues la misma Elisa tuvo que buscar las galletas, señal de que no se manejaba en la cocina. Ya se iban a poner a hablar sin saber de qué cuando sonaron golpes de llamada por la puerta del patio. Elisa irguió la cabeza en aquella dirección, pero no era asunto suyo si venía algún vendedor de fruta o traían la leña. Esperó que Elvira, la criada, saliera a abrir. Cuando entró a la cocina para preparar la merienda de la señora y su visita, Elisa le dijo:
__Han llamado por el patio. Vete a ver quién es.
__No esperamos a nadie, ya trajeron la leña.

En esto se oyó de nuevo la llamada un poco más fuerte. Quien fuese no cedería hasta ser atendido, así que Elvira se decidió. El patio está un poco más bajo, para llegar a él hay tres escalones. Las que venían fueron saludadas con un seco:
__Hola Josefa, hola niña.
__¿Podemos ver a la señora?
__¿A cual de ellas? Doña Raquel tiene visita.
__No es a Doña Raquel, sino a Doña Elisa a quién queremos ver.
__Pues se lo diré, está en la cocina.

Cuando al fin entraron en la cocina, la mayor de las dos se presentó.
__Señora, yo soy Josefa, de la huerta Candelaria, y esta es mi hija.
__¡Ah! Bueno, pues dígame lo que quiere y se lo diré a Doña Raquel. Ella es la que lleva lo de la huerta.
__No es de la huerta, señora. Yo vengo a pedir ayuda. Le diré: la chica, mi hija, está embarazada y veníamos a pedir su ayuda.

Elisa miró a las dos con una mueca casi de asco, tanto  por hablar sin recato de estar encinta, como por venir tan directamente con su problema. Porque Elisa y otras damas componían un grupo denominado “Canastilla de Nuestra Señora”, que una o dos veces en semana se reunían en un salón del convento-colegio para adjudicar la ropa usada que les traían, comestibles o dinero para medicinas. Allí acudían las mujeres pobres y se les solucionaban problemas de no mucha envergadura. Por eso no le gustó que se tomaran la confianza de venir a su casa. Miró a la chica de arriba abajo y observando su aire desganado, el vestido desaliñado bajo una chaqueta de punto dos tallas más grande de lo necesario, casi se preguntó quién habría tenido ganas de “arrimarse” a ella ¡con aquellos pelos!
__¡Ah! ¿Es por eso? ¿Y qué puedo yo hacer?
­__Mi hija necesita ropa y alimentos. Está de tres meses.

Elisa reaccionó con antipatía. Decididamente no le gustó que aparecieran allí, así que fue al contraataque.
__¿Dice que está de tres meses? Pues le falta mucho para que le estreche el vestido. Y en cuanto a los alimentos, no necesita más que un vaso de leche extra, o un huevo algunos días. De momento el feto es del tamaño de una croqueta y no por comer mucho crecerá antes.

La muchacha bajó la cara avergonzada. La madre se ajustaba el mantoncillo negro que le cubría la espalda.

__Señorita, es que el niño…
__No se le puede llamar niño todavía. En fin, lo que sí tiene que tener cuidado es de no coger frío. Un enfriamiento sí que le haría mal. Cuidado con tener los pies mojados.

La muchacha se decidió a hablar:
__No tengo zapatos.
__Pues eso sí te lo podemos dar en “la Canastilla”, ya sabéis, en el convento los martes o jueves. Te voy a dar una nota.

Se fue a un cajón del armario y sacó una libreta que usaban para la lisa de la compra. Arrancó una hoja y escribió unas palabras y su firma. Se lo alargó a la madre, que repetía
__Señora, es que este niño…
__Sí, Josefa, cuando necesiten algo más, vayan al convento.
La madre tomó el brazo de su hija y sin dar las gracias la hizo salir delante de ella. De paso miró a Herminia como si no la hubiera visto antes y ésta le dijo:
__Adiós, señora Josefa, adiós muchacha. Suerte.

Estaba sintiendo vergüenza ajena. Cuando Elvira cerró la puerta del patio, Elisa se ocupó del té para su hermana. Persistía su mal semblante, pero pudo disimular un poco. Sirvió el té y sin hablar empezó a soplar para que se enfriase, mordió una galleta y siguió sin hablar. Herminia hizo otro tanto, observando a su hermana. Elisa tomó al fin un sorbo de té y esto pareció entonarla, así que se dirigió a Herminia. 
__¿Qué te parece esto? Dijo señalando el patio por donde habían salido las mujeres.
__Yo no se, no las conozco. Bueno, me pareció que querían decir algo que no era lo de la ropa o la comida. Se fueron decepcionadas, ¿no te parece?
__No tenían que venir aquí. No pensarían que les iba a buscar ya un vestido pre-mamá, ¿no crees?
__Lo que yo creo es que buscaban otra cosa.
__¿Cómo qué?
__Yo creo que la frase “Señorita, es que este niño…” la iba a terminar diciendo “es de Don Eliseo”.
__¡Estúpida! ¡Eso no! -dijo Elisa, al tiempo que deslizando por la mesa el dorso de la mano, volcaba la taza de té de Herminia, que a medias pudo dar un salto atrás con la silla-.

Le cayó el té en  la falda. Se apartó mirando a su hermana con furia. Aguantó de pié mientras Elvira se acercaba a limpiar la mesa y recoger del suelo la taza rota. Elisa se quedó sentada tapándose la boca con las manos, asustada de su propia reacción. Tardó bastante en decir:
__Perdona.

Elvira ofrecía un trapo para que Herminia se secara la falda y le acercó la silla. Herminia respiraba fuerte, le quemaba la garganta. Pensó varias cosas:
Una: que ya no conocía a su hermana.
Dos: que no sabía porqué ella había dicho algo que se pudo haber callado.
Tres: si era que su hermana, inconscientemente, la quería castigar, o ella  había sido la castigadora.
 Cuatro: que no podía quedar así, no podía dejar aquella brecha abierta.
 Así que se sentó y le pidió té a Elvira que se hacía la entretenida en la cocina. El té caliente la alivió y poco a poco fueron serenándose las dos hermanas. La sirvienta acudió a una llamada del salón.
__¿Por qué me has dicho eso? ¿Tú sabes algo de mi marido?
__No, Elisa, en absoluto. Todo ha sido intuición y deducción. Intuición por la manera de hablar y presentarse, como de haber tomado una decisión. Y deducción por lo mismo que tú les has dicho: no tienen que venir aquí y ellas lo sabían. Además, yo creí que tú pensabas lo mismo, por la manera que has tenido de hablarles, no dando ocasión y despachándolas pronto. Y te diré más si me dejas.
__Claro, ya no puede haber nada más duro de oír.
__Lo pensé cuando se miraron las dos como diciéndose: “nada, que no se quiere enterar. Otro día será”. Y se fueron sin haber conseguido su intento. Ya sabrás si van por los zapatos.

Herminia calló ahora y se dedicó al té antes que se enfriara. Después se puso en pié para irse.
__Siento mucho haber venido en tan mala ocasión.
__No te vayas aún. Dime algo, tú que sabes de hombres. ¿Qué harías en mi lugar?

La voz de Elisa traslucía su desamparo, su falta de amistades, pues tanto su suegra como su cuñada no eran sus amigas ya que cada una ocupaba un lugar jerárquico establecido. Herminia sintió algo de pena por su hermana, la que había hecho tan buena boda.
__Pues como no sabes nada verdadero, trata de olvidar esta conversación, que si es verdad mi sospecha, ya se descubrirá. Procura no decir nada a tu marido porque, en caso de ser verdad, dirá que NO mientras pueda, y si no lo es, se llevará un disgusto innecesario. De todos modos, está alerta por si descubres algún indicio.

Terminó de hablar ya puesta en pié para marcharse. Elisa se levantó para despedir a su hermana y acudir al lado de su suegra.

Fue en una de las dos tardes siguientes en las que no salió a la calle cuando se presentó su cuñado Eliseo. Pidió permiso para hablar con Herminia si es que podía recibirle. Matilde iba a dejarle entrar porque era de la familia pero él se mantuvo fuera hasta que Herminia contestara. Fue ella misma la que se acercó a la puerta y le hizo pasar. Al momento se le había puesto un nudo en la garganta porque comprendió que esta visita tenía que ver con la que ella había hecho a su hermana.

Entró él y se sentó en el sofá ya que Herminia se había sentado en su sillón. Quiso empezar una conversación distendida, pero no pudo porque de pronto se dio cuenta que hacía años que no había hablado con ella a pesar de vivir cerca y de cruzarse ambos por la calle. Prefirió ser directo:
__¿Sabes por qué he venido a verte?
__No puedo saberlo hasta que tú me lo digas. Sólo puedo intuir que tiene relación con mi visita a mi hermana.
__Pues de eso va. La encontré muy seria la otra tarde y ha seguido así dos días. Como insistí en que me dijera el motivo me contestó que había discutido contigo.

Herminia se removió en su asiento. Escuchándole percibió un falso interés por su esposa, un querer quedar bien y al mismo tiempo un  deseo de imponerse a esta mujer que se permitía no tener marido. No le iba a dejar regodearse en su triunfo. Si venía a pedir cuentas, se las dejaría claras. Pero eligió las palabras adecuadas:
__Tuvimos una diferencia de opinión, pero por un asunto del que no estaba previsto hablar.
 Eliseo se sorprendió porque esperaba algo así como un elusivo “todas las hermanas discuten por tonterías”, pero no. Ya Herminia continuaba:
 De hecho no habíamos empezado a hablar cuando se presentó una visita.
__¿La amiga de mi madre?
­__No, no. Vinieron por el patio dos mujeres que yo no conozco y hablaron con tu mujer.
Eliseo se puso serio, se le borró la mirada un tanto guasona que Herminia había percibido.
__¿Quieres decir que la discusión fue por la visita?
__No llegó a ser discusión, no tenía por qué. Ella me pidió una opinión, yo se la di y le sentó mal. -Herminia disfrutó apretando el tornillo. Continuó.- Tan mal que me tiró encima la taza de té. Por eso está avergonzada.
__Te ruego que me digas algo más. ¿Quiénes eran esas mujeres?
__Yo no las conozco de nada, pero Elvira las saludó diciendo: “Hola Josefa, hola niña”.

Eliseo casi se puso en pié y volvió a caer en el asiento.
__¿Dijo” Josefa y niña”?
__Sí, eso es. Venían a pedir algo y tu mujer les dio una nota para la “Canastilla de la Virgen”. Le molestó mucho que vinieran a la casa.
A  Eliseo le había cambiado de color la cara. Hubiera pedido un vaso de agua, pero no se atrevió.
__Así que fue por esa visita. ¿Dijeron algo especial?
Dijo esto en un tono de voz que quería ser distante, pero  su palidez  revelaba  preocupación.
Herminia miró su reloj y se levantó diciendo:
__¡Uy! ¡Se me hace tarde! ¡Matilde, mi bolso!
De esa forma daba por terminada la visita sin contestar la última pregunta de su cuñado. Ya había mordido el anzuelo. Ya se vería si era verdad lo que había sospechado de él con la chica de la huerta.

Eliseo salió delante de Herminia, que se fue en dirección a la Iglesia, muy divertida de ver que su cuñado andaba en la cuerda floja de la infidelidad. 

...Continuará...