Me asusta el
mundo. Yo debía ser una niña feliz pero pienso demasiado y creo que por eso, y
por fijarme en todo lo que me rodea y que evidentemente no puedo comprender, es
por lo que siempre estoy preocupada.
Una vez imaginé que
el mundo de cada uno, es decir donde te reconoces por primera vez, es como un
salón redondo. En la pared, que es una sola, hay muchas puertas y delante de
cada una hay una persona que tiene su llave. También a mí me han concedido una,
con la que yo podré abrir y cerrar a mi gusto, pero por el momento no sé que
hacer con ella: detrás de mi puerta todavía no hay nada.
Voy distinguiendo
a las personas, todas me miran: yo soy su niña, unas antes y otras después me
van abriendo sus puertas, para que las conozca y a través de ellas conozca el
mundo. La puerta de mi madre nunca se abrió para mí. Fue por mi empeño y
algunos indicios como pude descubrir mi propia vida.
He descubierto
hace poco un misterio que me tenía absorta desde muy joven. De una manera
extraña, no sé si producto de algún sueño infantil o por vía sobrenatural, lo
revivo.
Soy un ser, algo
vivo, estoy en un lugar agradable y de pronto me veo atraída hacia un lugar
donde hay un torbellino de risas, de alegría, de simpatía... Imagínense una
niña pequeña que entra en un parque donde niños y mayores están jugando a la
rueda y al verla la llaman, la acogen entre ellos con un amor que vivifica y
eleva, con una calidez que la ata al grupo. Se siente un solo ser con ellos.
Pero en cuatro minutos desaparece todo y la niña se encuentra en un lugar que
no es tierra ni mar ni cielo. Se siente como flotar en una oscuridad total.
Algo así era mi sueño: un instante de torbellino feliz de amor y luego la
angustia.
Pero con ser tan
angustiante siempre creí que algún día podría recuperar la emoción de aquel
sueño.
Fue hace unos tres
años o más. Estaba yo en mi habitación y a la hora de la siesta se presentó mi
hermano, se llama Luis y se parece mucho a nuestro padre. En realidad no sé
quién es más feo. Ambos tienen una boca grande donde los dientes parecen estar
disgustados unos con otros pues no se tocan; las manos son grandes y nudosas,
no me las puedo imaginar acariciando; sus cabellos de un rubio panocha y con un
mechón siempre caído sobre la frente lo que les da un aire de desorden. Entró
sin que lo oyeran mis padres, pues a la hora de la siesta en mi casa se
descansa rigurosamente: mis padres en su dormitorio y los demás también en los
suyos para mantener el silencio.
Yo nunca dormía,
me dedicaba a leer y en parte a estudiar.
Estaba sobre la cama
vestida con una camiseta de playa. Antes de permitirle pasar me tapé las
piernas con la sábana.
Él por su parte
venía hecho un fantoche: se había puesto un batín de nuestro padre, de seda
china entre amarillo y negro, que por fuerza le quedaba grande. Entró con pose
de galán de cine y se sentó en la butaquita, a los pies de mi cama.
__¿Tú quieres ser
una mujer seductora?
La pregunta me
pareció cargada de segunda intención así que me tomé un tiempo para contestar,
pero quise saber más (como le ocurrió a Eva) y sonriéndole aseguré:
__Sí, claro.
__Pues yo te puedo
enseñar.
Se removió
vanidoso, cambió de postura en la silla y se le resbaló la bata: estaba
francamente repulsivo.
__Yo he aprendido
cosas en un libro y te las puedo enseñar.
__Pues déjame el
libro y yo lo aprenderé.
Se retorcía de
risa, viendo que me había pillado.
__¡De ninguna
manera, esto requiere tiempo y atención! Si quieres te doy la primera lección.
Yo acepté.
__Lo primero que
tienes que hacer es dejarte mirar sin timidez. Empieza ya, destápate las
piernas y deja que te mire.
Dondequiera que el
muchachito lo hubiera leído había aprendido bien el tema, así que yo bajé la
sábana dejando al descubierto desde las rodillas a los pies. Entonces cambió de
postura: se sentó de perfil y con la cabeza baja me miraba de reojo. Tuve que
admitir que lo estaba haciendo muy bien y me pregunté si el dichoso librito
tendría fotos o ilustraciones.
Pasaron unos
minutos y al cabo se levantó satisfecho y me anuncio:
__Otro día
seguiremos.
Yo me quedé
acuciada por dos pensamientos: uno era que una vez más dudaba que aquel
esperpento fuera mi hermano. Viéndolo hoy tan feo, tan vulgar queriendo hacerse
hombre por aquel camino de imponerse a la mujer, avancé un paso en mis dudas.
Pero aclarar algo se presentaba espinoso pues él era ciertamente hijo de mi
madre.
Otro día vino con
el mismo batín de su padre aunque mejor puesto.
__¿Seguimos?
__Si ¿qué se te ha
ocurrido para hoy?
__Hoy tienes que
aprender a ponerte unas medias con mucha coquetería. ¿Tienes medias negras?.
__Sí, del colegio.
__No esas serán
gordas, tienen que ser finas y con costura.
Encontré algo
parecido y él me fue indicando como tenía que sujetarlas con las manos para ir
enrollándolas hasta llegar hasta la puntera; luego como debía cruzar una pierna
sobre la otra para poder deslizar el pie dentro de la media y, con movimientos
acariciantes, ir vistiendo la pierna sin perder de vista la costura. Todo esto
tan habitual y que una mujer hace maquinalmente, lo hice con conciencia por
primera vez porque Luis me iba dando instrucciones punto por punto como un
exigente director de escena.
Cuando se iba me dijo:
__Y ten en cuenta que yo no te
toco.
Me quedé pensando si por fin mi hermano me
serviría para algo y hasta donde llegaban sus conocimientos. Y sus intenciones.
Continuará...