miércoles, 13 de agosto de 2014

EL LIBRO DE LOS SALMOS. Capítulos 33, 34 y último.


EL VIAJE DE REGRESO

Salió hacia la calle, al autobús que las devolvía al pueblo. Herminia se sentó casi en la última fila, delante iban la profesora y las otras chicas. Se hacía de noche, las farolas al borde del camino, los coches que venían en dirección contraria… le molestaban las luces.
Herminia sacó de su bolso un gran pañuelo de cuello y se tapó la cabeza, apoyando la sien en la ventanilla. Quería aislarse de todo. Una de las compañeras, que iba delante de ella, se volvió y arrodillada en el asiento tocó a la que iba al lado de Herminia para decirle:
__Oye. ¿Te has fijado en lo guapo que era el cura?
Sorprendida la amiga le contestó:
__¿Qué cura?
__Pues el que nos ha hablado tanto. ¿Es que no te ha parecido guapo?
__Yo qué sé. No, no me ha parecido especial.
__Pues yo creo que a más de una le ha hecho “tilín”.
Herminia se ajustó el pañuelo que le tapaba también la cara.
__¿Y qué? ¿Qué podía hacer la que le gustara? -Dijo la otra-.
__Pues buscarlo para hablar con él.
Herminia sintió que se le aflojaban las piernas una vez más. Pero se decidió a intervenir.
__Sí. ¿Y decirle qué?
__Pues podía preguntarle algo, por ejemplo: si es pecado besar a un chico.
Herminia de un manotazo se apartó el pañuelo de la cara y se enfrentó a la que hablaba:
__Pues a mí me parece una estupidez preguntar eso. Eso se lo preguntas a Don Esteban, el párroco, que para eso está. Si yo hubiera podido hablar con éste, que sabe tanto, le hubiera preguntado por qué tuvo Dios que hacer a Eva de una costilla de Adán y encima robársela, teniendo todo el barro del mundo para hacerla entera.
__Bueno, -intervino blandamente Sonia-, le tomó una costilla a Adán.
__Sí, pero por la fuerza, robada, porque si Adán se la hubiera dejado coger de buen grado no hubiera tenido que dormirlo… así que fue robada. Y eso ha traído malas consecuencias… los hombres se lo echan en cara a algunas mujeres.
Doña Trinidad, la profesora, oyendo a las chicas discutir y no sabiendo porqué, vino desde su asiento a ver qué les pasaba.
__Niñas. ¿Estáis peleando por algo? Acabamos de ponernos en gracia de Dios…
__No nos peleamos señorita. Es Herminia que dice que Dios le robó una costilla a Adán…
__¿Quién te ha dicho eso, niña?
__Nadie, lo dice la Biblia. -Dijo Herminia contundente-.
Doña Trinidad agachó la cabeza y se fue a su asiento.


Herminia se había permitido desmenuzar los recuerdos de aquél día de su juventud y ahora le parecía pueril y risible todo lo que había pasado. Se pudo reír recordando cómo el cura trataba de disimular con sus rezos el pecado que cometía. Consiguió, eso sí, que ella no se percatase del todo de lo que le había hecho.
¿Pero mereció la pena que ella no lo agradeciese? ¿Que no colaborase? Bueno, pensó Herminia al final, la verdad es que todo fue un poco apresurado. Sintió mucho miedo, que sirvió para que ella no lo delatara, porque ¿cómo podría ella explicar que le había dado una lección práctica sobre la Biblia mientras rezaba sus oraciones obligatorias?
Tampoco podía contarle a nadie que después ella había seguido buscando su trozo de Adán, aunque una y otra vez se le escapaba, que llegó a gustarle ese tipo de prueba, y que ya no le importaba encontrar el suyo propio. La variedad de “Adanes” no le iba mal.


FIN DEL TRIDUO Y LA PROCESIÓN

Fue a la iglesia el último día del Triduo a la Asunción de la Virgen. Esta vez no se sentó al final, sino en medio de la iglesia, donde el predicador derramaba su mirada al par que sus palabras dulzonas, explicando una y otra vez el milagro de las bodas de Canaan y la subida de la Virgen al Monte Calvario detrás de su Hijo, como méritos para una muerte especial. Herminia apreció entonces que tenía una bonita voz, que el discurso estaba bien escrito, aunque un poco pesado y que posiblemente, cuando ella lo conoció, era guapo.
No le extrañaría que, incluso ahora, alguna mujer quisiera seguir escuchándolo y fuese a preguntarle cualquier bobada, por el solo placer de que le hablase en directo. ¿Qué le diría si fuese ahora a preguntarle como creó Dios a Eva? Le pareció divertido hacer esa travesura.
Salió de la iglesia con todos. Le pareció que él había mirado para ella dos o tres veces, pero no se hizo ilusiones. Podría ser que no viera bien de lejos o incluso que viéndola, no la recordase.

Al día siguiente, día de la Asunción de la Virgen, hicieron una pequeña procesión con una imagen de la Virgen Inmaculada, porque al estar mirando al cielo podía pasar por la Asunción. Nadie nos dice que la Virgen tenía más o menos cincuenta años cuando terminó su vida terrenal. Lo que sí nos cuentan es que los apóstoles acudieron por una llamada celestial junto a su lecho a despedirla y que se quedó dormida, no muerta, pero nadie se ha atrevido a representarla con esa edad. Si todo era júbilo porque su Hijo vendría a llevarla con Él al Cielo, tenía que estar guapísima, así que una imagen al estilo de Murillo iba bien.

LA INVITACIÓN

Días más tarde recibió Herminia una tarjeta donde el párroco la invitaba personalmente a que acudiera a la iglesia. Este nuevo párroco deseaba ponerse a su servicio y firmaba como Vicente Laredo Ortiz. Herminia estaba confusa. ¿Quién era el párroco que la invitaba por escrito? ¿Acaso el viejo conocido se quedaba en esta parroquia? Porque el actual era don Ramiro ¿O acaso venía otro desconocido? 
Dejó pasar tres días y por fin se decidió a salir de dudas. Se arregló a conciencia con un traje sencillo, pero entallado, el pelo rizado y suelto, el maquillaje notable sin ser fuerte, los zapatos con tacones sonoros y el ánimo dispuesto a dar un disgusto a Don Ramiro, pues tenía la impresión de que era cosa de él. 
Con la tarjeta-invitación, se presentó en el despacho de la parroquia. Estaba la puerta entornada y pudo advertir que su antiguo y ocasional maestro de Biblia estaba sentado leyendo su breviario. Una lámpara en la mesa proyectaba un halo de luz sobre el libro y poco más. Herminia se paró a mirar. En efecto era el mismo, con el pelo cano, cortado a cepillo. Muy arropado en su sotana, con gafas, murmurando las oraciones que leía. Oyó la voz de Don Ramiro despidiendo a alguien por un pasillo y acercándose al despacho. Entonces lo esperó y al verle se dirigió a él con una afectuosa sonrisa:
__¡Ya me tiene aquí, Don Ramiro! Porque usted me ha invitado a venir. ¿No es eso? Esta tarjeta viene de usted, ¿verdad?
Don Ramiro se paró en seco, mirándola como mira quién ha sido sorprendido robando algo. La viva estampa de la culpabilidad.
__No, no, esa tarjeta es de Don Vicente, él te ha escrito, quiere conocerte.
__¿Y cómo es eso, por qué? ¿Alguien le ha hablado de mí y le ha entrado curiosidad?
Herminia sonreía con picardía y movía su melena perfumada. Don Ramiro no supo qué contestar y trató de marcharse, pero ella lo detuvo diciéndole:
__Entre conmigo y presénteme.
Y ya vencido iba a entrar cuando ella se adelantó, abrió la puerta y saludó diciendo:
__ “El Señor redime el alma de sus siervos, no serán castigados quienes a Él se acogen”.

Don Vicente levantó la cabeza del libro.
__¿Quién habla?
__“Hazme aprender tus caminos, hazme conocer tus senderos”.
Don Vicente se levantó del asiento, pero no distinguía a quien hablaba por la falta de luz.
__“De los pecados de mi mocedad no te acuerdes, ni de mis transgresiones”.
Don Ramiro, que había entrado detrás de ella  encendió la luz de la lámpara del techo y pudo observar la extrañeza de Don Vicente.
__¡Señora! ¿Por qué habla en salmos, qué quiere de mí?
__Pues lo que ustedes quieran de mí. Yo he venido llamada, usted me ha invitado a venir para conocerme. Aunque no era necesario. Ya hace tiempo que nos conocimos. ¿No se acuerda de la muchachita que en el convento de la Divina Pastora le fue a preguntar cómo Dios había creado a Eva? ¿Se acuerda cómo me explicó lo del ser completo Eva-Adán? ¿Y cómo no dejaba de rezar los salmos?
__¡OH, no, no! ¡No puede ser, aquella niña de mi pecado!
__La misma niña, sí, pero sin pecado. ¿Cómo vas a ofender a Dios con un pecado si le estás diciendo: “Me guías por senderos de rectitud, mi corazón salta de gozo.”?
__¡No, no! ¡Aquello fue mi pecado!
__Pues si te sientes aún en pecado te puedes confesar con el buitre éste de Don Ramiro, que está deseando saber y por eso me ha hecho venir a ver si me confesaba contigo el por qué yo rezo los salmos cuando algún Adán, de esos que hay deseando completarme, me prestan su parte sobrante. No sabes cuanto le he agradecido a Dios aquella lección. “En Él se alegra nuestro corazón. Venga tu gracia sobre nosotros”.

Alguien que iba a entrar en el despacho se paró al ver a Don Vicente tapándose la cara con las manos y casi sollozando, a Don Ramiro derribado en un sillón quitándose de un manotazo el alzacuello, con la cara congestionada, y a Herminia, que tan poco visitaba la iglesia, saliendo del despacho con un ligero taconeo y la mirada brillante de satisfacción. Algo así como la que tendría Judith después de degollar a Holofernes.

                          FIN


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