Estuve, dos días
sin ganas de comer. Pero mi madre sí iba a la costura y al
maquillaje. Días después vino a vernos mi tía Fuensanta: yo no quise salir a
verla, tampoco me llamaron, pero si oí que mi madre decía: “Ya hemos tomado una
decisión con la niña”. (¡MENTIRA, MENTIRA de madre, que son muy mentirosas! ¡Yo
no he tomado nada con ellos!)
Al otro día mi madre me preguntó si me gustaría entrar en
un colegio de señoritas por unos meses. Conocemos uno muy bueno, podrás tener
amigas y aprender cosas bonitas como bordar, cantar y pintar, me dijo. Me
pareció estupendo y a la tarde siguiente me llevó al colegio ese. Sólo
permitían llevar una maletita, así que no pude meter libros. Nos recibió la
directora, aunque a mí me pareció la cocinera o ama de llaves. Yo esperaba una
dama bien vestida y bien peinada (mi madre me había hablado de un colegio de
señoritas) pero aquella señora vestía una bata o vestido abotonado en color gris y en la cabeza un pañuelo
como las campesinas.
Como lo tenían ya hablado todo entre ellas, se despidieron
y la señora cogió mi maletita y me llevó por unos pasillos hasta otro donde
abrían doce puertas iguales: eran los dormitorios, con una camita, un lavabo de
hierro, un armario pequeño y una mesa pequeña con una silla tambaleante.
Con una amplia sonrisa, digna de mejor ocasión sacó del
armario un vestido o bata igual a la de ella pero en azul vaquero.
_Vístete, que enseguida vengo a buscarte para la cena.
Así fue: me llevó por otros pasillos a un comedor pequeño.
Cuatro mesas a las que ya estaban sentadas tres alumnas y una maestra (luego
supe que hay que llamarlas “madres”), aunque ya me di cuenta por los vestidos.
Yo completaba una mesa. Nos servían otras madres todo en silencio. Por un
pequeño altavoz salía una voz que recitaba algo y música de iglesia.
Terminada la cena fuimos a un saloncito donde formamos los
mismos grupos sentadas en unas incomodísimas sillas de anea. Nada parecido a un
salón familiar donde lucirse con lo que yo suponía que iba a aprender allí.
Tuve que
presentarme: me llamo Julia y soy de Ciudad Real, tengo padre y madre pero no
tengo hermanos.
Un movimiento de simpatía las hizo moverse como una ola.
_¡Pues aquí todas somos hermanas!
(Demasiadas, pensé yo) pero dije:
_¡Qué bien!
Sonó un reloj y todas callaron, se pusieron de pié formando
una fila. Una madre se puso delante, otra me cogió dela mano, me puso al final
y ella detrás hasta llegar a la iglesia.
Ya estaban allí las otras madres, con sus batas de trabajo
en gris: quizás no tenían otros vestidos. Empezaron a rezar de varias maneras;
unas veces todas a la vez, otras veces contestando a una que nombraba a los
santos. Yo quería ser una señorita culta que pudiera acudir a las reuniones,
como iban mi tía y mi madre cuando eran jóvenes. Aquello de rezar por la noche
no creo que lo haga nadie ahora, pero había que saberlo, como los nombres de
los santos para poder felicitar a los amigos: me fijé mucho y en unos días me
los aprendí.
Después de la comida y la reunión de tres alumnas con una
madre, había una clase para las que sabían menos (las que tenían más cultura
iban a fregar los platos). Yo procuré sacar varias faltas en la prueba para
poder ir a clase: yo iba allí a aprender palabras interesantes, no a fregar.
Así se esforzaron en que yo aprendiera.
La geografía no se me quedaba, porque yo me estaba
inventando unos cuentos y ponía a mis personajes a ir andando o corriendo de
una ciudad a otra y así no era.
Procuraba no aburrirme. Y en el coro cantaba más fuerte que
otras que parecían maullar: yo tenia que preparar mi voz y mi postura para cuando nos tocase aprender
canciones de salón como esa tan bonita: “Me llaman la primorosa...” o aquella
otra “De los álamos vengo, madre”. De momento no salíamos de “El trece de
mayo...”y del “OH buen Jesús, yo creo...”
Yo siempre procuraba aplicar lo que nos enseñaban a mi
futura posición de SEÑORITA, adornada de gracias.
Algún sábado venía mi madre a verme, muy arreglada y
maquillada. Cuando yo saliera de aquel colegio también iría al maquillaje,
masaje, relax, pues hay diferencia entre ir o no ir bien peinada. Me preguntaba
si estaba contenta, si me llevaba bien con mis compañeras. A todo le decía que
sí y me extrañaba porque se ponía un poco triste. Creo que me tenía envidia. Yo
con tantas amigas, aunque era mentira, pues apenas podíamos hablar, y ella sola
con mi padre y sus rebuscadas palabras.
Un día vi que una de las alumnas, la buena de Rosa, se
escondió en un retrete a llorar. Yo la obligué a abrirme y sentadas de lado en
la taza le pregunté qué le pasaba, pues la había visto así varias veces.
Bajando la voz, pero llorando mucho, me dijo:
_¡Es que yo no quiero ser monja!
_¿Pero es que tú vas a ser monja?
_¡Pues claro, como tú y como las otras!
_Pero es que yo no voy a ser monja.
_¿Entonces, qué haces aquí?
_Pues educarme para señorita.
_¡Tú eres tonta, retonta!
Bajó la voz porque se acercaba alguien pero pasó de largo. Nos
callamos, pero luego le dije:
_Esto es un colegio para aprender, y yo cuando acabe el
curso me iré a mi casa.
_¿Eso te ha dicho tu madre?
_Pues sí, y me pregunta si aprendo y si estoy contenta. La
verdad es que estoy a gusto con vosotras. Sólo que vuestras palabras no las
entiendo, por ejemplo: Loli dice que va a ser esposa del Señor y si el Señor
está muerto, va a ser viuda el mismo día. ¿No?
_Es que no entiendes nada, Julia, tú también vas a ser
esposa del Señor.
_¿Yo? Pues que yo sepa no me ha pedido en matrimonio. Ni yo
a él.
_Ni a mí, pero luego el cura nos preguntará.
Un día vi en nuestra sala un montón de vestidos blancos.
Tomé uno y vi que era largo, de seda, como de novia pero sin encajes ni
adornos, las mangas largas y el escote cerrado. Conté doce, supuse que nos
vestirían con ellos para un coro. Tal vez bien planchados no se notara que eran
viejos.
Entraron dos madres que se ocupaban de la costura y tomando
uno miraban la talla.
_Este para Juana.
_Las mangas le vendrán cortas.
_Pues este otro le quedará bien.
Yo estaba algo divertida pues las expresiones de algunas
compañeras eran cómicas. Las que iban para esposas del Señor se sentían felices
de que se acercara el momento. El momento de no sé qué.
De las que no estaban a gusto, vi alguna llorando mientras
le probaban uno y otro. Otra lloraba porque le había tocado un vestido feísimo,
con unos cortes que ni planchándolos quedarían bien. El mío era un poco mejor.
El año anterior lo regaló su familia a una colegiala, así que estaba nuevo.
Yo creí al principio que sería para formar un coro, pero
no.
Otra tarde la maestra nos propuso repasar las preguntas y
respuestas del sacerdote y las nuestras.
_Así que cuando pregunte: ¿Queréis...?
A mi se me apretó la garganta, porque si pregunta
¿queréis?, y eso es lo que se dice para varias personas y teníamos que
contestar todas, pues con las que dijeran “sí” entraba yo. Y no estaba dispuesta.
Yo pensaba en que mi salvación estaría cuando me preguntara a mí sola:
_¿Quieres
(ser monja o esposa del Señor, lo que fuera) yo le diría:
_No, señor, no quiero.
Pero ese “¿quereis?” se me atragantó. Yo veía que todas se
aprendieron la pregunta y las respuestas pero yo no me aclaraba.
Vino mi madre a verme y me preguntó si estaba contenta. Si
me habían probado el traje de novia. Le dije que sí, porque el mío era el más
bonito. No le descubrí nada de mi plan. La noté preocupada, seguramente creía
que me iba a quedar allí por las buenas, sabiendo que me engañaba. En ningún
momento me preguntó si quería volver a casa. Pero no me podía negar la entrada
porque soy menor de edad. Porque en cuestión de palabras yo había adelantado
mucho. Las maestras explicaban cosas de “estar en religión”. Eso quiere decir
ser monja o cura y hay que tener la edad o un permiso especial de los padres y
del obispo.
Dos días antes de la fiesta desapareció Paquita, es decir,
estuvo en el desayuno y no en la comida. A la hora del recreo, después de
comer, dos de las madres se lamentaban:
_¡Otra vocación perdida!
Yo miré a mi compañera, me acerqué un poco y le dije:
_Se la habrá llevado Paquita ¿No?
Me miró con una especie de lástima, y me dijo:
_Seguro.
Pero yo noté que no pensaba lo mismo que yo. Otra vez una
palabra que se me escapaba: vocación.
... CONTINUARÁ...
No hay comentarios:
Publicar un comentario