martes, 14 de mayo de 2013

SEDUCTORA - SÉPTIMA PARTE


En mi casa todo seguía igual. Cuando yo estaba en casa coincidía que mis padres veían la televisión y mi hermano iba y venía del salón a su cuarto como un abejorro en día de calor. Yo me aplicaba bastante y estudiaba con voluntad.
Seguía pensando en encontrar a mi padre, lo sentía cercano por una razón: creo que mi madre lo veía en mi cuando me miraba ya que algunas veces la sorprendí en una especie de arrobo que enseguida disimulaba. Pienso que aún lo quiere y no es extraño, pero me parece excesiva la muralla de silencio que rodea mi nacimiento.
El horizonte se va despejando ante mí como la niebla con el sol: Mario me manifiesta un afecto especial. Cuando estamos con los amigos se pone a mi lado y parece que me envuelve con su aura y me trasmite su fuerza.
Todas las amigas empezamos el curso en la universidad y ya acudíamos menos a la terraza pero siempre coincidía con Mario y siempre pasaba su brazo protector sobre mis hombros en un gesto amable. Tanto me acostumbré a tenerle cerca que alguna vez que no vino me sentí extraña: mi vida seguía un curso normal teniendo en cuenta que mis visitas a la notaría se hicieron mas frecuentes, unas veces porque yo que les llevaba algún justificante del curso, otras porque Clara quería preguntarme algo. El rito de estas visitas era siempre el mismo: yo entraba en su despacho, hablábamos unos minutos y al poco entraba el Sr. Benítez que me saludaba con cierta poquedad de palabras aunque veía un brillo en sus ojos y me cogía, por poco tiempo, las dos manos. De todos modos, estos cortos encuentros me animaban mucho y me noté más tranquila.
La búsqueda de mi padre, que antes era angustiosa se me apaciguó y ya pensaba en ello como asunto que tenía su fecha marcada en mi vida y sin duda llegaría.
Una tarde me dijo Mario que ya tenía un trabajo, se lo había ofrecido un industrial que estaba comprando uno de los negocios de su padre y donde por cierto no necesitaba tener aprobada la historia. Ya no podría venir a nuestras tertulias porque saldría mas tarde. Yo tenía un curso difícil que me tenía muy ocupada. Por todo esto ajustamos un horario para vernos dos veces en semana.
Al acercarse el final del invierno las hermanas de Mario reclamaron a su madre, que tuvo que irse a Palencia.
En mitad del mes de mayo me trajo una revista de viajes para verla. Yo la miré un poco sin mayor interés y cuando iba a hablar de otra cosa, me insistió: 
__Mírala bien, que tenemos que organizar un viaje.
__¿Nosotros? ¿Un viaje por qué?.
__Pues porque vamos a casarnos ¿no te parece?. Estamos en una edad propia y nos queremos ¿no crees?. Lo demás que se tiene en cuenta para casarse lo tenemos resuelto. Con lo que yo gano tenemos para pan, cebolla y un poquito de aceite. Así que piensa en el viaje
Terminó el curso, yo aprobé casi justo y me atraía poco seguir con las matemáticas. De todos modos tenía por medio el verano para animarme a seguir o a cambiar.
Fui con las notas a la notaría, como siempre, y Clara se hizo cargo de archivar lo que necesitaba. Al ratito entró D. Eugenio que me saludó brevemente, pero se quedó allí.
__¿Y que harás este verano? ¿Repasar para entrar mejor en el curso?
__Pues no lo sé, ya me cansan las Matemáticas. Y el campo de trabajo que se ofrece no me gusta mucho: oficinas de empresas. Y además... tengo un chico...
D. Eugenio me cogió del brazo atenazándomelo con increíble fuerza al tiempo que me gritaba:
__¡No te habrás liado con un hombre casado! ¡Con un casado no! ¿Verdad?
__¡No, no! ¡Es un chico normal! Pero aún no me soltaba el brazo. Fue Clara la que le llamó la atención Entonces me soltó diciendo:
__Perdona niña, perdóname, es que las jóvenes a veces son tan confiadas que por un poco de amor de segunda mano se meten en conflictos para toda la vida.
__Yo todavía no lo he decidido, pero me apetece seguir con su trato: es muy cariñoso y alegre.
Se miraron los dos y yo comprendí que querrían conocerlo y les dije que en cuanto pudiera se lo presentaría.
Lo aceptaron encantados y se tranquilizaron un poco.
Cuando llegué a mi casa, y tal vez por haber hablado de ello, se me presentó mas clara la idea de la boda con Mario. Yo no sé cuanto tiempo es el adecuado para prepararse, lo ignoraba todo. Sólo tenía un deseo: acunarme en los brazos de Mario como una niña y desde allí ver el mundo pasar.
Mi madre estaba viendo la tele con Luis sin mucha atención los dos, así que le quité la voz al aparato y me senté con ellos.
__Quiero hablar con vosotros.
__Bueno, ¿qué te pasa? Dijo mi madre sin poner mucho interés y Luis la miró de reojo para seguir sus gestos.
__Quiero deciros que tengo novio.
__¡Vaya, la falta que a ti te hace un novio!
__Yo creo que como a todas las mujeres, ni falta ni sobra, pero si te gusta... ¿No?
__¡Bueno, bueno! Supongo que será un niñato de tu grupo.
__Sí, pero los niños o niñatos también llegan a ser adultos.
Entonces Luis preguntó cómo se llamaba el joven y de pronto me acordé de Luisito que podía enterarse así que mentí:
__Se llama Manolo.
__Pues hija, que nombrecito, dijo mi madre con burla.
En ese momento decidí que no iban a saber nada sobre mis planes de boda.
Cuando vi a Mario le dije que yo me ocuparía de todos los preparativos, que no eran pocos.
Los preparativos comenzaron por la documentación: partidas de nacimiento y de bautismo.
Al tener en mi mano las mías comprobé que había sido bautizada como Isabel y año y medio mas tarde se me cambió por el de Marina, “a petición de su padre legal”. Con esto ya iban encajando piezas del puzzle de mi vida.
Entre visitas al párroco y enviar cartas al que fue párroco de Mario, poco a poco se perfilaba el permiso necesario, pero no era posible encontrar día y hora para la celebración.
Un domingo Mario y yo visitamos un posible lugar para celebrar la ceremonia de la boda. Nos gustó mucho. La ermita está en un alto y tiene una explanada alrededor donde se pueden aparcar algunos coches, sin peligro, pues un muro de piedra rodea el espacio. La carreterita que une el pueblo con el pequeño templo se ve desde allí, toda flanqueada de huertos. Por una puerta lateral acristalada pudimos ver algo del interior. A nuestra izquierda el altar, sobre él una imagen de la Virgen, del estilo de las Inmaculadas de Murillo con una gran luna creciente a sus pies que justificaba su nombre. Los bancos de madera eran capaces para albergar unas veinte personas. Nos pareció estupendo para la ceremonia sencilla que nos apetecía.
Cerca de allí, en otra colina, vimos un pequeño restaurante medio rústico pero con mucho encanto. El dueño y cocinero era un hombre voluminoso, de buen humor que se movía con agilidad a pesar de sus kilos. La vista desde allí era estupenda, los montes del norte y la ermita parecían proteger el valle. 
Volvimos varias veces. En el pueblo conocimos a la hermandad de la Virgen de Luna y se ofrecieron a cantar incluso. Todo iba tomando forma, yo estaba encantada pero no decía nada a mi familia. Secreto por secreto.
Y llegó el día en mitad de julio.
En medio de tantas ocupaciones fui a ver a Clara y le estuve comentando el cambio de nombre en mi partida. Me había hecho a la idea de que habría mas sorpresas, pero no tantas.
Mientras hablaba con Clara se presentó ÉL y para mi sorpresa se sentó con nosotras y me preguntó algunos detalles. Yo estaba encantada pues con nadie hablaba de mi boda ni aún con las amigas. Quería una sorpresa para casi todos.
Se interesaron por varios puntos: los papeles, el local para la comida, la iglesia, el traje que yo llevaría. A esto último les conté que lo había encontrado muy bueno, de segunda mano, con lo cual costaba mucho menos.
__¿De verdad no te importa no llevar un traje nuevo? Preguntó él.
__No, de verdad, pienso que es un pequeño teatro para alegrar por un día a nuestros amigos, y que hay cosas más necesarias.
Para mi extrañeza le hizo una seña a Clara para que saliera, y ella salió.
Entonces me di cuenta de que nunca había estado a solas con él.
Acercó su silla a la mía y me tomó de las dos manos con firmeza. Avanzó su rostro al mío para decirme:
__No quiero que te falte nada que tú desees para ese día, si quieres música o el viaje, cualquier cosa que no hayas dicho y se te ocurra. No es que yo disponga de muchísimo dinero, pero puedo buscarlo. Y sobre todo, sí puedo decirte que era mía, darte esa gotita de sangre que tú has querido encontrar antes ¿comprendes, niña mía?.
Mientras hablaba, su rostro había tomado color, sus ojos estaban húmedos y en su tono de voz entendí que me pedía perdón. Porque él sabía muy bien en qué ambiente negativo había estado yo. Por eso fue que me levanté de un salto, doliéndome todo mi pasado, que había estado en sus manos y que sólo ahora quería dulcificar. Me fui llorando. Clara venía a buscarme.
Me alcanzó cerca de la puerta, yo trataba de contener mi llanto convulsivo pero ella me tomó fuertemente del brazo y me llevó al bar de enfrente. Nos colocamos en un sitio apartado y pidió para mi una tila, ella tomó café. Mi pecho no podía contener el hervor que aquella última revelación me había causado. Me hizo mucho daño saber que aquel a quien yo había buscado tanto siempre estuvo allí cerca y que nunca hizo nada por verme. Que consintió que otro hombre usurpara su puesto junto a mí. Todo esto y más pude medio expresar de forma entrecortada, mientras Clara me miraba con tal gesto de reprobación que me extrañó mucho. Tal vez yo me estaba pasando. De pronto me dijo:
__Tómate la tila y calla.
 Así lo hice y ella empezó a hablar.

CONTINUARÁ....

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