martes, 12 de febrero de 2013

SEDUCTORA - TERCERA PARTE

 
Con todo lo que habíamos hablado Tataeu y yo me quedé muy preocupada. Pensé que de cualquier forma yo tenía que librarme de aquel peligro, porque también acudió a mi mente la noticia de que alguna mujer se había desangrado en ese trance. En todo este ir y venir de mis pensamientos quedó de fondo una idea: la mujer tiene que soportar cualquier dolor o peligro por dos razones, una es que el varón así lo disfruta más y la otra, muy antigua, que así se sabe quién es el padre de lo que nazca de ese acto.
Chorradas, yo no tengo porqué ofrecer en sacrificio mi salud a un desconocido para su goce y por otro lado en el poco probable caso de que mi marido dudase de mi fidelidad ahí están las famosas pruebas de paternidad.
Así que me fui a ver a don Agustín. Estando en la sala de espera me vio.
_Isa... Marina ¿estás mal?
_No, don Agustín, vengo a hablar con usted.
Le conté mis preocupaciones y cómo yo quería librarme de aquel peligro, que por lo visto podía acecharme (¡pues que suerte!), me lió un sermoncito de lo mismo que yo ya conocía y no me dio ninguna solución.
_Por lo que veo en usted no encuentro ayuda __dije poniéndome de pie__. Sabe lo que sufro por no saber quién es mi padre, ni de quién es esa poderosa voluntad que me lo niega. Y quizás él me comprendería. Ahora quiero sortear un peligro y usted me corta el camino. Pero no importa, ya verá como salgo de ésta yo sola. __Esto último lo dije ya llorando__.
_Siéntate, espera, te voy a ayudar en lo que de mí depende.
Por su cambio de actitud vi que era verdad que me ayudaría. Tomó el teléfono y en un par de llamadas consiguió una cita para una ginecóloga, el viernes por la tarde.
Yo tenía disgusto por que iba a hacer algo poco usual, pero el temor a un imprevisto, como aquello que me habían contado, podía más que mi repugnancia. También era que no se lo había consultado a nadie ni siquiera a Tataeu, porque podía sufrir con ello. Así que la tarde prevista salí de casa con mi bolso y una gran carpeta, diciendo: vendré algo tarde; aunque no sé si alguien me oyó.
Llegué a la clínica, le di la carta de don Agustín a la recepcionista y enseguida me atendió una doctora bastante joven. Por el pasillo adelante me iba hablando con desenvoltura, pero no sé de qué. Entramos a una sala de curas y me indicó donde poner mis cosas y sentarme. Preparó algo en la mesa y se me acercó con algo punzante que aplicó a mi dedo. Con destreza retiró la gota de sangre que salió y me dejó sola. Creo que fueron unos minutos pero tenía ya ganas de llorar. Cuando llamaron a la puerta de fuera sentí que alguien iba ligera por el pasillo, oí saludos, voces amistosas y de nuevo la doctora a mi lado.
_Te veo muy apurada pero esto no es algo especial, de hecho bastantes mujeres tienen que recurrir a esta pequeña cirugía sobre todo algunas que se casan con hombres mayores. Y entre las jóvenes, cuando han experimentado alguna dificultad para empezar sus relaciones. Así que tú solo te has adelantado a los problemas.
Te ponemos un poco de anestesia, y en un cuarto de hora te despertarás, un poco aturdida y mareada con algo de dolor pero muy soportable. Ya está aquí don Agustín.
_¿Pero es que don Agustín va a estar aquí?.
_No aquí dentro, pero él se hace cargo de ti después. ¿No te lo dijo?
_No me acuerdo, pero me alegro de tenerle cerca.
Me sentí mejor y colaboré con la doctora y su ayudante hasta que el sopor previsto me invadió.
Creo que tuve pesadillas, o tal vez percibía los movimientos y trasteos a que me sometieron.
Cuando me empezaba a despertar noté que estaba sola, a oscuras y que tenía frío. No sabía si tenía que llamar ni a quién, así que probé dando un gemido, que fue eficaz pues la doctora acudió, me arregló la manta y me tomó el pulso.
_En un ratito más estarás lista, duerme si quieres.
Creo que dormí un buen rato, de todos modos al fin estaba despejada mi cabeza, pero un poco torpe de las piernas. Me ayudaron a vestirme y salí al pasillo. Don Agustín me esperaba. Me acerqué a él y le di un beso. Su paciencia y dedicación por ayudarme hacía que lo sintiera cercano. Sólo dije:
_Gracias, gracias por todo. No sabía que te tenía a ti. Se sonrió y me llevó del brazo hasta la calle.
Estaba lloviznando. De todos modos él había pensado tomar un taxi. Yo estaba algo confusa aun y me asusté cuando un coche paró delante de nosotros. Era el taxi. Agustín me ayudó a acomodarme y entró por la otra puerta. No hablábamos. Ya cerca de mi casa me dijo:
_Procura descansar esta noche y mañana me llamas.
En esto veo que el conductor, de unos cuarenta años, muy guapo por cierto, me está mirando con una sonrisa entre burlona y cómplice y me dice con tono que quiere ser afable:
_¿Se encuentra mal, señorita?
De pronto me acordé de lo que me dijo Tataeu. Así que el buen hombre esperaba que yo le dijera algo muy normal:
_Pues sí, me encuentro mal, porque este señor que me acompaña acaba de desvirgarme. __Claro que eso no fue lo que dije. Mi respuesta, que a mí me sorprendió, fue de lo más amable e ingenua y seguí diciendo__:
_Si, no vea que caída he dado. Al subir unos escalones de madera se ha despegado uno de un lado y he dado un rodillazo tremendo y la chica que venía detrás cayó encima de mí... Vi que ya no escuchaba, no era lo que quería saber Y Agustín, fuera del campo del espejo retrovisor, me sonreía con aprobación.
Al salir del coche ya estaba más despejada y simulé una cojera convincente en honor del curioso conductor.
A partir de mi experiencia he visto que es cierta la curiosidad morbosa por el “antes” y ”después de...”, y me he prometido no hablar de ninguna otra mujer, ni por supuesto de mi decisión.
Días después de “mi centímetro extra” estaba en mi habitación pensando que mi decisión me había hecho madurar como mujer, pero no faltarían problemas.
Ahora tengo que tener más cuidado en que mis palabras y mi actitud ante los muchachos no sea ni remotamente “invitadora”. El coqueteo se me hace peligroso.
En esto veo entrar a mi hermano, que ha llamado ligeramente y de una manera teatral. Viene envuelto en la bata de su padre, por lo que sospecho que se prepara para darme una lección especial de su curso de “seducción”. Viene peinado y perfumado. ¡Horror!
_¡Hola, hermanita! Hace mucho que no encuentro tu puerta abierta.
_¿Qué quieres, a que has venido? Dije procurando ser seca.
_¿Pues no ves aquí al infatigable guía de tu porvenir de mujer seductora?.
_Pues sí, veo tu facha de conquistador de sainete, pero no necesito tus sugerencias de seducción, que están anticuadas como estará el librito ese de donde las sacas. Dime. ¿A cual de tus amigos puedo yo poner ojos de gatita mimosa? ¿A quien debo dejar que me roce la rodilla?. Eso no es para mí. Cuando yo le guste a un hombre no será por esos arrumacos.
_¿Así es como agradeces lo que te he enseñado?
_Lo que yo he aprendido es cómo querías aprovecharte de mí. Hoy venías a enseñarme a besar, te lo he visto en la mirada.
__¡Eres una hija de puta!
_¡Soy hija de tu madre, no lo olvides!
_Si, ¡pero cuando te tuvo a ti era una putilla soltera! En cambio yo soy el hijo legítimo. Esta casa se la dio tu padre como pago cuando naciste y después se casó con mi padre. ¡Pregúntaselo a las vecinas, que bien que lo comentan por ahí eso y lo guapo que era!
Y se fue dando un portazo. No puedo recordar bien cómo reaccioné pues los sentimientos se mezclaron. De un lado la ira contra las maquinaciones de Luisito, pero un rastro de luz me iluminó: había dicho que yo era hija de otro padre. Y esto es precisamente lo que yo ansiaba saber.
Luisito se fue dando voces por la terraza que comunicaba mi cuarto con el salón y su dormitorio,  gritaba:
 
... Continuará...

No hay comentarios:

Publicar un comentario