lunes, 5 de mayo de 2014

EL DÍA DE LOS SALMOS. Cápítulos 20 y 21



COMPAÑÍA DE TRANSPORTES ARBÓS Y MARFIL

Cuando Herminia respondió a su párroco que ella confesaba y comulgaba en la catedral cuando iba a la capital, bajó los ojos pudorosamente. No podía imaginarse don Ramiro que la capital tenía otro beneficio para ella además de poner en paz su alma.

Algún tiempo después de morir su madre se le ocurrió hacer una excusión a Almatrona. Aún recordaba que su hermana había ido un par de veces, antes de casarse, con su madre por supuesto, a buscar prendas para su ajuar. Había empezado a ponerse de moda ir a buscar sábanas o mantelerías que no hubiera en el pueblo, y no digamos el traje de novia: tenía que ser exclusivo. A estos viajes se apuntó sin dudarlo Francisco, que pensaba divertirse bastante. Pero Herminia no fue.

Era ahora, que tenía la oportunidad de ir por libre, cuando iba una vez al mes a mirar escaparates y a sentarse en una cafetería. Podía así observar a gente desconocida. Descubrió en uno de sus paseos un pequeño bar en un jardín céntrico. Después de tomar un aperitivo se quedó observando la calle. Había mucha circulación de coches y autobuses. Incluso esto le era agradable; un ruido y un bullicio que no había en Santovía. También observaba las casas; por esta parte eran bloques de unos cinco pisos, y en los bajos tiendas no muy grandes incluso un taller de coches. Una de las casas tenía balcones antiguos con barandillas de hierro forjado de bonitos dibujos. El portal daba arranque a una ancha escalera de mármol blanco, se adivinaba que llegaba hasta el entresuelo o quizá al primer piso.

Recorría con la vista la fachada cuando vio un gran rótulo en uno de los balcones: “Compañía Arbós y Marfil. Transportes generales por toda España.”.

Herminia se quedó en suspenso pues le impactaron aquellos apellidos tan poco comunes: Arbós y Marfil. Le resonaban en el fondo de la memoria. Arbós y Marfil. ¡Arbós y Marfil!¡Guarden silencio!¡Claro! Eran los apellidos de Conchita y de Vicente, que andaban siempre discutiendo, pero siempre juntos. Y ahora se encontraba esos apellidos unidos. Quizá terminaron la carrera de Comercio, pensó Herminia, y esa empresa de transportes era una solución para emplear sus conocimientos.

Se quedó un rato sentada en un banco de aquél parquecito mirando a la puerta del edificio porque, sin darse cuenta, esperaba ver salir o entrar a uno de aquellos conocidos de su juventud. Eran cerca de las dos y salieron personas formando grupitos. Casi sin percatarse se levantó y un poco distraída cruzó por el semáforo cercano, se acerco al portal y subió la hermosa escalera. En el primer rellano encontró una puerta de cristal bajo un rótulo luminoso igual al del balcón. Se abrió aquella puerta y salieron dos hombres, uno de mediana edad y otro casi joven, que se hicieron a un lado para dejarla entrar. Dentro quedaban otros dos, uno en el recinto de mostradores, donde se veían máquinas de escribir y abundantes carpetas y montoncitos de papeles, todo lo normal de una oficina. Este se quedó esperando a que Herminia acabarse de entrar, al tiempo que se volvía otro hombre que abría una puerta a un lado.

__Vicente, aquí entra una señora. ¿Va usted a atenderla o lo hago yo?
El llamado Vicente se volvió y le contestó:   
__Vete tú, que yo la atenderé.
La voz sonaba decidida, sabiendo mandar. Herminia entendió un doble mensaje: uno al subordinado que no debía entretenerse pues había terminado su jornada; y el fondo del tono que daba a entender algo así como “ya areglaré yo a esta señora que viene fuera de hora”.

Se vino hacia ella queriendo parecer servicial pero en realidad no quería dejarse entretener por aquella mujer de porte casi modesto, con su falda negra y el bolso cogido con las dos manos.
__¿Qué desea, señora?
__Herminia, me llamo Herminia Estébanez y solo quiero saber si es usted Vicente Marfil, de Santovía.
__Pues sí que lo soy.
Al tiempo miraba si podría hacerla pasar hasta su mostrador, pero vio que las sillas de los visitantes estaban llenas de papeles. Ella, que vio su apuro, dijo:
__No se preocupe porque no me siente, ya veo que está cerrando. Yo solo quería saber si es usted Vicente, porque éramos compañeros de clase. Y de Conchita.
__Perdone. ¿Ha dicho usted que era…?
__Herminia. Me llamo Herminia Estébanez, hija del juez.
__¿Y que éramos compañeros de clase? Perdone, pero no la recuerdo. ¡Como ha pasado tanto tiempo!
__¡Claro!
Herminia vio que estaba sin saber qué hacer. No la recordaba y tenía que cerrar la oficina y tal vez le esperaban y … Continuó con un poco de guasa para suavizar la situación:
__¡Cómo que usted tenía ojos solo para Conchita! ¿Se acuerda?
Él se enderezó de pronto y medio en broma le contestó:
__¡Ojos y manos y todo! Como que me casé con ella. Formamos una compañía comercial como puede usted comprobar por el rótulo de la empresa.
__¡Claro! Era Arbós, era Conchita Arbós!
Ambos se rieron y Herminia se volvió hacia la escalera para facilitar que Vicente cerrara la oficina.  

Herminia aprovechó el momento distendido para dirigirse ala escalera. Él creyó que se marchaba y la retuvo con una voz:
__¡Oye, oye! ¡Que no te puedes ir, tenemos que hablar!
Ella se volvió y señaló el portón diciéndole:
__No te preocupes, que te espero. Cierra bien.
Así que Vicente empezó por entrar en su cubículo para controlar los teléfonos y guardar unos sobres en el armario. Luego entró en los de los empleados y también comprobó que ningún teléfono estuviese descolgado. Sacó un papel a medio escribir de una máquina, colocó bien el carro y la cerró. Por último se dirigió a una puerta que tenía el rótulo “ARCHIVO”. Entró en él para cerrar una ventana.
Al fin bajó ágilmente los catorce escalones y tomando del brazo a Herminia, que aunque extrañada no se resistió, la condujo por la acera hasta el semáforo. En silencio esperaron para cruzar y a grandes pasos la condujo al bar del jardín. Allí le acercó la silla y sentados frente a ella le habló en voz baja, pero imitando a un profesor que ambos tuvieron en la Escuela de Comercio.
__¡Señorita Herminia! ¿Ha hecho sus deberes? ¡Ya sabe que hoy se trata de las distancias entre diez capitales de provincia y Teruel!
Herminia soltó una carcajada que enseguida reprimió. Ciertamente que en un instante Vicente la había hecho volver a su juventud, a los inocentes problemas que debían resolver con números.
__Bueno ¿Tú te lo sabes ahora? Los kilómetros de un sitio a otro, digo. Dijo Herminia.
__Sí, desde luego, los kilómetros son la parte más pequeña del problema. Tengo tres furgonetas de distinto tamaño, o sea, además de considerar los dichosos kilómetros, están el peso; el valor de la mercancía; la consistencia si es una carga pequeña pero pesada, o bien voluminosa y ligera; concertar otra mercancía para el retorno. Esto atañe al conductor, pues las características de la carga afectan a la conducción y luego hay que tener en cuenta otras cosas, como el tipo de carretera. ¡Si yo te contara!
En esto ya estaba a su lado el camarero.
__¿Qué tomarás, Mina?
La llamó así porque de pronto recordó que aquella señora era Mina, una de las más jóvenes alumnas de su curso. Y como Herminia no sabía que tiempo estaría él en su compañía, se decidió por lo más rápido de tomar. Ella no sabía cómo reaccionar ante un hombre que había conocido como muchacho atractivo y del cual ahora lo ignoraba todo.  
__Café con leche, por favor.
En el gesto de volverse al camarero, pudo Vicente  ven la parte de su cuello descubierta, desde la oreja hasta lo profundo del escote en pico.
__¿Solo un café con leche? Yo voy a tomar algo sólido.
Lo dijo porque de pronto decidió que quería saber más de ella, que ya no era aquella muchachita del grupo de las pequeñas de su clase. Porque ella bajaba los ojos sabiéndose en presencia de un HOMBRE y eso a él le llamaba la atención.
__Pues pide tú, dijo Herminia, y yo quizá te siga.
__Camarero, traiga dos cervezas y dos platitos de arroz.
Ella asintió, pero aquello era abrir una puerta y se ruborizó. Él también sintió que algo nuevo se presentaba en su vida.
__Bueno, princesa, mientras yo como, que lo hago muy deprisa, cuéntame qué haces en Almatrona y luego, mientras comes tú, yo haré lo propio.
Ella se rió.
__Tengo poco que contar. No tengo obligaciones y cuando me viene corto el paseo de las Carmelitas, vengo a pasearme por aquí.
Ya estaban allí las cervezas y los dos empezaron a comer. Con disimulo uno a otro se vigilaban porque el acto de comer da mucha información sobre la forma de ser de cada persona. Y él, sobre todo él, tuvo un gran interés por conocer a aquella delicada mujer, que surgía del fondo de su juventud, que sin duda sabía mucho de él ya que recordó a su eterna novia Conchita.
Pronto se acabó el pequeño refrigerio. Herminia permanecía sentada derecha, sin apoyarse en el respaldo, dispuesta a levantarse en cuanto él dijera “me tengo que ir”. Pero Vicente miró su reloj y dijo:
__Podemos tomar algo más, yo no tengo prisa.
__Pues cuéntame algo más de ti, si quieres, y de Conchita.
__Ya me has recordado tú que siempre estábamos juntos, o a punto de juntarnos después de una pelea. ¿No es eso?
__Sí, así os recuerdo.
__El caso es que los dos tenemos mucho carácter. Ella quería ganarme en los estudios, pero siempre era yo quien sacaba unos puntos más, así que teníamos tema de discusión. Y a veces eran otros temas. Terminamos los dos la carrera, yo quise poner esta empresa, que me va bien. Ella quiso ser mi secretaria, pero preferí que nos casáramos y así las discusiones se evitaban. Yo prefiero trabajar con hombres, ya lo has visto.
Entre tanto él hablaba, Herminia recordó que un día que en la Escuela de Comercio iban por un pasillo, él tomó por la cintura a Conchita y por sorpresa la besó, pero el sorprendido fue él porque Conchita, empinándose, le devolvió un beso igual.
Herminia se levantó de pronto y le alargó la mano.
__No sé si tienes cosas que hacer y te estoy entreteniendo.
__No, Mina, tengo tiempo libre ahora, de verdad.
__Pues acompáñame al tren, si no te viene mal.
__Vamos andando. Cuando vengas otra vez a Almatrona no dejes de venir a verme.
Ella se volvió a mirarle y vio que le brillaban los ojos y que una ligera sonrisa distendía sus labios.
Él la tomó del codo y la condujo entre la gente que se acercaba a la estación. Llegaron a la ventanilla. Vicente se adelantó y pidió un billete de primera para Santovía. Luego le entregó el billete a ella que, mirándole a los ojos, dijo:
__¿Cuándo quieres que venga?
Él acercó la boca a su oído para decirle “el jueves que viene te espero” y de paso rozó su mejilla con un beso. Sin más se alejó a paso vivo entre los que llegaban al tren.



HERMINIA VA AL AYUNTAMIENTO

Cuando volvía del paseo a la Estación, se llegó al Ayuntamiento. Recogió unos folletos donde se ofertaban viajes programados a los mayores. Pensó que pronto tendría que acogerse a actividades en grupo so pena de volverse una vieja solitaria, ya que por el momento tampoco tenía amigas con las que salir. Sus compañeras de estudios, salvo dos que se hicieron monjas, estaban felizmente casadas y por lo tanto cargadas de obligaciones, tuvieran o no hijos. También vio en el Ayuntamiento una exposición de cuadros. Un taller de pintura y trabajos manuales presentaba sus trabajos de un año. Le sorprendió que hubiera tanto movimiento cultural del que no tenía noticia y aunque no tuvo clara la idea,  empezó a  sospechar  que estaba demasiado aislada. Se encontró un poco vacía. Por ello le entró prisa por encontrar algún visitante para alegrar su velada. Compró un periódico y entró en la cafetería. En lugar de la tacita de café, pidió un desayuno completo, así daba más tiempo al posible mensajero.

Para su alivio, el cartero del Ayuntamiento entró a tomar un café y de paso dejar una nota para ella del  Concejal de Aguas y Transportes públicos. Éste, de nombre Luís, era gordito, no muy alto y tenía novia, una muchacha de buena familia que no manifestaba prisa por casarse ya que vivía bien con sus padres que la adoraban. Tenía Andrea una hermana menor, así que no tenía problemas de compañía para ciertas salidas, lo cual era un alivio para Luís que le reservaba a su novia las tardes del domingo y algún otro día en la semana sin mayor apuro. Herminia le tenía especial simpatía.

Luis llegó esa tarde a casa de Herminia bien arreglado y perfumado. Se sentó como todos lo hacían en el sofá. Herminia dejó el libro que estaba leyendo: “El amante de Lady Chaterley” y se dispuso a disfrutar de la presencia del joven. Hoy no tenían prisa y empezaron una conversación sobre la tarea de él. que se entretuvo en explicarle cómo los nuevos autobuses unirían  dos barrios distantes, sus recorridos, sus paradas, su frecuencia. Luís se animó a charlar, pues tenía vocación de planificador. Le explicó los costes, los beneficios que se esperaban obtener, el servicio al pueblo, lo moderno de los vehículos, los cristales reforzados, los timbres repartidos por el coche…

Cuando agotó el tema, había hablado tanto que Herminia le dijo:
__Creo que te has ganado otra copita de vino para reponer energías.
___Sí, no me vendría mal. Tengo la garganta seca.

Matilde se la sirvió y cuando la hubo tomado dijo Herminia con picardía:
__¿Quieres que hagamos un viajecito en uno de esos modernos cacharros?

Luís se rió de buena gana por la metáfora y siguió a la dueña escaleras arriba. Un ratito después, ella había adoptado el rol de una pasajera asustada de la velocidad y él el de un conductor que quiere dar seguridad pero se equivoca continuamente. Arranques y paradas, sustos, risas, conversación figurada, chistes… Realmente refrescante fue la visita de Luís.

... Continuará...

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