lunes, 30 de enero de 2012

MIRADAS DE MUJER


ÚLTIMO LIBRO DE POESÍA "MIRADAS DE MUJER".

ADELINA PÉREZ BLAYA.

Este libro que tienes en tus manos está hecho con mucha ilusión por compartir las impresiones que me han inspirado algunos retratos de mujer. Me estoy refiriendo a retratos hechos por grandes pintores como Boticelli, Goya, Creuze, etc. Estos nos muestran la mirada de esas mujeres, cargadas de sentimientos, o así he creído verlo y por ello lo he escrito.

La primera parte del libro recoge estas visiones mías. En la segunda, expreso cómo veo yo otros aspectos de la vida y el amor. Por ejemplo: “Eva y el vino”, “Hay poco que saber” o “Mariposas”, en las que refiero que con su pequeña fuerza me empujan hacia mi amado.

Me gustaría saber si alguien ve, como yo he visto, el barco de viajeros como un caballo de los mares. Y, en fin, escuchar las “Palabras de Dulcinea”, hablando de su extraño amante, Don Quijote.
Os dejo uno de los poemas del libro:
 
 
 
LA CABEZA DEL BAUTISTA

¡Oh, prudente Herodías!
Su pecado quiere ocultar al mundo
aunque es notorio.
Es un pecado más, todos lo saben,
pero quiso acallarlo de mal modo.
Sólo una voz se alza en su condena:
_¡No es ése tu marido verdadero!
No servirá de mucho: el arrepentimiento
no es virtud de los grandes de la tierra.
Pero sí son la fuerza y la mentira.
Hizo el débil Herodes fiel promesa:
El vino y el poder ¿o la lujuria?
Prometió a Salomé¡ hasta medio reino.!
Pero ignora la joven el deseo,
Y no tiene ambiciones.
Le regala a su madre la promesa :
_¿Qué le puedo pedir que a ti te guste?
_¡La lengua de ese hombre que me ultraja,
de ése que dice firme lo que piensa!
¡Estaré libre de esa pesadilla,
y nadie hablará más de mi pecado!
¡Inocente Herodías pecadora!
Ya no pudo hablar más, pero había dicho
_¡EL cordero de DIOS entre nosotros!
¡Inocente Herodías!
¡Veinte siglos, la historia repite tu adulterio,
la gracia de una joven bailarina,
la orden de un Herodes más que ebrio!
Y la corte que no detuvo el crimen,
Y la cabeza del BAUTISTA muerto.
¡La voz cortada no dirá otros pecados!
(Como muchos temían)
¡La sombra de Herodías los protege!
¡La inocente! ¡La ingenua

lunes, 23 de enero de 2012

UNA VISITA AL MUSEO

Cuento inspirado en el Concierto de Violín y orquesta,
de Tchaikovsky


Mi ciudad se llama Almatrona y aunque no es muy grande, disfrutamos de un buen museo. Está ubicado en una calle señorial de estilo decimonónico, en un edificio de gran prestancia y clase. La calle es ancha, con árboles y mucho tráfico. Los ventanales del museo dan a un pequeño jardín de césped y árboles que separa el edificio de la calle.
En mi primera visita pude comprobar el gran número de salas que allí había. La directora del Liceo a donde yo estudiaba había organizado una visita escolar. Nos repartimos para ver las salas a gusto. La de arqueología no me interesó, con sus fragmentos de huesos, armas prehistóricas o vasijas recompuestas. Las salas dedicadas a la pintura eran magníficas según los expertos, pero lo que a mí me atraía verdaderamente la atención era la sala dedicada a la escultura.
Empecé a ver la sala aquella, era la cuarta o quinta que veíamos. Tenía el suelo de mármol pulido trabajado en dibujos, varios muebles de estilo con algún florero encima, y en otros, relojes o piezas de bronce. También había alguna delicada cerámica.
En la pared varias hornacinas. En cada una había una estatua o figura de personas que debieron ser famosas tal vez. Unos pequeños rótulos al pie daban sus nombres y me puse a leerlos uno a uno. Los ropajes parecían indicar las épocas en las que habían vivido; también algún atributo que portaban en sus manos, tales como un sable o un arco. Uno de ellos tenía una decidida cara de romano y corta túnica; otra representaba un caballero con armadura medieval y espada corta; y la última una dama con sobrio vestido en cuyo borde, tallada en la misma piedra, se veía una rosa junto a sus pies.
Poco a poco se me fueron haciendo rostros familiares. Podía imaginarme a quienes representaban, e incluso a los modelos que habían servido al escultor, cambiando con él algunas palabras y la devoción por el personaje que les había hecho prestar su presencia para el artista. Los miraba, ya de frente, ya de perfil, observaba la postura de la mano, el modo de sostener un objeto, su intención.
Punto por punto se iba perdiendo para mí su petrificación y los percibía como con una respiración contenida.
Fue entonces cuando se fraguó el milagro; al mirar al guerrero medieval una vez más vi en sus ojos el brillo de una mirada viva. Me hice a un lado creyendo que la luz cambiante de la tarde sería la causa, pero no, aquella sensación seguía y crecía. No sólo brillaban sus ojos sino que seguían a los míos buscando ser comprendidos ¡sí! Un punto más y vi que aquellos rostros eran la máscara de alguien que vivía y se cubría de un misterioso modo con aquella envoltura de piedra.
Sin saber cómo, mi pensamiento y mi vista buscaron los ojos del caballero de la armadura. Ahora sí, el rostro
era una máscara blanda que se desprendió dejando ver el semblante de un hombre joven aún, pero curtido, que me miraba con una mezcla de arrobo y desesperación. De su boca empezaron a brotar sonidos, de los que más por el tono que por el lenguaje, entendí:
-¡Amada mía, ven a mí! ¡Por fin te encuentro! ¡La espera no ha sido en vano! Te amé desde aquella vez que te vi y no pude hablarte. ¡Qué loco fui obedeciendo aquellas malditas leyes de señores y vasallos! ¡Te amé y te amo! Le rogué a Dios que me reservara vida para verte de nuevo y amarte para siempre. Me lo concedió a cambio de esperar en este cuerpo de piedra que has visto; pero estoy vivo, amada mía, y sólo falta que tú pongas de tu parte para que nuestro amor sea eterno!
Todo cuanto había alrededor se había borrado a mis ojos y sólo aquel rostro demudado, ansioso y sus palabras por mí nunca oídas, me atraían hasta hacerme perder la noción del tiempo y del espacio.
Me sentí arrebatada por aquel amor que posiblemente yo también había sentido en otra vida por él y le tendí mis manos para preguntarle:
-¿Qué es lo que tengo que hacer? ¿Para qué me esperas?
Él me dijo:
-Tienes que venir a mi mundo.
-¿Qué mundo?
-Este donde yo estoy. ¡Para amarte siempre tendrás que estar a mi lado!
Aquella voz era tan amante que mis manos, mi garganta y mis ojos se iban tras él; sólo en el fondo del cerebro algo como un peso decía:
-¡NO! ¡NO! ¿No ves que es una ilusión del momento?
Yo seguía preguntando:
-¿Dime amor, qué tengo que hacer para unirme a ti? ¡Ya veo que este era el momento justo de que nos uniéramos!
Me dijo;
-¡Abrázame fuerte y no temas encontrar la dureza de la piedra! Dentro estoy yo, que te amo hace siglos, pero ¡pronto! El momento se escapa, decídete.
-Y, ¿qué pasará luego? -pregunté para que su respuesta sacara de mi cerebro aquel peso que me decía ¡No! ¡No!
Él me dijo:
-La piedra se fundirá como cera y te envolverá, así pronto serás una estatua viviente, como yo, y estaremos siempre juntos.
Por mi nuca sentí como una gota fría, y al mismo tiempo me acosó una duda:
-¿Y si nos separan? ¿cómo dices? ¿para estar junto a ti he de volverme estatua? ¿y tú? ¿no eres tú el que debe volver a mi mundo?
-No puede ser, solo se me ha concedido tenerte al alcance de mi vista por siempre si te vienes a este mundo. Si me quieres ¡ven y abrázame fuerte!
Puse mi mano en la suya, que empuñaba una espada; esperaba sentir el calor humano que su rostro irradiaba aún.
-Pero ¡tiene que haber otra solución!; ¡Ven tú a mi mundo, respira, vive! Sé que te amé alguna vez, pero estás equivocado, no se realiza el amor en este mundo de piedra; habrás olvidado algo. ¡Tienes que vivir!
-¡No, no! ¡Sólo tú puedes dar el paso decisivo y el tiempo concedido se va!
Sentí el frío de la piedra a través de mi piel, aumentando la sensación de aquél pensamiento que me decía ¡no, no!
Él insistía
-Sólo tú puedes venir a mi encuentro, recibir mi amor de siglos.
Pero yo seguía dudando; si me convertía en estatua, ¿quién me aseguraba permanecer allí? Yo soy sólo una estudiante de baile, una desconocida...
-¡Deja ese mundo y ven! ¡Hace siglos que te espero, y te aseguro que sólo por el amor merece vivirse!
-¡No puedo! Dije -no entiendo este amor lejano, ni esta vida fría. Te amo, sí, pero no puedo decidirme. No sé quién eres, quién fui yo, ni lo que seríamos en adelante; ¡espera un poco, déjame pensar para decidir!
-¡No puedo esperar, el minuto mágico está pasando! ¡Siento que la envoltura de piedra que se ablandó ante ti me oprime de nuevo. Me pesa el rostro, y con mis manos no te siento, apenas puedo hablar! ¡Amada mía no me olvides¡ ¡Te he esperado tanto!
Yo seguía mirándolo y segundo a segundo la dureza de la piedra lo invadió. Sólo quedaba el brillo de los ojos y un rictus de ansiedad en la boca. Después aquello también se perdió y todo volvió a su rigidez primera.
Una oleada de frío bajó de mi frente hasta mis pies. Me había quedado sola en aquella sala y la luz del atardecer era débil ya.
Como quien sale de un sueño di un suspiro, y ya iba a seguir a la siguiente sala cuando un pensamiento me asaltó, no la mente, sino que me oprimía el pecho cortándome la respiración.
Ahora dudé. ¿Habría sido sólo un sueño? ¿o tal vez fue verdad que aquel alma me estuvo hablando?.
 Volví a contemplar la figura, de que me hubiese hablado sí podía dudar, pero no de que su espíritu flotaba allí y que de algún modo había contactado con mi alma. Lo miré largamente y ya sin ofuscación me pregunté quién habría sido.
No quise mirar al pie de la estatua porque un nombre no me habría aclarado nada, y seguí preguntándome ¿quién fue? ¿a quién sirvió con aquella indumentaria? ¿a quién amó, a quién miró con aquellos amorosos ojos que por un instante creí ser para mí? ¿por qué su espíritu vagaba cerca de
allí en busca de nuevo mi amor? ¿era aquella una situación de premio o de castigo por algo de su vida?
No pudo llevarme a su mundo de piedra ¿Qué sería ahora de aquel amante frustrado? Me acerque un poco más y apoyé la frente en su pie pero no me vino la respuesta.
Luego me fijé en la mujer del largo vestido tallado en la piedra y en la rosa a su pie. ¿Qué hizo en la vida? Ningún otro símbolo me dejaba entrever qué o quién había sido. ¿Quería decir aquella rosa que fue tan hermosa que las rosas no podían ponerse a su altura? ¿tal vez que fue una artista admirada hasta alfombrar su camino de rosas?... ¿o que le fue ofrecido un título cuyo símbolo era la rosa, o que su espíritu, remontándose a otras bellezas dejaba atrás las codiciadas bellezas caducas?
También me preguntaba, ¿Quién la amó? Tal vez muchos, ¿En qué dejaba translucir su espíritu exquisito? ¿tal vez la poesía?, ¿la escena?
Sentí una paz especial cuando con devota admiración hacia no sé qué toqué su vestido de piedra, que el escultor había reproducido con dignidad.
Me transmitió un algo sutil por lo que comprendí que su mérito estuvo en crear o transmitir la belleza. Le dije: "¡gracias!". Me acerqué luego al arquero y allí sentí penetrarme la fuerza de su espíritu, su recia voluntad, su ansia de libertad justa, su amor a los demás y a la tierra que divisaban sus ojos, su orgullo bueno.
También le dije:
-¡Gracias!, sé que lo hiciste bien y aún dura tu obra.
Miré las otras figuras. Como si de una tenue respiración se tratase parecía trascender hasta mí la valía, el saber, la honradez, la decisión, el desinterés, la fuerza. Y sentí por todos aquellos un profundo respeto, admiración y agradecimiento.
Cerca estaba de la puerta que daba al jardincillo de césped y árboles que separaban aquella sala de la gran avenida por la que pasaban docenas de coches. Me acerqué a un ventanal y vi que estaba lloviznando. Me di cuenta porque en el césped las gotitas de agua reflejaban las luces de la calle.
Volví a mirar las estatuas. Aún sentía en mi alma aquel amor dilatado, sin fronteras de tiempo y espacio en que me había sentido envuelta. ¿Qué podía hacer yo? Yo, una estudiante de ballet con el que esperaba expresar mi idea de la belleza. Yo, una simple joven que empezaba a aprender otros lenguajes. Sentí de nuevo que todos ellos estaban allí así que quise darles de mí lo que pudiera. Me quité los zapatos, y como ante el más exigente público en día de estreno, me lancé a bailar con toda la fuerza de mi corazón,
Quería obsequiarles con todas las posturas y movimientos que conocía (en la megafonía del Museo sonaba, apenas perceptible, el "Concierto de violín y orquesta, de Tchaikovsky") y así, dejándome llevar de aquellas dulcísimas notas, hice cuanto sabía. Bailé descalza sobre el suelo de mármol, sentía el frío en los pies, pero no me apartó del ánimo agradecido ni de la idea de mi mente. Bailé como una ofrenda ritual a aquellos espíritus que percibía presentes. ¡Cómo sentía que mi torpeza de aprendiza restara belleza a la conjunción música y danza!
Pero lo hice con amor y Ellos lo sabían. De pronto sentí soledad ¿Qué hacía yo allí, por qué estaba sola? ¿y todas las que habían venido conmigo, mis compañeras, mi maestra? Deprisa y con miedo me puse los zapatos y eché a andar por la sala contigua; cuadros, bronces, tapices, alguna imagen de madera mutilada, ¡Ah! Habíamos venido a ver el museo pero, ¿dónde estaban las demás? ¿qué hora era? Me asusté, y casi corría cuando un vigilante me tranquilizó:
 -Señorita, están un poco más allá, no se preocupe.
Creo que me había estado observando todo el tiempo y esperaba que me despertase para guiarme a la salida. Con pasos sigilosos me fui acercando a mis compañeras; observé y no parecía que nadie se hubiera dado cuenta de mi tardanza. El grupo se me antojó distante, desconocido, un montón de criaturas escuchando las más o menos doctas explicaciones del guía. Me asaltó el recuerdo de la voz angustiada de mi amante que había esperado siglos aquel momento para el milagro de enamorarme, y no pudo.
El pecho se me lleno de angustia y los ojos de lágrimas y me asuste ¿Qué hacíamos allí, en aquel santuario, perturbando la paz de tanta y tanta persona? ¿no habría más de uno que sintiera renacer su espíritu y su amor ante la mirada admirada de alguna de aquellas jovencitas? ¿solo yo había podido entrever el mundo escondido de aquellas figuras?
Tuve prisa por escapar de allí, ya no quería saber nada más y con disimulo me situé a la cabeza del grupo para salir antes. Entonces vi que mi compañera y amiga me miraba preocupada y se acercó para decirme:
_Dina ¿qué te pasa? ¡por favor...!
Comprendí que no podía decir ¡nada! Y le contesté tranquilizadora:
_Algo muy bonito, te lo aseguro. Mañana...
Íbamos llegando a la puerta, donde alcanzamos a otro grupo que salía. ¡Qué mal me sonaban las distintas voces de los comentarios! ¡Dios mío, pensé, a ver un museo se viene de uno en uno, y en silencio! Me chocó la idea, aunque mía. ¡Bueno, tal vez es que yo no soy normal.
Ya en la calle, de nuevo la llovizna, los coches avanzando despacio, algún guardia tratando de ayudar, todo lo familiar de un anochecer en invierno. Mis compañeras se despidieron de la profesora y se dispersaron en grupitos de tres o cuatro.
Doña Sandra me dijo:
-Parece que te ha cansado la visita, Dina.
-Sí, dije,... ¡era mucho! E hice un gesto vago que podía parecer mucho que ver, que andar, o mucho tiempo.
-Pues, prontito a casa ¿eh?
-Sí, le contesté. Tomo aquel autobús ¡Hasta mañana! Y me aparté pues vi que aún me observaba.
Crucé la plaza y me puse en la fila del autobús; subí y me senté, ¡Qué alivio! Podía cerrar los ojos antes de volver al presente, pues mi espíritu aún estaba cargado de emociones y las lágrimas buscaban mis ojos. Miré por la ventanilla al grupito de personas que subían. Todas, al llegar al mismo punto, cerraban sus paraguas y con gestos parecidos preparaban sus monedas; todos atentos al momento presente y pensé ¡Cada cual con su espíritu y su historia, aunque aquí se parezcan!
En la fila vi un hombre, bueno, sólo veía el brazo con portafolio de "trabajo-para-casa" y unas largas piernas. Cerré otra vez los ojos, aún podía acariciar aquellas sensaciones vividas en el Museo.
Ahora recordaba el dibujo del suelo de mármol y un angelote sobre un reloj de bronce. Los botones dorados del uniforme del vigilante eran azules. No, eran dorados, o azules... ¿Qué me pasaba? ¿qué veía?
Me pasé la mano por la cara y los ojos. Sí, veía unos botones azules y siguiendo hacia arriba una corbata que estaba segura de no haber visto antes. Sobre la corbata emergía un rostro que sí había visto esta tarde. ¡Santo Dios! Le miré de nuevo, tratando de recordar. Sí, era aquella la mirada viva que yo había visto un momento en la estatua y aquella la boca cerrada, firme, como para no dejar escapar la súplica que le bullía en la garganta porque otra vez era mal momento.
Miré sus manos, sí, aquellas que sujetaban el portafolio en otro tiempo habían manejado la espada.
Mi pecho era un pequeño mar de bravo oleaje queriendo derribar a mi mente que ya estaba en peligro de llegar al extravío.
-¡Ah, no! Me dije: ¡Esta vez no pasarán siglos! Y reuniendo mis escasas fuerzas las puse en una amplia y amistosa sonrisa dirigida al dueño de aquella mirada. Esperé un segundo y entonces comprendí lo que eran siglos de espera. Él me obsequio con una tímida sonrisa, pero en sus ojos vi todo un amanecer.
Alguien se levantó de junto a mí. Él cruzó el pasillo y se sentó a mi lado. Dijo:
-¡Hola!
-¡Hola! -contesté.
Sentí que éramos náufragos y tierra uno para el
otro. Me acomodé en el asiento de modo que sintiera su brazo junto al mío. Cerré los ojos. ¡Dios! exclamé entre dientes. Y todas las lágrimas que había contenido se fueron rostro abajo sin permiso mío.
-¡Qué bonita es esta música!, ¿verdad? -le dije sabiendo que la oía.
-Sí -me contestó- es magnífica.
Creo que nadie más que nosotros oía el violín de Tchaikovsky.

martes, 10 de enero de 2012

BODA RÚSTICA

Sonatina. Bela Bartok
En la casita, en el claro del bosque está la pareja, se casaron hace poco. Amanece con una débil luz cuando se despiertan, parece que hay viento o tormenta pero se pasa pronto. A lo lejos suena un trote de caballos y coches que se acercan: son familiares que vienen, a los cinco días de la boda a verlos y traerles alguna cosa para la casa. Se reparten por los porches, van a ver el ganado, a ayudar a instalar la casa de labor; tienen gallinas y patos. Las mujeres dan consejos a la muchacha sobre diversas cosas pero ella no puede retener tanta idea. Está muy contenta de tenerles allí pero echa de menos a su marido, que está ahora con los hombres, que también le dan consejos sobre los animales. Al verse con tanta responsabilidad hay una nostalgia del tiempo  en que podían hablar más.

Han venido dos jovencitas que lo observan todo para aprender a tener su propia granja. Se ponen a comer de lo que han traído y de lo que  han hecho en el horno de leña. Es como una segunda boda pero, más familiar y tranquila. Ya han entrado en el mundo de los adultos, el trabajo y la responsabilidad.

Las primitas quieren ver el ajuar que está en sus cajones y admiran tanto bordado y finura.

Empiezan las despedidas, todos quieren hacer patente su interés por los jóvenes casados y no se cansan de darles consejos. Ya se preparan los coches. Los caballos se alegran de volver a andar por entre la hierba del campo y el río cercano.

Se quedan solos al fin y se sientan juntos a recordar cuantas cosas les han dicho. Emocionados por saberse queridos y agasajados se levantan y se ponen a bailar incluso se toman una copita de vino. De pronto recuerdan que hay que recoger a los animales: ya son unos pequeños granjeros.


AMORES IMPOSIBLES

Concierto para piano Op. 54 SCHUMANN


En una ciudad pequeña, un barrio de casitas bajas y nada lujosas, lo que hace suponer que es un barrio de trabajadores. Algunas calles cercanas son vías de agua, así que podríamos pensar en Venecia.

Al terminar el día hay una muchacha que ha acudido a su ventana para hablar con un joven que la quiere, pero ambos son pobres y no pueden hacer planes por sí mismos.

A ella la pretende un señor mayor que es militar. Estaría encantado de tener a aquella joven por esposa y le hace presión a los padres, pues sabe que sería una solución a su pobreza.

La muchacha habla a gusto con el chico, pues es de su edad y están enamorados, pero hoy le dice que tendrá que sacrificarse por los suyos. Está llorando. ¡Ah si su suerte cambiase! Entonces ella podría disponer de su amor.

El joven se anima al ver cómo ella le corresponde y se propone ponerse al servicio de algún señor para ganar dinero. Ella se ilusiona y dice:

_Podríamos tener una casita muy pequeña cerca del campo  para ver amanecer y tener unos árboles frutales. ¡Sería nuestro paraíso!

Del interior de la casa viene la madre que saluda al visitante: sabe su amor y es atenta con él, pero vuelve a sus quehaceres

Otra vez solos, apenas saben de qué hablar. Sus planes no tienen base, pero disfrutan de estar uno en presencia del otro como si los envolviese un perfume.

Y ambos presienten que quizás no se presente otro momento como éste.

martes, 3 de enero de 2012

EL HADA ADINA

Scherzo en si menor OP 20
Chopin
Pianista: Isidro Barrio

Es el hada que ha perdido su anillito de poder, lo busca con sus amigas las Ondinas y llama a los Gnomos, revuelve el bosque, aparta hojas de trébol y de violetas silvestres. El espíritu que habita el roble, el viejo espíritu, les regaña por alborotar.

El hada se pone triste, pero sigue buscando, preocupada, porque su anillito de poder es muy mágico, con cinco piedrecitas bonitas. Ella sabía cual tenía que frotar para que hicieran su bien propio sobre aquellos que le habían sido confiados.

     La piedrecita blanca como nácar era la que tenía poder para suavizar al viento del norte, para que no hiciese daño a las flores silvestres ni a los sembrados de los hombres.

     Otra, azul claro, servía para apartar los fantasmas y las pesadillas de los niños con fiebre; así conseguían reponerse durante la noche.

     La piedrecita verde, la que parecía una hojita brillante, era para hacer ver al caminante que cruzaba el bosque el mejor sendero para su destino.

     La piedra de color rosa, como un trocito de amanecer, hacia encontrar una monedita perdida a otro que la necesitaba más, antes de que se perdiera entre las hojas del suelo.

La de en medio, la quinta piedrecita, color topacio, servía cuando veía en el bosque a alguien, hombre o mujer, que buscaba hierbas medicinales. Al frotar su anillo hacía que las mejores plantas oliesen más.

Todo esto recordó el hada Adina cuando vio su dedo desnudo. Porque ¿qué hace un hada que no sea ayudar a los humanos? ¿puede descuidar su tarea y su destino?

Así que cuando llegó la noche se fue a su lugar de reposo, al pie de un tronco caído lleno de hojas secas y de musgo aterciopelado, pero no podía dormirse. Repasó su día de labor, recordó lo que había hecho por la tarde: estuvo en el arroyo y metió la mano para jugar con unos peces. Sí, debió ser allí. Ya está más confiada pero aun así espera que amanezca y con el primer rayo de sol se va al puentecillo y se arrodilla para mirar.

     Dentro aún del agua, el sol hace brillar su anillito de poder.

     Va muy contenta y busca a las ondinas juguetonas y a los bromistas gnomos para decirles que ya tiene su anillito y todos la felicitan.

     Había una persona por allí, un hombre joven con ropas cuidadas, no era un campesino. El hada pronto se dio cuenta de que era el príncipe heredero de aquel pequeño reino y que estaba solo. Miraba a su alrededor con atención, pisaba con cautela el suelo crujiente de hojas secas y, con admiración, observó cómo los árboles juntaban en lo alto sus copas. Le gustaba aquel sitio aunque estaba un poco extrañado. Un gnomo correteaba a su espalda para asustarle, jugando.

     Vio un tocón de árbol y se sentó en él. De entre sus pies salió un ratoncillo que se escondió presto en unas piedras. Al darle el sol brilló un hilo de araña tendido entre dos ramas y vio que de allí se alejaban dos mariposas, persiguiéndose. El mismo rayo de sol le permitió ver un abejorro en una flor y una lagartija en el suelo. Iba de sorpresa en sorpresa, no sabía que un bosque pudiera ser tan interesante y tan vivo. Aún se fijó en otras clases de plantas, desde la que subía trepando el tronco de un árbol, a la que sólo se alzaba un poco del suelo y tenía una pequeñísima flor de color lila.

     Sentadas en corro sobre una roca y en el suelo estaban unas ondinas comentando que el hada había perdido su anillito, pero otra que llegaba dijo que la había visto recogerlo del agua. En esto se levantaron y rodearon al príncipe jugando con él, que les preguntó quiénes eran, si eran personas o espíritus.

     Las ondinas le respondieron:

     -¡Eh! ¿Tú que eres el príncipe no sabes nada de nosotros, los gnomos del agua y de la tierra? Nosotros sí te conocemos ¿verdad? dijo una dirigiéndose a un gnomo.

     _Sí, sí lo conocemos, sabemos muchas cosas de él, porque a veces nos acercamos hasta sus jardines e incluso hasta sus ventanas. Sabemos también por qué ha venido hoy y con quienes.

     _Pero oye príncipe, por si no lo sabes, ya deberías conocer este bosque que es parte de tu reino, y muchas personas pasan por aquí.

El príncipe se puso serio al pensar que tenía que reinar y sabía que era difícil; preferiría ser un leñador o alguien así para no tener que vivir en palacio, donde sospechaba que hay muchos mentirosos.

     _¡Vosotros podríais librarme de ser príncipe! Raptadme y escondedme.

     _No puede ser, eso es cobarde. Tú tienes que ser un buen príncipe

     El grupo de Ondinas y Gnomos empezaron a andar hacia el
camino que devolvería al príncipe a su ciudad, a su mundo.

El príncipe, que se llamaba Víctor, se dio cuenta de que había sido un momento feliz, una experiencia para recordar y les fue diciendo adiós mientras que, con pasos lentos, recorrió el sendero de vuelta.

Les rogó que al menos le dejaran volver algunas veces con ellos, cuando quisiera huir de la ciudad o de la gente.

     Ellos le despidieron con cariño pero no podían hacer promesas, eso era cosa de sus mayores: las Hadas o los Genios.

En esto se oyó un crujir de hojas y vieron que venía el hada Adina, que había recobrado su anillito e iba en busca de sus amigos. Estaba contenta pero seria, sabía que no se puede jugar a perder el poder, pues cada uno de los seres del bosque tiene su obligación y ella había sido un poco descuidada.

     Vio al príncipe, lo saludó. Él le dijo que le gustaría volver a verla si volvía alguna vez por el bosque. Ella le contestó que eso era competencia del Espíritu del Roble, que sin duda aceptaría porque todos, Espíritus, Gnomos, Hadas y Ondinas eran sus amigos ya y le ayudarían de un modo invisible en su tarea de gobernar.

     Victor se decide a tomar el camino de vuelta, ya va más contento pues ha conocido un mundo especial. Otro día vendrá a pedirle al hada que le señale buenos amigos que le ayuden en su tarea de gobernar, incluso le pedirá que le busque una joven digna de su amor.

     Con estos pensamientos acierta a ver a sus amigos, los que habían venido de paseo con él, pero no se apresura. Quiere aún gustar las sensaciones del bosque, los gnomos correteando a su alrededor y escondiéndose entre plantas y rocas y las ondinas formando una rueda con un baile punteado cuya melodía él también siente. Con el mismo ritmo el príncipe acelera el paso para ir al encuentro de sus amigos que ya empezaban a preocuparse.

     Ahora todo es distinto, él mismo es distinto. Va corriendo y bailando, se despide con una mano del bosque; sus amigos le preguntan qué le ha pasado y él responde:

     _Algo que estaba para mí en este día. He visto una parte de mi reino que no conocía y unas gentes maravillosas.

Viéndole tan feliz los amigos no insistieron y volvieron con él a la ciudad.