lunes, 27 de octubre de 2014

EL TRIUNFO DEL AMOR. Entrega primera.



Inspirado en la música religiosa de la ópera
"Cavallería Rusticana" de Pietro Mascagni.

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Diálogo I

__¡Augusta, Augusta! ¿me oyes? ¡ven aquí!
__Aquí me tienes, esposo mío, dime.
__Tenemos que hablar de algo importante. Ya sabes que la semana pasada estuve hablando con el abad mitrado de San Calixto. Quiere comprar buenas maderas para el techo de un nuevo refectorio que va ha construir en su monasterio. No sé si sabes que a su vez es el director espiritual de las monjas de San Donato (que fue discípulo de San Benito) y me estuvo hablando de lo bien que va el convento, tienen muchas aspirantes a ingresar en él por la fama que tiene. Allí hay medio centenar de mujeres felices, de varias edades y de distinto origen. Su vida está tan organizada en horas de trabajo y de asueto, que todas están alegres.
__¿Todo eso te ha contado un abad mitrado, que las visita tres veces al año? ¿Puede decir que todas están contentas y que hay varias deseando entrar?
__Sí, todo eso. ¿Es que lo pones en duda?
__Me extraña un poco, aunque si tú lo encontraste creíble, será cierto.
__Pues por eso mismo, porque me ha parecido cierto, he pensado en llevar allí a nuestra hija. Creo que tendrá una buena vida y será feliz.
__Lo das por cierto.
__Sí, ya lo hemos hablado el obispo, la abadesa y yo. Están conformes en acoger a nuestra hija mañana, que es la fiesta de la Asunción y reciben a otras tres muchachas.
__¡Dios no lo quiera!
__¿Qué dices, estúpida mujer?
__¿Y a tu hija le has preguntado si quiere entrar en un convento de clausura?
__¿Qué sabe ella lo que le conviene? ¡Para eso estamos los padres!
__Me hubiera gustado verla casada.
__¡Quita de ahí, estúpida mujer, no quiero un hombre cerca de mi hija!
__¡Dios nos asista, Rocamaldoro!

Diálogo II

__¡Giulio, Giulio! ¡escucha! ¡para!
__¡Ah, Pietro! Ya paro, corre, sube pronto ¿qué haces tú por aquí, no estabas en Mastretta?
__Sí, estaba y allá voy contigo si vas allí. O pierdo la vida si no llego a tiempo.
__Sí que voy, a vender estos melones y una canasta de tomates, no los pises.
__Estaba allí, pero mi amo me dio una semana de licencia y vine a ver a mi madre. Mi hermano se vino ayer y me ha contado que hoy, por ser la fiesta de la Virgen Consolata, mi amo va a entregar su hija al convento de San Donato.
__¿Quieres decir que no te ha invitado a esa ceremonia?
__¿Cómo iba a invitarme? Lo que ha hecho es apartarme para que no se lo impida.
__¿Cómo ibas a impedírselo? Es su derecho de padre entregar su hija a la Iglesia o bien darla en matrimonio.
__Pues por eso yo puedo impedírselo, porque ella es, en secreto, mi esposa.
__¿Cómo? ¿La joven Bianca se ha entregado a ti en secreto y está conforme en ir al convento?
__Conforme o no, no puede negarse. Creo que su padre ignora lo nuestro pues habría formado un escándalo, pero quizás lo sospeche.
__¿Y qué piensas hacer ahora, hablar con él?
__No sé si habrá tiempo. Pero ¿oyes eso? Están repicando las campanas.
__Sí, por la fiesta de la Virgen. En todos los templos repican.
__¡Ah! Acaba de ocurrírseme una idea. ¿Pasamos por alguna iglesia?
__Sí, pasamos por San Eloy.
__Pues me bajaré un momento, tú me esperas. Voy a confesar.
__¿Para hablar con tu amo necesitas confesar?
__Es mejor ir con la conciencia limpia.
__Pues ahí tienes la iglesia, yo tengo que parar en otra calle. Pero si tardas me voy.
__Ve despacio.

Al salir de la iglesia, Giulio le preguntó a Pietro:
__¿Qué es ese bulto que traes?
__EL cura me ha encargado que lo lleve a las monjas, ya que voy allí. Es un copón con hostias y una capa de ceremonia, hoy necesitan refuerzos. Lo pondré en este canasto, no se puede llevar a la vista un copón de oro.
__Se oyen más campanas ¿sabes dónde está el convento?
__Sí, al final de la calle San Donato.
__¿Qué vas a decirle a tu amo, el señor Rocamaldoro?
__Quizás se lo haya dicho ya su hija, o tal vez su esposa. Pero de cualquier modo hoy lo va a saber.

Diálogo III

__¡Paso, paso, por favor, tengo que llegar al altar!
__¿Por qué no va por la otra puerta, no ve que está lleno?
__Por la sacristía está cerrado, ya están todos en el altar, y yo traigo las hostias para consagrar.
__Pase, pero mire dónde pone los pies, hay mujeres arrodilladas.
__Descuide, no puedo permitir que se me caigan las hostias ni que se me enrede la capa.

(Continuará...)

martes, 7 de octubre de 2014

TOMAR DECISIONES. Último capítulo.



Llegó la fiesta. Era digno de ver como habían puesto el altar: Flores en jarrones plateados, candelabros en pequeñas repisas intermedias; manteles de altar, de encaje desde luego. Lo propio para celebrar nueve bodas juntas, sin contar la mía ni la de Paquita.
Delante del altar, un sillón de respaldo alto pintado y dorado para el sacerdote que nos preguntaría:       
_¿Queréis...?
Para las santas novias habían puesto unos reclinatorios vestidos de blanco. Todo  quedaba precioso.
A los dos lados del altar unos sillones respetables de alto respaldo para las madres principales, que hoy llevaban batas nuevas y algo como un velo en la cabeza, no el pañuelo de diario.
Cuando nos indicaron, empezamos a salir en fila desde la sacristía a ocupar los reclinatorios. Eran cuatro delante y cinco detrás. Yo iba la tercera de la segunda fila.
Al salir a la capilla, al público, enseguida distinguí a mi padre y a mi madre y les tiré un besito. Alguien se rió por esto. Pero mi sorpresa fue que en el mismo banco estaban Javier y sus padres.
Empezó la ceremonia, no sé que latines y bendiciones. El incienso me daba ganas de estornudar.

Y yo empecé a acordarme de que aquel chico que vino a hablar con mi padre para poder hablar conmigo y mi padre no se lo permitió porque: yo “no sabía tomar decisiones”.
Me volvió aquel disgusto, y los rezos, cantos, bendiciones, novias que suben al altar a hablar con el cura aquellas difíciles palabras que yo no aprendí, me estaban aburriendo mucho.
El cura llevaba una pesada capa que fue dorada alguna vez, pero estaba gastada y algo sucia.
Las “novias ”volvían a su sitio con la cara enrojecida de emoción (vaya usted a saber porqué).
De pronto recordé que Javier había dicho de hacernos novios y después casarnos. Esto empezó a cosquillearme y antes de que me llamasen para ir al altar, me levanté y fui al banco donde estaban todos: Javier me dejó sitio a su lado, mi madre alargaba la cabeza para oír. Yo le dije a Javier:
_¿Tú no querías casarte conmigo?
Yo no sabía lo tímido que es Javier, pero aun me contestó:
_Yo sí quería casarme contigo.
_Pues vente, que este cura nos va a casar, ya veras.
Le cogí de la mano y lo llevé al altar justo en el momento que la Maestra me nombraba, con una  voz muy teatral.

Nos arrodillamos ante el cura, que me escuchó atentamente a pesar de su sorpresa.
_Mire Padre, yo no quiero ser monja, ni esposa de Jesucristo cómo esas. Yo quiero casarme con este muchacho que me quiere: así que puede usted darnos la bendición ¿verdad? Yo soy Julia, amo a Javier y quiero ser su esposa.
Le di un codazo a Javier que reaccionó y dijo:
_Yo soy Javier, amo a Julia y quiero ser su esposo.
_Padre diga ya las bendiciones.
El cura sudaba, le caían las gotas por las mejillas hundidas.
Yo saqué mi pañuelito de la manga. Él lo cogió y se lo pasó por los ojos. Luego dijo:
_Yo veo muy bien que os améis y deseéis casaros, pero no en este momento: hay que tener los documentos, el cursillo y publicar las amonestaciones...
Al oír esta palabra supe que habíamos dado en hueso.
Y para no molestar más dije: Vámonos  Javier, que aquí valen más los papeles que las personas.
Nos fuimos a sentar en el banco.
Mi padre había desaparecido. Mi madre lloraba sin disimulo y los padres de Javier se miraban y sonreían, creo que estaban divertidos, pero yo sólo notaba mi enfado porque si no llego a darme cuenta de que las palabras que decía el cura eran para hacerme  monja y que por poco caigo en la trampa...
En la capilla hubo un pequeño desorden.
Los que cantaban los motetes en el coro no sabían si habían terminado y como quedaban dos novias, volvieron a empezar.
Las madres monjas, con mal disimulado cuchicheo, desde el altar me señalaban. Al fin una se decidió a venir despacito por el pasillo para decirme:
_Julia, tienes que ir a quitarte el vestido.
Se me ocurrió fastidiarla un poquito:
_Pues sáqueme del guardarropa el vestido que traía cuando vine.
Claro está que no habían pensado en ello y estaría en mi maletita en algún desván.
Así que salí vestida de novia, entre el público, del brazo de un muchacho. Y mi madre lavada la cara con los lagrimones, huyendo de sus amigas, buscando a mi padre que huía delante. Habían pasado una vergüenza muy grande.

Y es que no puede darse gato por liebre, de esa manera, a una hija.
Después de esto he aprendido mucho y en adelante sabré: TOMAR DECISIONES.

FIN