LAS
CLASES DE BAILE
Así fue que tres días
más tarde se presentó en la casa con el papel donde ella había escrito su
dirección. Abrió Matilde y detrás estaba Herminia, que al verle le animó a
entrar y tomar asiento. Él se sorprendió del salón casi lujoso, de la chimenea
de mármol y de la presencia del piano.
__No sé si he debido
venir, señorita, apenas hemos hablado y tal vez he sido impetuoso. Cuando usted
me dijo que no tenía pareja para bailar…
__Ni para nada, -interrumpió Herminia-, ni para viajar, ni para ir al cine. Pero pase y siéntese.
__Vaya, vaya, no me lo
puedo imaginar.
__Pues así es. Por eso
entendí su propuesta de dar clases como una ocasión para desempolvar al menos mis
deseos de bailar.
__Veo que tiene piano,
¿usted lo toca?
__No, quien tocaba
algo era mi madre y mi hermana tomó algunas clases, por juego, pero a mí no me
dejaron.
__Vaya, -susurró
Fernando-.
__Pero tengo
tocadiscos y bastantes discos de canciones entre las cuales hay algunos
pasodobles, ya sabe: “Suspiros de España”, “Francisco Alegre” y otros.
Fernando ya se la
imaginaba en sus brazos, y no muy remilgada. Se le ocurrió una picardía:
__¿Y el chotis? ¿Baila
usted el chotis?
__¿Ese que dicen que
se baila en un ladrillo? -se reía-.
Había comprendido. Se
levantó del sillón, fue al cuartito de los paisajes y de la cómoda tomó el
tocadiscos. Cuando apareció cargada, Fernando se levantó y se lo tomó de las
manos, ella le indicó una mesita junto al piano. Volvió a por unos discos
y colocó uno en el plato. Cuando salieron las notas empezó a girar allí mismo.
Fernando fue a su encuentro con los brazos abiertos y se sorprendió de que ella
se dejara tomar con tanta naturalidad. Una mano de él puesta en su espalda la
sujetaba y le ofrecía la otra con los dedos separados para que ella colocase
los suyos.
Dos pasodobles y un
intento de tango fueron suficientes por ese día. Herminia estaba arrebolada,
tanto por el ejercicio como por la satisfacción de tener unos brazos poderosos
que la sostenían.
Herminia se sentó y se
abanicaba con un papel. Fernando se quedó de pié repasando los discos que ella
había bajado, disimulando su propia excitación, tratando de poner en orden la
respiración y de reojo la miraba a ella que ahora no sabía por donde seguir:
ofrecerle una copita de vino le pareció demasiado sugerente. Como él había
escrito “doy clases”, dudaba si debía pagar. Viendo que no lo podía dejar así,
al fin se decidió:
__Supongo que esta es
una primera clase. Ya me dirá cuándo puede volver y cuánto se le paga.
Estas frases, que
podrían parecer muy formales, estaban dulcificadas por el brillo de los ojos y
el rubor de ella.
__Pues mire usted.
Herminia es su nombre, ¿Verdad?
__¡Ah, sí! Es que no
se lo he dicho.
__El mío es Fernando
Cassasola. Pues verá. El día podemos poner uno de los que, como hoy, voy a
ensayar. Así salgo un rato antes de casa. Puede ser el miércoles de la semana
próxima. ¿Le va bien?
__Sí. Me va bien.
__En cuanto al pago,
pues le preguntaré a un compañero que da clases en una academia.
__¿Pues no dijo, o
mejor dicho escribió: “doy clases de baile”?
Fernando se echó a
reír.
__Bueno, bueno, me ha
pillado. Pero ahora sí es cierto. ¿No?
__Vale. Quedamos para
ese día. ¿Quiere tomar algo ahora?
__Sí. Un vaso de agua,
por favor.
Herminia trajo el vaso
de agua y se dedicó a recoger los discos. Mientras Fernando se dirigía a la
puerta pensó algo y se volvió a ella.
__¿Esta casa no tiene
puerta trasera?
__Sí, por la cocina se
sale a la calle de la Alhóndiga.
__Pues si no le
importa saldría por allí.
__Por supuesto. Venga
por aquí.
Matilde, que se había
mantenido en la cocina todo el tiempo, al oírle, se adelantó a abrir el cerrojo
de la puerta del patio y la cerró enseguida que él hubo salido.
Herminia se puso
entonces a escuchar un disco de valses famosos, poco después llamaron a la
puerta. Fue a abrir. Eran dos jovencitos que portaban sendos estuches con algún
instrumento musical. Uno de ellos preguntó:
__¿Está aquí Fernando,
el del saxofón?
__No, no está aquí
Herminia entendió al
instante por qué quiso salir por otra puerta. El otro muchachito le dio con el
codo a su compañero:
__Te dije que no
llamaras.
__Perdone, señora, es
que me pareció verlo entrar aquí.
Herminia le sonrió
afectuosa, como comprensiva de su error.
__No, no importa, chicos.
Estará en otro sitio.
__Es que vamos al
ensayo. Adiós señora.
También con éste,
secretos y disimulos.
HABLA EL MÉDICO
Fue a la mañana
siguiente, al salir para su paseíto, cuando vio al médico. Este se le acercó y
la invitó a entrar en la cafetería. Ya servidos sus cafés, empezó a hablar:
__¿Has visto de nuevo
a Diosdado?
__No ha venido, ¿Usted
ha averiguado algo?
__Sí, por supuesto.
Bastante. Fui a ver a la madre y me contó todo el proceso del embarazo y el
nacimiento de este muchacho. Te aseguro que tiene motivos para estar nervioso y
tartamudo. Pero creo que tratándolo bien puede mejorar muchísimo. Si vuelve
contigo, dale confianza y buen humor. Nada de vino, en esto tendré yo que
averiguar si de verdad está afectado, pero es mejor que siga así por el
momento.
LAS BELLAS TELAS
Otro de los amigos de
Herminia es un viajante del ramo de tejidos y confecciones.
Estaba ella un día en la tienda “La
madrileña” para comprar unos visillos. El dependiente estaba ocupado atendiendo
a un representante que extendía en
el mostrador hermosos trozos de distintas telas de florecitas propias para niñas; hilos, semihilos y
sedas para las madres. Se acercaba
el tiempo de las primeras comuniones. El dueño de la tienda atendía a una
señora que con prisas compraba tela para un pantalón de hombre. Herminia se
entretenía viendo las muestras sin acercarse. El viajante la miró furtivamente mientras el dependiente atendía a otra
clienta y le brillaban los ojos.
__¿Le gustan a usted
las telas, señora? Quiero decir de un modo especial, fuera de lo necesario, ya
he oído que va a comprar visillos.
__Sí, me gustan las
telas, las texturas, los colores, sobre todo las telas finas estampadas, me
gustan por los dibujos. A veces hay tantas flores en un tejido como en un
verdadero jardín.Encuentro que hay mucho arte en los diseños.
La escuchaba con
deleite. No era frecuente oír a una señora alabanzas a las telas fuera de su
utilidad y percibió en ella algo sensual, tal vez por lo que decía o por el
hecho de darle conversación o quizás porque sus insólitos collares revelasen a
una mujer inconformista y de libre albedrío.
__Traigo además de
estas, otras telas que seguro le gustarán.
Abrió otro
departamento de la maleta y sacó una gasa negra estampada de tulipanes rojos y
margaritas. A Herminia le causó gran admiración y tomó en su mano el trozo.
Comprobó la transparencia poniéndola sobre blanco, luego alcanzó de la
estantería un forro negro para ver cómo se realzaban los colores. Cambiaban los
tonos según el fondo. Le gustó mucho, pero dejó la tela diciendo:
__Es preciosa, pero no
se puede vestir, necesita un forro y eso le quitaría fluidez. Además, ¿Cuándo
podría una señora lucir un traje así? Es demasiado llamativo.
__Usted podría
perfectamente ponérselo cuando quisiera.
Hablaba en voz baja,
con esto ya sugería secreto, al tiempo que sostenía en alto la tela desde la
palma de su mano añadiendo:
__Si usted me da su
dirección, tendré mucho gusto en ofrecérsela para su disfrute particular.
De golpe, Herminia
entendió el mensaje, captó la corriente de sensualidad que el hombre
manifestaba. Le miró a los ojos un instante y se apartó de él. Ya venía el
dueño de la tienda a atender al viajante, que recogió la tela de gasa y se
dedicó a presentar las telas infantiles que tenían venta segura.
Ella se apartó a un
extremo del mostrador y buscó una tarjeta en su bolso. El viajante tomaba
nota de un par de pedidos que le hacían. Herminia miraba la estantería como
buscando la tela de los visillos. Mantenía la tarjeta en la mano y en cuanto él volvió la
vista a ella, se la alargó. Aún se quedó en la tienda para comprar, no sin
antes dedicarle una mirada directa cuando el tendero se distrajo. Al fin compró
los visillos y salió de la tienda toda emocionada. El hombre le había gustado:
no muy alto, bien peinado y trajeado, sabiendo sugerir a través de palabras
comunes. Todo esto la llenó de ilusión y esperanza.
Cinco días después, el
cartero le entregaba un paquetito donde venía la tela justa para una túnica,
sin forro. Después se cruzaron cartas para acordar el día y hora en que podrían
comprobar la belleza y transparencia de la prenda.
No quedó defraudada
Herminia. Su experto en telas también lo fue en caricias y palabras sabias. Y
no se espantó al oírla decir: “¡El Señor es mi Pastor, su vara y su cayado me
conducen al prado!”, porque desde que la vio comprendió que era especial.
ENCUENTRO CON EL PÁRROCO
Hoy salió temprano, la
mañana estaba fresca y las tiendas empezaban a abrir. Por variar, se dirigió a
paso vivo a la estación como si fuese a esperar a alguien. Quiso el destino
que llegase en el tren el cura párroco y se lo encontró de cara. Éste no perdió
la oportunidad de intentar conocer los entresijos de su alma, y si pudiera, los
de su cuerpo. Así que la tuvo delante, le habló:
__Supongo que sabe
usted que vamos a hacer un triduo de preparación al cumplimiento pascual, ya
sabe, confesar y comulgar. Espero verla por la Parroquia. Por cierto, no estuvo
usted en la Novena de la Virgen de los Dolores, ¿Verdad?
Herminia estaba parada
ante él. La rabia la invadía por no haber podido dar esquinazo al encuentro,
pues ya estaba harta del acoso del párroco con la confesión, así que se mantuvo
con los ojos bajos escuchando y al fin contestó:
__Usted sabe que yo
voy con frecuencia a Almatrona y cuando estoy allí siempre me llego a la
Catedral a oír misa y a veces me
acerco a confesar. Por las mañanas está en el confesionario un padre llamado
Arturo Segovia, creo que es canónigo. Así que no se preocupe, que estoy en buenas
manos. Gracias.
Se apartó dejando al
cura chasqueado.
Lo cierto es que
cuando iba a Almatrona, se acercaba a la capilla del colegio de monjas donde
hizo interna aquellos ejercicios espirituales a los diecisiete años. Allí
recordaba cuanto dijo aquel cura o eso creía ella pues la memoria es muy
engañosa. De todos modos recordaba
cosas que influyeron en su vida después. Tanto recordaba, que nunca más
hizo ejercicios espirituales. Nadie como aquél sacerdote les explicó los
mandamientos y el comportamiento que se esperaba de una joven, aquél cura que
le regaló dos libros: “La joven de carácter” y “Pureza y hermosura” que leyó
luego una y otra vez.
Es verdad que confesaba alguna vez
cuando iba a la capital, pero en realidad no se sentía culpable de ocupar el
sitio de alguna esposa de vez en cuando. En su concepto solo recibía migajas de
amor, y ya lo dijo alguien en el Evangelio: “Los perros tienen derecho a las
migajas que caen de la mesa de sus amos”. Y hoy era un día en que ella
necesitaba esas migajas.
...continuará...