martes, 30 de septiembre de 2014

TOMAR DECISIONES. Segunda parte.



Estuve, dos días sin ganas de comer. Pero mi madre sí iba a la costura y al maquillaje. Días después vino a vernos mi tía Fuensanta: yo no quise salir a verla, tampoco me llamaron, pero si oí que mi madre decía: “Ya hemos tomado una decisión con la niña”. (¡MENTIRA, MENTIRA de madre, que son muy mentirosas! ¡Yo no he tomado nada con ellos!)

Al otro día mi madre me preguntó si me gustaría entrar en un colegio de señoritas por unos meses. Conocemos uno muy bueno, podrás tener amigas y aprender cosas bonitas como bordar, cantar y pintar, me dijo. Me pareció estupendo y a la tarde siguiente me llevó al colegio ese. Sólo permitían llevar una maletita, así que no pude meter libros. Nos recibió la directora, aunque a mí me pareció la cocinera o ama de llaves. Yo esperaba una dama bien vestida y bien peinada (mi madre me había hablado de un colegio de señoritas) pero aquella señora vestía una bata o  vestido abotonado en color gris y en la cabeza un pañuelo como las campesinas.
Como lo tenían ya hablado todo entre ellas, se despidieron y la señora cogió mi maletita y me llevó por unos pasillos hasta otro donde abrían doce puertas iguales: eran los dormitorios, con una camita, un lavabo de hierro, un armario pequeño y una mesa pequeña con una silla tambaleante.
Con una amplia sonrisa, digna de mejor ocasión sacó del armario un vestido o bata igual a la de ella pero en azul vaquero.
_Vístete, que enseguida vengo a buscarte para la cena.

Así fue: me llevó por otros pasillos a un comedor pequeño. Cuatro mesas a las que ya estaban sentadas tres alumnas y una maestra (luego supe que hay que llamarlas “madres”), aunque ya me di cuenta por los vestidos. Yo completaba una mesa. Nos servían otras madres todo en silencio. Por un pequeño altavoz salía una voz que recitaba algo y música de iglesia.
Terminada la cena fuimos a un saloncito donde formamos los mismos grupos sentadas en unas incomodísimas sillas de anea. Nada parecido a un salón familiar donde lucirse con lo que yo suponía que iba a aprender allí.
Tuve que presentarme: me llamo Julia y soy de Ciudad Real, tengo padre y madre pero no tengo hermanos.
Un movimiento de simpatía las hizo moverse como una ola.
_¡Pues aquí todas somos hermanas!
(Demasiadas, pensé yo) pero dije:
_¡Qué bien!

Sonó un reloj y todas callaron, se pusieron de pié formando una fila. Una madre se puso delante, otra me cogió dela mano, me puso al final y ella detrás hasta llegar a la iglesia.
Ya estaban allí las otras madres, con sus batas de trabajo en gris: quizás no tenían otros vestidos. Empezaron a rezar de varias maneras; unas veces todas a la vez, otras veces contestando a una que nombraba a los santos. Yo quería ser una señorita culta que pudiera acudir a las reuniones, como iban mi tía y mi madre cuando eran jóvenes. Aquello de rezar por la noche no creo que lo haga nadie ahora, pero había que saberlo, como los nombres de los santos para poder felicitar a los amigos: me fijé mucho y en unos días me los aprendí.
Después de la comida y la reunión de tres alumnas con una madre, había una clase para las que sabían menos (las que tenían más cultura iban a fregar los platos). Yo procuré sacar varias faltas en la prueba para poder ir a clase: yo iba allí a aprender palabras interesantes, no a fregar. Así se esforzaron en que yo aprendiera.

La geografía no se me quedaba, porque yo me estaba inventando unos cuentos y ponía a mis personajes a ir andando o corriendo de una ciudad a otra y así no era.
Procuraba no aburrirme. Y en el coro cantaba más fuerte que otras que parecían maullar: yo tenia que preparar  mi voz y mi postura para cuando nos tocase aprender canciones de salón como esa tan bonita: “Me llaman la primorosa...” o aquella otra “De los álamos vengo, madre”. De momento no salíamos de “El trece de mayo...”y del “OH buen Jesús, yo creo...”
Yo siempre procuraba aplicar lo que nos enseñaban a mi futura posición de SEÑORITA, adornada de gracias.
Algún sábado venía mi madre a verme, muy arreglada y maquillada. Cuando yo saliera de aquel colegio también iría al maquillaje, masaje, relax, pues hay diferencia entre ir o no ir bien peinada. Me preguntaba si estaba contenta, si me llevaba bien con mis compañeras. A todo le decía que sí y me extrañaba porque se ponía un poco triste. Creo que me tenía envidia. Yo con tantas amigas, aunque era mentira, pues apenas podíamos hablar, y ella sola con mi padre y sus rebuscadas palabras.

Un día vi que una de las alumnas, la buena de Rosa, se escondió en un retrete a llorar. Yo la obligué a abrirme y sentadas de lado en la taza le pregunté qué le pasaba, pues la había visto así varias veces. Bajando la voz, pero llorando mucho, me dijo:
_¡Es que yo no quiero ser monja!
_¿Pero es que tú vas a ser monja?
_¡Pues claro, como tú y como las otras!
_Pero es que yo no voy a ser monja.
_¿Entonces, qué haces aquí?
_Pues educarme para señorita.
_¡Tú eres tonta, retonta!
Bajó la voz porque se acercaba alguien pero pasó de largo. Nos callamos, pero luego le dije:
_Esto es un colegio para aprender, y yo cuando acabe el curso me iré a mi casa.
_¿Eso te ha dicho tu madre?
_Pues sí, y me pregunta si aprendo y si estoy contenta. La verdad es que estoy a gusto con vosotras. Sólo que vuestras palabras no las entiendo, por ejemplo: Loli dice que va a ser esposa del Señor y si el Señor está muerto, va a ser viuda el mismo día. ¿No?
_Es que no entiendes nada, Julia, tú también vas a ser esposa del Señor.
_¿Yo? Pues que yo sepa no me ha pedido en matrimonio. Ni yo a él.
_Ni a mí, pero luego el cura nos preguntará.

Un día vi en nuestra sala un montón de vestidos blancos. Tomé uno y vi que era largo, de seda, como de novia pero sin encajes ni adornos, las mangas largas y el escote cerrado. Conté doce, supuse que nos vestirían con ellos para un coro. Tal vez bien planchados no se notara que eran viejos.
Entraron dos madres que se ocupaban de la costura y tomando uno miraban la talla.
_Este para Juana.
_Las mangas le vendrán cortas.
_Pues este otro le quedará bien.
Yo estaba algo divertida pues las expresiones de algunas compañeras eran cómicas. Las que iban para esposas del Señor se sentían felices de que se acercara el momento. El momento de no sé qué.
De las que no estaban a gusto, vi alguna llorando mientras le probaban uno y otro. Otra lloraba porque le había tocado un vestido feísimo, con unos cortes que ni planchándolos quedarían bien. El mío era un poco mejor. El año anterior lo regaló su familia a una colegiala, así que estaba nuevo.
Yo creí al principio que sería para formar un coro, pero no.
Otra tarde la maestra nos propuso repasar las preguntas y respuestas del sacerdote y las nuestras.
_Así que cuando pregunte: ¿Queréis...?
A mi se me apretó la garganta, porque si pregunta ¿queréis?, y eso es lo que se dice para varias personas y teníamos que contestar todas, pues con las que dijeran “sí” entraba yo. Y no estaba dispuesta. Yo pensaba en que mi salvación estaría cuando me preguntara a mí sola:
_¿Quieres (ser monja o esposa del Señor, lo que fuera) yo le diría:
_No, señor, no quiero.
Pero ese “¿quereis?” se me atragantó. Yo veía que todas se aprendieron la pregunta y las respuestas pero yo no me aclaraba.

Vino mi madre a verme y me preguntó si estaba contenta. Si me habían probado el traje de novia. Le dije que sí, porque el mío era el más bonito. No le descubrí nada de mi plan. La noté preocupada, seguramente creía que me iba a quedar allí por las buenas, sabiendo que me engañaba. En ningún momento me preguntó si quería volver a casa. Pero no me podía negar la entrada porque soy menor de edad. Porque en cuestión de palabras yo había adelantado mucho. Las maestras explicaban cosas de “estar en religión”. Eso quiere decir ser monja o cura y hay que tener la edad o un permiso especial de los padres y del obispo.

Dos días antes de la fiesta desapareció Paquita, es decir, estuvo en el desayuno y no en la comida. A la hora del recreo, después de comer, dos de las madres se lamentaban:
_¡Otra vocación perdida!
Yo miré a mi compañera, me acerqué un poco y le dije:
_Se la habrá llevado Paquita ¿No?
Me miró con una especie de lástima, y me dijo:
_Seguro.
Pero yo noté que no pensaba lo mismo que yo. Otra vez una palabra que se me escapaba: vocación. 

... CONTINUARÁ... 

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