martes, 8 de mayo de 2012

EL BARCO



El barco atracado es otro mundo,

un ser viviente que respira y sopla,

corcel inquieto que la brida siente,

probando sus amarras proa a popa.

Deseando partir mientras se llena

de  coches, de paquetes y viajeros,

por sus venas, que son largos pasillos,

se acomodan nerviosos y ligeros.



Hay un afán que llegue la hora punta,

que diga el capitán ¿todo dispuesto?

que todos al fin le digan: ¡vamos!

-¡Soltad amarras, que ya el mar es nuestro!

¡Con qué tiento probando de los cables

la tirantez, que poco a poco  afloja!

Al fin se queda libre y cabecea,

buscando el equilibrio de su forma.



Se endereza a la ruta ya  marcada:

la salida del puerto entre dos faros

y luego el mar, la noche iluminada

de la plata lunar, o el sol dorado.

Miro su caminar tan bien medido:

deprisa ni despacio se diría,

ligero por cumplir con  su legado;

o despacio -¡que la mar es mía!



El barco navegando, ¡qué belleza!

como el fuego, la lluvia o la montaña,

atrae las miradas con deleite

cual si en ser natural se transformara.

Yo no pienso en calderas ni pistones,

ni en brújulas o mapas preparados,

lo veo cual caballo de los mares

que una vez suelto, sigue confiado.



La gente participa en esa vida;

van y vienen, recorren los salones,

entran y salen, pasillos, escaleras:

como sangre que corre a borbotones.

O se confían al lecho acogedor

y sienten el mecer sobre las olas,

como volver al seno de la madre:

el consuelo fetal por unas horas.



Yo he cruzado mi mar cuarenta veces

siempre con emoción, nunca en rutina;

cada viaje una aventura nueva,

sin saber lo que el hado me destina.

Siento en el mar viva naturaleza

y en su vida mi vida participa:

si en él muero, dejadme que en el fondo,

entre peces y perlas, me derrita.