miércoles, 19 de junio de 2013

SEDUCTORA - NOVENA PARTE



Me fui a donde sabía que encontraría a Mario y lo esperé. Tenía tantas cosas que contarle que necesitaba tiempo y posiblemente no terminase en un rato. Mis sentimientos eran de lo más encontrado: por un lado haber acabado con la duda que siempre había tenido sobre mi padre, y por otro saber por fín por qué habían tardado tanto en descubrírmelo. Otra nueva duda empezaba a filtrarse en mi mente al haberse solucionado la otras. Llegó Mario, y de entrada le dije:

__Abrázame, soy una nueva mujer. Ya no estoy en la cuerda floja de la duda de mis orígenes: acabo de conocer a mi padre y con él parte de la familia que yo tanto añoraba.

Se soltó de mi abrazo y tomándome de las dos manos me hizo dar unos pasitos girando al mismo tiempo:

__¡Pues es verdad, andas muy bien! Así que tienes tus pies firmes para andar. No sabes cuánto me alegro. ¿Y quién es ese feliz mortal a quien voy que pedirle tu mano?
Entonces me puse triste, me vino a la memoria lo que me había contado Clara y cambié la conversación.

__Mario ¿tú estás enamorado de mí?

__¿Qué dices, mi princesa? ¿Para que quieres tú un novio enamorado? En serio, dime porqué esa pregunta. Bueno primero te contesto: no estoy enamorado de ti, ni creo en el enamoramiento como base del amor. Enamorarse es mas bien un sarampión terrible que a veces nos ataca y nos deja sin defensas, destruye la autoestima y si estás estudiando podemos perder un curso. Claro que todo es si te enamoras de una persona que no es la adecuada. Y esto es lo que ven tus amigos, a unos les sirve de diversión y a otros de enfado porque no les haces caso cuando te dicen lo que ven: que la chica no está por ti en absoluto, que la han visto aquí o allá con otro...

__Veo que estas muy enterado del tema y creo que dolido ¿tú has pasado por eso?

__Sí, lo he pasado. Y tuve mucha suerte porque di con una mujer estupenda.

__¿Y me lo vas a contar?

__Sí, fue una experiencia esclarecedora. Yo lo pasé muy mal, pero aprendí tanto que aún se lo agradezco. Verás, vino una señorita para la secretaría del Instituto, una mujer de unos treinta años, muy guapa, de buen tipo, sabiendo sacarle partido a su figura con la ropa adecuada. Tenía un cabello de ensueño, largo, pasando de los hombros, lo movía sin ostentación al mismo tiempo que hablaba y se percibían tonos increíbles del rubio al cobre brillante. Su soltura al hablar con cualquiera se podría confundir con accesibilidad, pero no. Fuera de lo funcional, por ejemplo al pasar por un pasillo para ir a un asunto de trabajo, no se detenía con nadie, iba sonriente pero distante. Supongo que más de cuatro nos enamoramos de ella, incluido algún que otro profesor. Yo, como suele decirse, “bebía los vientos por ella”. Era un estar pendiente de sus entradas y salidas, de la sala de profesores, la cafetería, el parking. Llegué a sentirme mareado de tanta atención fuera de mí. Yo sólo la miraba, pero algún otro compañero se le acercó con aires de galán conquistador. En pocos días cambió totalmente su opinión sobre ella al extremo contrario, ya en lugar de considerarla fina y seductora la encontró vulgar y engreída. Yo seguía pensando que ella podía ser un arca llena de encantos por descubrir, dichoso el que pudiera abrirla. Entonces me llamó a su despacho, cuando entré cerró la puerta y de un mueblecito sacó dos vasos y dos refrescos. Me ofreció uno diciendo:

__Esto es todo lo que tengo aquí de momento, quiero hablar contigo de un tema algo delicado. He visto cuanto me miras y no solo lo veo sino que a veces siento por la espalda que me estas observando.

Yo me sentí como un parvulito que ha hecho no sabe qué y le van a reñir. Estaba preciosa, no sé si es que la luz le daba reflejos al pelo o que estaba un poco ruborizada o sencillamente es que me estaba hablando a mí. Al principio no la entendí bien: habló algo del veneno y de bastantes cosas que yo esperaba recordar bien después. Por fin entendí: su idea era que yo debía desenamorarme de ella y que para ello lo mejor era que la tratara más, así llegaría a ver sus defectos y esa ceguera mía se disiparía. Como necesitaba que alguien le ayudase en el archivo y viendo que yo era un joven respetuoso y responsable, me pedía por favor que tomase aquel trabajo. Yo no entendía mucho pero pensando que siempre hay tiempo de rectificar, acepté.

Así fue como tenía que estar a sus ordenes tres ratos por semana, y tal cómo había supuesto ella, poco a poco deje mis fantasías sobre sus encantos. Sin duda era la misma persona y en algunos momentos comentábamos temas de actualidad. En esas conversaciones vi que tenía una gran preparación en psicología y eso era lo que le daba aquella soltura para tratar a todos. Con sus charlas fue como aprendí que el enamoramiento es muy distinto del amor y a veces su enemigo. Que es como ponerse unas gafas de colores para mirar a la persona que nos enamora, pero las gafas se rompen casi siempre y si lo que ves sin ellas no te gusta, has estropeado tu oportunidad. ¿Qué te parece todo esto, mi pequeño cisne?

__Pues me parece que yo tampoco estoy enamorada. Quizás es que para eso tiene que ayudar el carácter, algo como ser muy optimista y verse muy guapo en el espejo para albergar esperanzas.

__¿Sabes, mi preciosa, lo que yo creo también? Que el amor es como el agua que nace en la montaña y enseguida se desliza buscando los sitios donde hace falta. El amor solo puede producir el bien.

__Me gusta mucho esa idea ¿así que tú has pensado en mi bien? ¿Por ejemplo en qué situaciones?.

__Pues en tu familia hay mucho que trabajar: tienes una madre casi ausente, un hermano que es una calamidad y dos medios padres que no hacen uno. Por todo esto no te confías a tus amigas y casi huyes de los muchachos. ¿No crees que yo, torrente del monte, tengo mucho que rellenar? -Y diciendo esto me envolvió con sus brazos. Es todo lo que yo quería oír, que nuestro amor no fuese ciego. Bastante lo había sufrido yo-.

__¿Entonces nos casamos pronto?

__En cuanto tú quieras. Bueno, y que a todos les venga bien y tengamos lo preciso.

Como yo quería salir pronto de mi casa acordamos que me encargaría de casi todo: de buscar el piso, de los documentos y de la iglesia, pues a su madre le ilusionaba mucho que fuera en la iglesia. Lograr esto fue difícil pero muy gratificante. Empecé por nuestra parroquia, en la que había meses de espera para conseguir fecha. En otras iglesias pasaba igual. Yo estaba decidida a ir incluso a otra provincia y así acabó siendo. La madre de Mario tenia un pariente sacerdote, párroco de una iglesia, y aunque él tenia también su agenda completa nos sugirió casarnos en la ermita de la Virgen de la Luna de la que era capellán, así que un día nos fuimos Mario y yo a ver la capilla y el entorno. Fue un viaje precioso, la verdad es que yo no había salido de mi ciudad casi nunca. Llegamos en un par de horas, pues el camino nos era desconocido.

Uno de aquellos días de trajín de la boda tenía yo menos que hacer y decidí ir a hablar con Eugenio ya que después no tendría ocasión.

Llegué a la oficina y cuando le vi le pregunté si tenía tiempo para mí. De momento me dijo que no porque esperaba una visita, pero en ese instante se oyeron voces de personas que hablaban alteradamente en el mostrador de fuera. Él ya había tratado aquel asunto y no quería que lo molestaran más. De un cajón de su mesa sacó unas llaves y me indicó que fuera al archivo por el portal y él entró por la puerta interior.

Con las llaves en la mano fui pensando cuantas veces hizo mi madre esa maniobra: entrar como a saludar, salir, y encontrarse con él a continuación.

Me pareció muy extraño todo: ya había abierto la puerta y guardé las llaves; fui a comprobar la otra puerta, la que da a la oficina y corrí el pasador.

Aquella parte de la notaría pertenecía a otro inmueble con solo dos habitaciones, una interior donde está el archivo, y la de entrada que sirve de salita para reuniones muy reservadas ya sean de trabajo o personales. Está provista de una mesa estrecha y larga junto a la pared, unas sillas repartidas y en medio de todo un gran sofá, convertible en cama si es preciso. Esta zona tiene ventanales que dan al patio central, con cortinas oscuras y algún que otro mueble. La cocina es espaciosa y también da al patio y está provista de comodidades y surtida de detalles para comer y beber.

Yo diría: casi un nidito.

Mientras yo curioseaba, Eugenio ordenó algunas carpetas que encontró fuera de lugar, después trajo un trapo y limpió cuidadosamente el polvo al sofá, por último buscó los vasos y unos refrescos que puso en una mesita que había traído de otro sitio y por fin se sentó en el y me invitó a sentarme yo también al tiempo que bebía medio vaso. Con esto se recuperó y sonriendo me dijo:

__¡Hola, ya he aterrizado!

__¡Pues bien venido a tierra, comandante!

__¿Vienes a contarme tus planes?

__No precisamente planes, lo que quiero es aclarar una duda que tengo desde hace mucho tiempo. No sé porqué hay una imagen en mi cerebro desde niña. Veras, tal vez sea un sueño, pero es demasiado persistente por eso creo que fue una vivencia de mi infancia o incluso de antes...

__¿De antes de la infancia? ¿Del periodo prenatal? He oído algo de eso pero no lo creo. En fin, cuenta.

__Pues yo tenia como dos o tres años o ninguna edad solo soy un ser que siente. Me veo entrando a un parque o jardín donde un corro de unos seis o siete niños que cantan y que al verme se abalanzan hacia mí para hacerme jugar con ellos. Me abrazan, me rodean y siento un amor que quisiera como derretirme y fundirme con ellos. Nunca he vuelto a sentir aquello que duró un tiempo y aun lo recuerdo o no es recuerdo sino sensación; pero lo cierto es que terminó en una negrura donde yo no podía ver nada, pero sentía Y te cuento esto por que al mismo tiempo creo que tiene que ver contigo. Como si tú me hubieras llevado a aquel sitio, pero al mismo tiempo sé que es otra cosa.

__He leído algo referente a las sensaciones que se conservan del momento de la concepción.

__Bueno, y si es así ¿cómo se podría volver a ese momento?

__Quizás algún día lo sepamos.

Noté en el rostro de Eugenio una sonrisa chispeante, me pareció que había encontrado una picara solución pero se dedico a su refresco. Como yo también quería saber otras cosas, le pregunté directamente si era allí donde se veía con mi madre. La pregunta le sorprendió muchísimo y le tuve que aclarar:

__Cualquier persona tiene derecho a saber su historia lo que se dice conocer sus raíces, ya sabes que mi madre nunca me ha contado nada de vuestra relación y ahora que me voy, menos. Para mi propia estima quiero saber si al menos soy producto de un amor...

__¡Claro que teníamos un amor, un amor loco, de súbito enamoramiento, de esos en los que uno cree que puede saltarse las barreras y que el otro y tú sois el mismo y el mundo una cosa aparte! Pero en poco tiempo a mí me despertaron como a garrotazos porque era mucho lo que dependía de mí. En cambio a Isabel le costó muchísimo aceptar la situación y todo lo que antes fue amor se convirtió en odio.

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CONTINUARÁ...