EL VIAJE
DE REGRESO
Salió hacia la calle,
al autobús que las devolvía al pueblo. Herminia se sentó casi en la última
fila, delante iban la profesora y las otras chicas. Se hacía de noche, las
farolas al borde del camino, los coches que venían en dirección contraria… le
molestaban las luces.
Herminia sacó de su
bolso un gran pañuelo de cuello y se tapó la cabeza, apoyando la sien en la
ventanilla. Quería aislarse de todo. Una de las compañeras, que iba delante de
ella, se volvió y arrodillada en el asiento tocó a la que iba al lado de
Herminia para decirle:
__Oye. ¿Te has fijado
en lo guapo que era el cura?
Sorprendida la amiga
le contestó:
__¿Qué cura?
__Pues el que nos ha
hablado tanto. ¿Es que no te ha parecido guapo?
__Yo qué sé. No, no me
ha parecido especial.
__Pues yo creo que a
más de una le ha hecho “tilín”.
Herminia se ajustó el
pañuelo que le tapaba también la cara.
__¿Y qué? ¿Qué podía
hacer la que le gustara? -Dijo la otra-.
__Pues buscarlo para
hablar con él.
Herminia sintió que se
le aflojaban las piernas una vez más. Pero se decidió a intervenir.
__Sí. ¿Y decirle qué?
__Pues podía
preguntarle algo, por ejemplo: si es pecado besar a un chico.
Herminia de un
manotazo se apartó el pañuelo de la cara y se enfrentó a la que hablaba:
__Pues a mí me parece
una estupidez preguntar eso. Eso se lo preguntas a Don Esteban, el párroco, que
para eso está. Si yo hubiera podido hablar con éste, que sabe tanto, le hubiera
preguntado por qué tuvo Dios que hacer a Eva de una costilla de Adán y encima
robársela, teniendo todo el barro del mundo para hacerla entera.
__Bueno, -intervino
blandamente Sonia-, le tomó una costilla a Adán.
__Sí, pero por la
fuerza, robada, porque si Adán se la hubiera dejado coger de buen grado no
hubiera tenido que dormirlo… así que fue robada. Y eso ha traído malas
consecuencias… los hombres se lo echan en cara a algunas mujeres.
Doña Trinidad, la
profesora, oyendo a las chicas discutir y no sabiendo porqué, vino desde su
asiento a ver qué les pasaba.
__Niñas. ¿Estáis
peleando por algo? Acabamos de ponernos en gracia de Dios…
__No nos peleamos
señorita. Es Herminia que dice que Dios le robó una costilla a Adán…
__¿Quién te ha dicho eso,
niña?
__Nadie, lo dice la Biblia.
-Dijo Herminia contundente-.
Doña Trinidad agachó
la cabeza y se fue a su asiento.
Herminia se había
permitido desmenuzar los recuerdos de aquél día de su juventud y ahora le
parecía pueril y risible todo lo que había pasado. Se pudo reír recordando cómo
el cura trataba de disimular con sus rezos el pecado que cometía. Consiguió,
eso sí, que ella no se percatase del todo de lo que le había hecho.
¿Pero mereció la pena
que ella no lo agradeciese? ¿Que no colaborase? Bueno, pensó Herminia al final,
la verdad es que todo fue un poco apresurado. Sintió mucho miedo, que sirvió
para que ella no lo delatara, porque ¿cómo podría ella explicar que le había
dado una lección práctica sobre la Biblia mientras rezaba sus oraciones
obligatorias?
Tampoco podía contarle
a nadie que después ella había seguido buscando su trozo de Adán, aunque una y
otra vez se le escapaba, que llegó a gustarle ese tipo de prueba, y que ya no
le importaba encontrar el suyo propio. La variedad de “Adanes” no le iba mal.
FIN DEL TRIDUO Y LA PROCESIÓN
Fue a la iglesia el
último día del Triduo a la Asunción de la Virgen. Esta vez no se sentó al
final, sino en medio de la iglesia, donde el predicador derramaba su mirada al
par que sus palabras dulzonas, explicando una y otra vez el milagro de las
bodas de Canaan y la subida de la Virgen al Monte Calvario detrás de su Hijo,
como méritos para una muerte especial. Herminia apreció entonces que tenía una
bonita voz, que el discurso estaba bien escrito, aunque un poco pesado y que
posiblemente, cuando ella lo conoció, era guapo.
No le extrañaría que,
incluso ahora, alguna mujer quisiera seguir escuchándolo y fuese a preguntarle
cualquier bobada, por el solo placer de que le hablase en directo. ¿Qué le
diría si fuese ahora a preguntarle como creó Dios a Eva? Le pareció divertido
hacer esa travesura.
Salió de la iglesia
con todos. Le pareció que él había mirado para ella dos o tres veces, pero no
se hizo ilusiones. Podría ser que no viera bien de lejos o incluso que
viéndola, no la recordase.
Al día siguiente, día
de la Asunción de la Virgen, hicieron una pequeña procesión con una imagen de
la Virgen Inmaculada, porque al estar mirando al cielo podía pasar por la
Asunción. Nadie nos dice que la Virgen tenía más o menos cincuenta años cuando
terminó su vida terrenal. Lo que sí nos cuentan es que los apóstoles acudieron
por una llamada celestial junto a su lecho a despedirla y que se quedó dormida,
no muerta, pero nadie se ha atrevido a representarla con esa edad. Si todo era
júbilo porque su Hijo vendría a llevarla con Él al Cielo, tenía que estar
guapísima, así que una imagen al estilo de Murillo iba bien.
LA INVITACIÓN
Días más tarde recibió
Herminia una tarjeta donde el párroco la invitaba personalmente a que acudiera
a la iglesia. Este nuevo párroco deseaba ponerse a su servicio y firmaba como
Vicente Laredo Ortiz. Herminia estaba confusa. ¿Quién era el párroco que la
invitaba por escrito? ¿Acaso el viejo conocido se quedaba en esta parroquia?
Porque el actual era don Ramiro ¿O acaso venía otro desconocido?
Dejó pasar
tres días y por fin se decidió a salir de dudas. Se arregló a
conciencia con un traje sencillo, pero entallado, el pelo rizado y suelto, el
maquillaje notable sin ser fuerte, los zapatos con tacones sonoros y el ánimo
dispuesto a dar un disgusto a Don Ramiro, pues tenía la impresión de que era
cosa de él.
Con la tarjeta-invitación, se presentó en el despacho de la
parroquia. Estaba la puerta entornada y pudo advertir que su antiguo y ocasional
maestro de Biblia estaba sentado leyendo su breviario. Una lámpara en la mesa proyectaba
un halo de luz sobre el libro y poco más. Herminia se paró a
mirar. En efecto era el mismo, con el pelo cano, cortado a cepillo. Muy
arropado en su sotana, con gafas, murmurando las oraciones que leía. Oyó la voz
de Don Ramiro despidiendo a alguien por un pasillo y acercándose al despacho.
Entonces lo esperó y al verle se dirigió a él con una afectuosa sonrisa:
__¡Ya me tiene aquí,
Don Ramiro! Porque usted me ha invitado a venir. ¿No es eso? Esta tarjeta viene
de usted, ¿verdad?
Don Ramiro se paró en
seco, mirándola como mira quién ha sido sorprendido robando algo. La viva
estampa de la culpabilidad.
__No, no, esa tarjeta
es de Don Vicente, él te ha escrito, quiere conocerte.
__¿Y cómo es eso, por qué?
¿Alguien le ha hablado de mí y le ha entrado curiosidad?
Herminia sonreía con
picardía y movía su melena perfumada. Don Ramiro no supo qué contestar y trató
de marcharse, pero ella lo detuvo diciéndole:
__Entre conmigo y
presénteme.
Y ya vencido iba a
entrar cuando ella se adelantó, abrió la puerta y saludó diciendo:
__ “El Señor redime el
alma de sus siervos, no serán castigados quienes a Él se acogen”.
Don Vicente levantó la
cabeza del libro.
__¿Quién habla?
__“Hazme aprender tus
caminos, hazme conocer tus senderos”.
Don Vicente se levantó
del asiento, pero no distinguía a quien hablaba por la falta de luz.
__“De los pecados de
mi mocedad no te acuerdes, ni de mis transgresiones”.
Don Ramiro, que había
entrado detrás de ella encendió la
luz de la lámpara del techo y pudo observar la extrañeza de Don Vicente.
__¡Señora! ¿Por qué
habla en salmos, qué quiere de mí?
__Pues lo que ustedes
quieran de mí. Yo he venido llamada, usted me ha invitado a venir para conocerme.
Aunque no era necesario. Ya hace tiempo que nos conocimos. ¿No se acuerda de la
muchachita que en el convento de la Divina Pastora le fue a preguntar cómo Dios
había creado a Eva? ¿Se acuerda cómo me explicó lo del ser completo Eva-Adán?
¿Y cómo no dejaba de rezar los salmos?
__¡OH, no, no! ¡No
puede ser, aquella niña de mi pecado!
__La misma niña, sí,
pero sin pecado. ¿Cómo vas a ofender a Dios con un pecado si le estás diciendo:
“Me guías por senderos de rectitud, mi corazón salta de gozo.”?
__¡No, no! ¡Aquello
fue mi pecado!
__Pues si te sientes
aún en pecado te puedes confesar con el buitre éste de Don Ramiro, que está
deseando saber y por eso me ha hecho venir a ver si me confesaba contigo el por
qué yo rezo los salmos cuando algún Adán, de esos que hay deseando completarme,
me prestan su parte sobrante. No sabes cuanto le he agradecido a Dios aquella
lección. “En Él se alegra nuestro corazón. Venga tu gracia sobre nosotros”.
Alguien que iba a
entrar en el despacho se paró al ver a Don Vicente tapándose la cara con las
manos y casi sollozando, a Don Ramiro derribado en un sillón quitándose de un
manotazo el alzacuello, con la cara congestionada, y a Herminia, que tan poco
visitaba la iglesia, saliendo del despacho con un ligero taconeo y la mirada brillante
de satisfacción. Algo así como la que tendría Judith después de degollar a
Holofernes.
FIN
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