lunes, 14 de abril de 2014

EL DÍA DE LOS SALMOS. Cáptítulos 16 a19


LAS CLASES DE BAILE

Así fue que tres días más tarde se presentó en la casa con el papel donde ella había escrito su dirección. Abrió Matilde y detrás estaba Herminia, que al verle le animó a entrar y tomar asiento. Él se sorprendió del salón casi lujoso, de la chimenea de mármol y de la presencia del piano.
__No sé si he debido venir, señorita, apenas hemos hablado y tal vez he sido impetuoso. Cuando usted me dijo que no tenía pareja para bailar…
__Ni para nada, -interrumpió Herminia-, ni para viajar, ni para ir al cine. Pero pase y siéntese.
__Vaya, vaya, no me lo puedo imaginar.
__Pues así es. Por eso entendí su propuesta de dar clases como una ocasión para desempolvar al menos mis deseos de bailar.
__Veo que tiene piano, ¿usted lo toca?
__No, quien tocaba algo era mi madre y mi hermana tomó algunas clases, por juego, pero a mí no me dejaron.
__Vaya, -susurró Fernando-.
__Pero tengo tocadiscos y bastantes discos de canciones entre las cuales hay algunos pasodobles, ya sabe: “Suspiros de España”, “Francisco Alegre” y otros.
Fernando ya se la imaginaba en sus brazos, y no muy remilgada. Se le ocurrió una picardía:
__¿Y el chotis? ¿Baila usted el chotis?
__¿Ese que dicen que se baila en un ladrillo? -se reía-.
Había comprendido. Se levantó del sillón, fue al cuartito de los paisajes y de la cómoda tomó el tocadiscos. Cuando apareció cargada, Fernando se levantó y se lo tomó de las manos, ella le indicó una mesita junto al piano. Volvió a por unos discos y colocó uno en el plato. Cuando salieron las notas empezó a girar allí mismo. Fernando fue a su encuentro con los brazos abiertos y se sorprendió de que ella se dejara tomar con tanta naturalidad. Una mano de él puesta en su espalda la sujetaba y le ofrecía la otra con los dedos separados para que ella colocase los suyos.
Dos pasodobles y un intento de tango fueron suficientes por ese día. Herminia estaba arrebolada, tanto por el ejercicio como por la satisfacción de tener unos brazos poderosos que la sostenían.
Herminia se sentó y se abanicaba con un papel. Fernando se quedó de pié repasando los discos que ella había bajado, disimulando su propia excitación, tratando de poner en orden la respiración y de reojo la miraba a ella que ahora no sabía por donde seguir: ofrecerle una copita de vino le pareció demasiado sugerente. Como él había escrito “doy clases”, dudaba si debía pagar. Viendo que no lo podía dejar así, al fin se decidió:
__Supongo que esta es una primera clase. Ya me dirá cuándo puede volver y cuánto se le paga.
Estas frases, que podrían parecer muy formales, estaban dulcificadas por el brillo de los ojos y el rubor de ella.
__Pues mire usted. Herminia es su nombre, ¿Verdad?
__¡Ah, sí! Es que no se lo he dicho.
__El mío es Fernando Cassasola. Pues verá. El día podemos poner uno de los que, como hoy, voy a ensayar. Así salgo un rato antes de casa. Puede ser el miércoles de la semana próxima. ¿Le va bien?
__Sí. Me va bien.
__En cuanto al pago, pues le preguntaré a un compañero que da clases en una academia.
__¿Pues no dijo, o mejor dicho escribió: “doy clases de baile”?
Fernando se echó a reír.
__Bueno, bueno, me ha pillado. Pero ahora sí es cierto. ¿No?
__Vale. Quedamos para ese día. ¿Quiere tomar algo ahora?
__Sí. Un vaso de agua, por favor.
Herminia trajo el vaso de agua y se dedicó a recoger los discos. Mientras Fernando se dirigía a la puerta pensó algo y se volvió a ella.
__¿Esta casa no tiene puerta trasera?
__Sí, por la cocina se sale a la calle de la Alhóndiga.
__Pues si no le importa saldría por allí.
__Por supuesto. Venga por aquí.
Matilde, que se había mantenido en la cocina todo el tiempo, al oírle, se adelantó a abrir el cerrojo de la puerta del patio y la cerró enseguida que él hubo salido.
Herminia se puso entonces a escuchar un disco de valses famosos, poco después llamaron a la puerta. Fue a abrir. Eran dos jovencitos que portaban sendos estuches con algún instrumento musical. Uno de ellos preguntó:
__¿Está aquí Fernando, el del saxofón?
__No, no está aquí
Herminia entendió al instante por qué quiso salir por otra puerta. El otro muchachito le dio con el codo a su compañero:
__Te dije que no llamaras.
__Perdone, señora, es que me pareció verlo entrar aquí.
Herminia le sonrió afectuosa, como comprensiva de su error.
__No, no importa, chicos. Estará en otro sitio.
__Es que vamos al ensayo. Adiós señora.
También con éste, secretos y disimulos.

HABLA EL MÉDICO

Fue a la mañana siguiente, al salir para su paseíto, cuando vio al médico. Este se le acercó y la invitó a entrar en la cafetería. Ya servidos sus cafés, empezó a hablar:
__¿Has visto de nuevo a Diosdado?
__No ha venido, ¿Usted ha averiguado algo?
__Sí, por supuesto. Bastante. Fui a ver a la madre y me contó todo el proceso del embarazo y el nacimiento de este muchacho. Te aseguro que tiene motivos para estar nervioso y tartamudo. Pero creo que tratándolo bien puede mejorar muchísimo. Si vuelve contigo, dale confianza y buen humor. Nada de vino, en esto tendré yo que averiguar si de verdad está afectado, pero es mejor que siga así por el momento.


LAS BELLAS TELAS

Otro de los amigos de Herminia es un viajante del ramo de tejidos y confecciones.
 Estaba ella un día en la tienda “La madrileña” para comprar unos visillos. El dependiente estaba ocupado atendiendo a un representante que extendía en el mostrador hermosos trozos de distintas telas de florecitas propias para niñas; hilos, semihilos y sedas para las madres. Se acercaba el tiempo de las primeras comuniones. El dueño de la tienda atendía a una señora que con prisas compraba tela para un pantalón de hombre. Herminia se entretenía viendo las muestras sin acercarse. El viajante la miró furtivamente  mientras el dependiente atendía a otra clienta y le brillaban los ojos.
__¿Le gustan a usted las telas, señora? Quiero decir de un modo especial, fuera de lo necesario, ya he oído  que va a comprar visillos.
__Sí, me gustan las telas, las texturas, los colores, sobre todo las telas finas estampadas, me gustan por los dibujos. A veces hay tantas flores en un tejido como en un verdadero jardín.Encuentro que hay mucho arte en los diseños.

La escuchaba con deleite. No era frecuente oír a una señora alabanzas a las telas fuera de su utilidad y percibió en ella algo sensual, tal vez por lo que decía o por el hecho de darle conversación o quizás porque sus insólitos collares revelasen a una mujer inconformista y de libre albedrío.
__Traigo además de estas, otras telas que seguro le gustarán.

Abrió otro departamento de la maleta y sacó una gasa negra estampada de tulipanes rojos y margaritas. A Herminia le causó gran admiración y tomó en su mano el trozo. Comprobó la transparencia poniéndola sobre blanco, luego alcanzó de la estantería un forro negro para ver cómo se realzaban los colores. Cambiaban los tonos según el fondo. Le gustó mucho, pero dejó la tela diciendo:
__Es preciosa, pero no se puede vestir, necesita un forro y eso le quitaría fluidez. Además, ¿Cuándo podría una señora lucir un traje así? Es demasiado llamativo.
__Usted podría perfectamente ponérselo cuando quisiera.
Hablaba en voz baja, con esto ya sugería secreto, al tiempo que sostenía en alto la tela desde la palma de su mano añadiendo:
__Si usted me da su dirección, tendré mucho gusto en ofrecérsela para su disfrute particular.

De golpe, Herminia entendió el mensaje, captó la corriente de sensualidad que el hombre manifestaba. Le miró a los ojos un instante y se apartó de él. Ya venía el dueño de la tienda a atender al viajante, que recogió la tela de gasa y se dedicó a presentar las telas infantiles  que tenían venta segura.

Ella se apartó a un extremo del mostrador y buscó una tarjeta en su bolso. El viajante tomaba nota de un par de pedidos que le hacían. Herminia miraba la estantería como buscando la tela de los visillos. Mantenía la tarjeta  en la mano y en cuanto él volvió la vista a ella, se la alargó. Aún se quedó en la tienda para comprar, no sin antes dedicarle una mirada directa cuando el tendero se distrajo. Al fin compró los visillos y salió de la tienda toda emocionada. El hombre le había gustado: no muy alto, bien peinado y trajeado, sabiendo sugerir a través de palabras comunes. Todo esto la llenó de ilusión y esperanza.

Cinco días después, el cartero le entregaba un paquetito donde venía la tela justa para una túnica, sin forro. Después se cruzaron cartas para acordar el día y hora en que podrían comprobar la belleza y transparencia de la prenda.

No quedó defraudada Herminia. Su experto en telas también lo fue en caricias y palabras sabias. Y no se espantó al oírla decir: “¡El Señor es mi Pastor, su vara y su cayado me conducen al prado!”, porque desde que la vio comprendió que era especial.
   
ENCUENTRO CON EL PÁRROCO


Hoy salió temprano, la mañana estaba fresca y las tiendas empezaban a abrir. Por variar, se dirigió a paso vivo a la estación como si fuese a esperar a alguien. Quiso el destino que llegase en el tren el cura párroco y se lo encontró de cara. Éste no perdió la oportunidad de intentar conocer los entresijos de su alma, y si pudiera, los de su cuerpo. Así que la tuvo delante, le habló:
__Supongo que sabe usted que vamos a hacer un triduo de preparación al cumplimiento pascual, ya sabe, confesar y comulgar. Espero verla por la Parroquia. Por cierto, no estuvo usted en la Novena de la Virgen de los Dolores, ¿Verdad?

Herminia estaba parada ante él. La rabia la invadía por no haber podido dar esquinazo al encuentro, pues ya estaba harta del acoso del párroco con la confesión, así que se mantuvo con los ojos bajos escuchando y al fin contestó:
__Usted sabe que yo voy con frecuencia a Almatrona y cuando estoy allí siempre me llego a la Catedral a oír misa  y a veces me acerco a confesar. Por las mañanas está en el confesionario un padre llamado Arturo Segovia, creo que es canónigo. Así que no se preocupe, que estoy en buenas manos. Gracias.

Se apartó dejando al cura chasqueado.
Lo cierto es que cuando iba a Almatrona, se acercaba a la capilla del colegio de monjas donde hizo interna aquellos ejercicios espirituales a los diecisiete años. Allí recordaba cuanto dijo aquel cura o eso creía ella pues la memoria es muy engañosa. De todos modos recordaba  cosas que influyeron en su vida después. Tanto recordaba, que nunca más hizo ejercicios espirituales. Nadie como aquél sacerdote les explicó los mandamientos y el comportamiento que se esperaba de una joven, aquél cura que le regaló dos libros: “La joven de carácter” y “Pureza y hermosura” que leyó luego una y otra vez.

 Es verdad que confesaba alguna vez cuando iba a la capital, pero en realidad no se sentía culpable de ocupar el sitio de alguna esposa de vez en cuando. En su concepto solo recibía migajas de amor, y ya lo dijo alguien en el Evangelio: “Los perros tienen derecho a las migajas que caen de la mesa de sus amos”. Y hoy era un día en que ella necesitaba esas migajas. 

...continuará...

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