jueves, 24 de enero de 2013

SEDUCTORA - PRIMERA PARTE


Me asusta el mundo. Yo debía ser una niña feliz pero pienso demasiado y creo que por eso, y por fijarme en todo lo que me rodea y que evidentemente no puedo comprender, es por lo que siempre estoy preocupada.
Una vez imaginé que el mundo de cada uno, es decir donde te reconoces por primera vez, es como un salón redondo. En la pared, que es una sola, hay muchas puertas y delante de cada una hay una persona que tiene su llave. También a mí me han concedido una, con la que yo podré abrir y cerrar a mi gusto, pero por el momento no sé que hacer con ella: detrás de mi puerta todavía no hay nada.
Voy distinguiendo a las personas, todas me miran: yo soy su niña, unas antes y otras después me van abriendo sus puertas, para que las conozca y a través de ellas conozca el mundo. La puerta de mi madre nunca se abrió para mí. Fue por mi empeño y algunos indicios como pude descubrir mi propia vida.
He descubierto hace poco un misterio que me tenía absorta desde muy joven. De una manera extraña, no sé si producto de algún sueño infantil o por vía sobrenatural, lo revivo.
Soy un ser, algo vivo, estoy en un lugar agradable y de pronto me veo atraída hacia un lugar donde hay un torbellino de risas, de alegría, de simpatía... Imagínense una niña pequeña que entra en un parque donde niños y mayores están jugando a la rueda y al verla la llaman, la acogen entre ellos con un amor que vivifica y eleva, con una calidez que la ata al grupo. Se siente un solo ser con ellos. Pero en cuatro minutos desaparece todo y la niña se encuentra en un lugar que no es tierra ni mar ni cielo. Se siente como flotar en una oscuridad total. Algo así era mi sueño: un instante de torbellino feliz de amor y luego la angustia.
Pero con ser tan angustiante siempre creí que algún día podría recuperar la emoción de aquel sueño.
Fue hace unos tres años o más. Estaba yo en mi habitación y a la hora de la siesta se presentó mi hermano, se llama Luis y se parece mucho a nuestro padre. En realidad no sé quién es más feo. Ambos tienen una boca grande donde los dientes parecen estar disgustados unos con otros pues no se tocan; las manos son grandes y nudosas, no me las puedo imaginar acariciando; sus cabellos de un rubio panocha y con un mechón siempre caído sobre la frente lo que les da un aire de desorden. Entró sin que lo oyeran mis padres, pues a la hora de la siesta en mi casa se descansa rigurosamente: mis padres en su dormitorio y los demás también en los suyos para mantener el silencio.
Yo nunca dormía, me dedicaba a leer y en parte a estudiar.
Estaba sobre la cama vestida con una camiseta de playa. Antes de permitirle pasar me tapé las piernas con la sábana.
Él por su parte venía hecho un fantoche: se había puesto un batín de nuestro padre, de seda china entre amarillo y negro, que por fuerza le quedaba grande. Entró con pose de galán de cine y se sentó en la butaquita, a los pies de mi cama.
__¿Tú quieres ser una mujer seductora?
La pregunta me pareció cargada de segunda intención así que me tomé un tiempo para contestar, pero quise saber más (como le ocurrió a Eva) y sonriéndole aseguré:
__Sí, claro.
__Pues yo te puedo enseñar.
Se removió vanidoso, cambió de postura en la silla y se le resbaló la bata: estaba francamente repulsivo.
__Yo he aprendido cosas en un libro y te las puedo enseñar.
__Pues déjame el libro y yo lo aprenderé.
Se retorcía de risa, viendo que me había pillado.
__¡De ninguna manera, esto requiere tiempo y atención! Si quieres te doy la primera lección.
Yo acepté.
__Lo primero que tienes que hacer es dejarte mirar sin timidez. Empieza ya, destápate las piernas y deja que te mire.
Dondequiera que el muchachito lo hubiera leído había aprendido bien el tema, así que yo bajé la sábana dejando al descubierto desde las rodillas a los pies. Entonces cambió de postura: se sentó de perfil y con la cabeza baja me miraba de reojo. Tuve que admitir que lo estaba haciendo muy bien y me pregunté si el dichoso librito tendría fotos o ilustraciones.
Pasaron unos minutos y al cabo se levantó satisfecho y me anuncio:
__Otro día seguiremos.
Yo me quedé acuciada por dos pensamientos: uno era que una vez más dudaba que aquel esperpento fuera mi hermano. Viéndolo hoy tan feo, tan vulgar queriendo hacerse hombre por aquel camino de imponerse a la mujer, avancé un paso en mis dudas. Pero aclarar algo se presentaba espinoso pues él era ciertamente hijo de mi madre.
Otro día vino con el mismo batín de su padre aunque mejor puesto.
__¿Seguimos?
__Si ¿qué se te ha ocurrido para hoy?
__Hoy tienes que aprender a ponerte unas medias con mucha coquetería. ¿Tienes medias negras?.
__Sí, del colegio.
__No esas serán gordas, tienen que ser finas y con costura.
Encontré algo parecido y él me fue indicando como tenía que sujetarlas con las manos para ir enrollándolas hasta llegar hasta la puntera; luego como debía cruzar una pierna sobre la otra para poder deslizar el pie dentro de la media y, con movimientos acariciantes, ir vistiendo la pierna sin perder de vista la costura. Todo esto tan habitual y que una mujer hace maquinalmente, lo hice con conciencia por primera vez porque Luis me iba dando instrucciones punto por punto como un exigente director de escena.
Cuando se iba me dijo:
__Y ten en cuenta que yo no te toco.
Me quedé pensando si por fin mi hermano me serviría para algo y hasta donde llegaban sus conocimientos. Y sus intenciones.

Continuará...