martes, 3 de enero de 2012

EL HADA ADINA

Scherzo en si menor OP 20
Chopin
Pianista: Isidro Barrio

Es el hada que ha perdido su anillito de poder, lo busca con sus amigas las Ondinas y llama a los Gnomos, revuelve el bosque, aparta hojas de trébol y de violetas silvestres. El espíritu que habita el roble, el viejo espíritu, les regaña por alborotar.

El hada se pone triste, pero sigue buscando, preocupada, porque su anillito de poder es muy mágico, con cinco piedrecitas bonitas. Ella sabía cual tenía que frotar para que hicieran su bien propio sobre aquellos que le habían sido confiados.

     La piedrecita blanca como nácar era la que tenía poder para suavizar al viento del norte, para que no hiciese daño a las flores silvestres ni a los sembrados de los hombres.

     Otra, azul claro, servía para apartar los fantasmas y las pesadillas de los niños con fiebre; así conseguían reponerse durante la noche.

     La piedrecita verde, la que parecía una hojita brillante, era para hacer ver al caminante que cruzaba el bosque el mejor sendero para su destino.

     La piedra de color rosa, como un trocito de amanecer, hacia encontrar una monedita perdida a otro que la necesitaba más, antes de que se perdiera entre las hojas del suelo.

La de en medio, la quinta piedrecita, color topacio, servía cuando veía en el bosque a alguien, hombre o mujer, que buscaba hierbas medicinales. Al frotar su anillo hacía que las mejores plantas oliesen más.

Todo esto recordó el hada Adina cuando vio su dedo desnudo. Porque ¿qué hace un hada que no sea ayudar a los humanos? ¿puede descuidar su tarea y su destino?

Así que cuando llegó la noche se fue a su lugar de reposo, al pie de un tronco caído lleno de hojas secas y de musgo aterciopelado, pero no podía dormirse. Repasó su día de labor, recordó lo que había hecho por la tarde: estuvo en el arroyo y metió la mano para jugar con unos peces. Sí, debió ser allí. Ya está más confiada pero aun así espera que amanezca y con el primer rayo de sol se va al puentecillo y se arrodilla para mirar.

     Dentro aún del agua, el sol hace brillar su anillito de poder.

     Va muy contenta y busca a las ondinas juguetonas y a los bromistas gnomos para decirles que ya tiene su anillito y todos la felicitan.

     Había una persona por allí, un hombre joven con ropas cuidadas, no era un campesino. El hada pronto se dio cuenta de que era el príncipe heredero de aquel pequeño reino y que estaba solo. Miraba a su alrededor con atención, pisaba con cautela el suelo crujiente de hojas secas y, con admiración, observó cómo los árboles juntaban en lo alto sus copas. Le gustaba aquel sitio aunque estaba un poco extrañado. Un gnomo correteaba a su espalda para asustarle, jugando.

     Vio un tocón de árbol y se sentó en él. De entre sus pies salió un ratoncillo que se escondió presto en unas piedras. Al darle el sol brilló un hilo de araña tendido entre dos ramas y vio que de allí se alejaban dos mariposas, persiguiéndose. El mismo rayo de sol le permitió ver un abejorro en una flor y una lagartija en el suelo. Iba de sorpresa en sorpresa, no sabía que un bosque pudiera ser tan interesante y tan vivo. Aún se fijó en otras clases de plantas, desde la que subía trepando el tronco de un árbol, a la que sólo se alzaba un poco del suelo y tenía una pequeñísima flor de color lila.

     Sentadas en corro sobre una roca y en el suelo estaban unas ondinas comentando que el hada había perdido su anillito, pero otra que llegaba dijo que la había visto recogerlo del agua. En esto se levantaron y rodearon al príncipe jugando con él, que les preguntó quiénes eran, si eran personas o espíritus.

     Las ondinas le respondieron:

     -¡Eh! ¿Tú que eres el príncipe no sabes nada de nosotros, los gnomos del agua y de la tierra? Nosotros sí te conocemos ¿verdad? dijo una dirigiéndose a un gnomo.

     _Sí, sí lo conocemos, sabemos muchas cosas de él, porque a veces nos acercamos hasta sus jardines e incluso hasta sus ventanas. Sabemos también por qué ha venido hoy y con quienes.

     _Pero oye príncipe, por si no lo sabes, ya deberías conocer este bosque que es parte de tu reino, y muchas personas pasan por aquí.

El príncipe se puso serio al pensar que tenía que reinar y sabía que era difícil; preferiría ser un leñador o alguien así para no tener que vivir en palacio, donde sospechaba que hay muchos mentirosos.

     _¡Vosotros podríais librarme de ser príncipe! Raptadme y escondedme.

     _No puede ser, eso es cobarde. Tú tienes que ser un buen príncipe

     El grupo de Ondinas y Gnomos empezaron a andar hacia el
camino que devolvería al príncipe a su ciudad, a su mundo.

El príncipe, que se llamaba Víctor, se dio cuenta de que había sido un momento feliz, una experiencia para recordar y les fue diciendo adiós mientras que, con pasos lentos, recorrió el sendero de vuelta.

Les rogó que al menos le dejaran volver algunas veces con ellos, cuando quisiera huir de la ciudad o de la gente.

     Ellos le despidieron con cariño pero no podían hacer promesas, eso era cosa de sus mayores: las Hadas o los Genios.

En esto se oyó un crujir de hojas y vieron que venía el hada Adina, que había recobrado su anillito e iba en busca de sus amigos. Estaba contenta pero seria, sabía que no se puede jugar a perder el poder, pues cada uno de los seres del bosque tiene su obligación y ella había sido un poco descuidada.

     Vio al príncipe, lo saludó. Él le dijo que le gustaría volver a verla si volvía alguna vez por el bosque. Ella le contestó que eso era competencia del Espíritu del Roble, que sin duda aceptaría porque todos, Espíritus, Gnomos, Hadas y Ondinas eran sus amigos ya y le ayudarían de un modo invisible en su tarea de gobernar.

     Victor se decide a tomar el camino de vuelta, ya va más contento pues ha conocido un mundo especial. Otro día vendrá a pedirle al hada que le señale buenos amigos que le ayuden en su tarea de gobernar, incluso le pedirá que le busque una joven digna de su amor.

     Con estos pensamientos acierta a ver a sus amigos, los que habían venido de paseo con él, pero no se apresura. Quiere aún gustar las sensaciones del bosque, los gnomos correteando a su alrededor y escondiéndose entre plantas y rocas y las ondinas formando una rueda con un baile punteado cuya melodía él también siente. Con el mismo ritmo el príncipe acelera el paso para ir al encuentro de sus amigos que ya empezaban a preocuparse.

     Ahora todo es distinto, él mismo es distinto. Va corriendo y bailando, se despide con una mano del bosque; sus amigos le preguntan qué le ha pasado y él responde:

     _Algo que estaba para mí en este día. He visto una parte de mi reino que no conocía y unas gentes maravillosas.

Viéndole tan feliz los amigos no insistieron y volvieron con él a la ciudad.

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